Por Cezary Novek
En pleno debut como novelista, el escritor Luciano Lamberti dialogó con Marcha para contar cómo es su primera obra dentro de este estilo: La maestra rural.
Después de dos celebrados libros de relatos en los que desnuda las miserias humanas y las singularidades de la Argentina profunda, Luciano Lamberti debuta como novelista con La maestra rural, que construye una historia sobre el misterio de la palabra poética mientras juega con varios elementos de los mal llamados “géneros menores”: hay ciencia ficción, terror, misterio y suspenso para todos los paladares.
En un principio fue el verbo, luego el taller literario, después la invasión de los profanadores de cuerpos. Esa sucesión de hechos podría ser tranquilamente una sinopsis reducida al mínimo de La maestra rural. En su salto a las grandes ligas (la novela fue editada por Mondadori), el autor alterna elementos de diferentes géneros aderezados generosamente con guiños a la cultura pop, los cánones literarios y las series de los ’90.
La trama está construida por numerosas voces que, a su vez, tienen su propia historia que contar. Algunos de los personajes que intervienen, por ejemplo, son: un estudiante de letras que se obsesiona con la obra secreta de una maestra jubilada del interior, un tallerista ciclotímico que debe lidiar con la fauna de los escritores aficionados, dos empleados de una morgue con pasatiempos singulares, un enfermero que atiende a un viejo que padece una enfermedad misteriosa. En el medio hay dos búsquedas. Por un lado, el origen secreto de la extraordinaria obra de Angélica Gólik, la maestra en cuestión. Por el otro, la reflexión sobre cómo escribir, desde dónde, para qué.
La sátira al ecosistema literario de provincia es uno de los aspectos más amenos a lo largo de un libro en que el humor está presente todo el tiempo pero de forma discreta, como un invitado que sabe ser silencioso. El final se ve llegar desde lejos, como los nubarrones que preceden a la tormenta, pero no es algo que impida disfrutar el proceso de lectura. Muy por el contrario, Lamberti es conciente de eso y da pistas todo el tiempo, jugando con las especulaciones que genera en el lector, mientras le recuerda uno de los propósitos últimos de la lectura –y escritura, ¿por qué no?–: lo importante es el paseo, no el punto al que nos dirigimos.
Accesible y atento, el autor respondió un breve cuestionario por mail.
-¿Cuál fue el disparador de la novela?
El disparador fue una imagen, como siempre. La de una mujer, un ama de casa, que por un problema de las cañerías tiene que tirar el agua sucia de los platos afuera, en la calle. Después me imaginé que se quedaba mirando la noche y veía un ovni. A partir de eso el resto de la historia se fue presentando solo, sin esfuerzo. Las partes se sumaron unas a otras y el género surgió de la historia, y no al revés. También la idea del poeta secreto era algo que venía rondándome hacía años y nunca había podido plasmar satisfactoriamente hasta que encontré esa historia.
-Hay en la novela una especie de compendio de recursos y situaciones “lambertianas” que vuelven al conjunto difícil de etiquetar bajo un género específico. En ese sentido, creo que es inútil definirla como novela de terror o de ciencia ficción. Incluso el elemento fantástico se vuelve secundario cuando se piensa en perspectiva. ¿Es una novela sobre la poesía?, ¿sobre los talleres? ¿sobre la imposibilidad de contar una vida?
No me molestan las definiciones ni los géneros. Creo que el trabajo con los géneros puede ser opaco pero también muy creativo, como lo demuestra el mismo Borges. El cuento “Funes, el memorioso”, por ejemplo, podría ser pensado como un relato de ciencia ficción. Solo que la ciencia que utiliza como base no es la de los cohetes ni la del futuro, sino los estudios sobre la mente de William James y otros. Y también, sí, una forma de crear interrogantes alrededor de la poesía, de su génesis y de su procedencia.
-Tu novela habla sobre la escritura pero también sobre los modos de producción, de circulación, sobre la forma en que se socializa la literatura en provincia ¿Pensás que hay un folklore en torno a la escritura que condiciona lo que se escribe?
Y sí, hay formas estereotipadas de circulación social de la literatura, pero también del arte, de la música, de casi cualquier cosa.
-Sos lector de géneros, fanático confeso de Stephen King y de otros referentes del terror y fantástico ¿Qué estás leyendo ahora?
Me impactaron las formas de abordar los géneros de gente como Kelly Link, Ted Chiang, Karen Russell. Creo que les dan una vuelta de tuerca que tiene que ver con acomodarse a los tiempos que corren, buscar nuevas maneras de perturbación. El terror, el fantástico, la ciencia ficción, sino son perturbadores no sirven para nada. Lo mismo me pasa con los cuentos de Mariana Enríquez o las novelas de Vanoli o Castagnet: adaptan los géneros no solo a estos nuevos tiempos, sino también a estas nuevas tierras. No se puede escribir como en Estados Unidos, somos un país marginal. Desde el uso de la tecnología, por ejemplo, eso es bastante claro.
-Hay una tendencia, sobre todo en los escritores de menos de treinta años, en arriesgarse con los géneros llamados menores. ¿Pensás que es una moda pasajera o que realmente se está fundando una tradición local?
Nunca se sabe si será una moda o no, y tampoco me importa demasiado. Creo la tradición local ha sido fundada hace bastante tiempo, y los que escribimos desde ahí no descubrimos nada. Lugones, sin ir más lejos, escribe un cuento como “Yzur”, que es de buena ciencia ficción, hace unos añitos. O la forma en la que Cortázar se acerca al terror. Incluso podría leerse la literatura argentina política más desaforada, como El Matadero o El niño proletario, a partir del gore, por ejemplo.
-Si tuvieras que rememorar tus años de vida literaria en Córdoba ¿cómo lo harías en dos frases?
Buenos amigos, mucha cerveza y mucha pizza.
-Sos parte de una generación de autores de Córdoba (Arias, Falco, Godoy) que terminó migrando a Buenos Aires para seguir con sus proyectos de escritura. ¿Cuál es el techo para un escritor en Córdoba? ¿Se mide sólo por el tamaño del mercado editorial o también hay un techo intelectual?
Yo no me mudé a Buenos Aires por razones profesionales sino personales. No hay ningún techo para nada. Se puede vivir en cualquier lugar y escribir desde cualquier lugar. Mi novela también habla sobre eso.
-¿Además de Los detectives salvajes, de Bolaño, qué otras novelas considerarías como fundamentales influencias a la hora de escribir La maestra rural?
Las de Stephen King en general, cualquiera.
-¿Tenés rituales a la hora de escribir?
Escribo cuando y donde puedo. Aunque prefiero la mañana, durante la siesta de mi hijo, en un lugarcito de la casa que tiene una puerta para cerrar detrás de mí. Mi ritual es estar un rato boludeando antes de ponerme en serio. A veces el rato se prolonga, a veces es cortísimo. Pero en general no tengo bloqueos ni nada por el estilo. Le doy para adelante como un buey.