Por Mario Hernández. Segunda y última parte del ensayo acerca de Mariano Moreno y su Plan de Operaciones.
El Príncipe
El Plan habría de guiar la conducta de Moreno durante los meses siguientes, contribuyendo a su fama de “robespierreano”. No obstante, demuestra una clara comprensión de lo que es el Estado -la violencia organizada- y de la estrategia y táctica a emplear para apoderarse de su maquinaria y hacerla servir a los fines propios, contra sus antiguos usufructuarios.
Este “extremismo” de Moreno implica un realismo sereno en los momentos cruciales de la lucha por el poder, ya que como él mismo decía: “no se podrá negar que en la tormenta se maniobra fuera de la regla”. Refleja la intransigencia de todo el estrato social de la colonia -abogados, intelectuales, aspirantes a políticos- a quienes los estrechos marcos de la sociedad colonial no ofrecía ninguna ocupación a nivel de sus ambiciones.
Aunque su mayor influencia intelectual fue sin duda Rousseau, la importancia de El Príncipe en el Plan de Operaciones es notable. El Plan es una aplicación, corregida y aumentada, del arte de Maquiavelo a la política criolla, demasiado empírica hasta entonces al entender de su autor: “Hablemos con franqueza -dice-, hasta ahora sólo hemos conocido la especulativa de las conspiraciones, y cuando tratamos de pasar a la práctica nos amilanamos… no son éstas las lecciones de los grandes maestros de las revoluciones”.
Se trata de enseñar a los hombres a fabricar, manejar y, sobre todo, mantener con garantías de éxito esa entidad artificial, el Estado, que fija y ordena las relaciones sociales. Un acto será conveniente o no según sea beneficioso o perjudicial para conseguir el fin de mantener y acrecentar el Estado: “Si un príncipe está genuinamente interesado en “conservar su Estado” tendrá que desatender las demandas de la virtud cristiana y abrazar de lleno la moral, muy distinta, que le dicta su situación”, dirá Maquiavelo. Su valor moral es indiferente para el político, por eso, la ciencia política declara su indiferencia moral. Para que un político pueda poner en práctica sus planes debe vencer una serie de limitaciones, adelantarse al futuro, ser previsor, flexible, con buenos reflejos para reconocer y aprovechar las ocasiones. El Príncipe “no debe desviarse de lo que es bueno, si ello es posible, pero debe saber cómo actuar mal, si ello es necesario. Es indispensable que el príncipe se vuelva “mitad bestia, mitad hombre”, ya que no podrá sobrevivir de otra manera” (El Príncipe, Cap. XVIII).
Los hechos
El 2 de junio entra al puerto de Montevideo un buque español con la noticia de la instalación del Consejo de Regencia en Cádiz.
El 22 es expulsado el ex virrey Cisneros y los oidores.
El 24 Paraguay se pronuncia a favor del Consejo de Regencia.
El 12 de julio, en Montevideo, el comandante de Marina, Salazar, trama un golpe conocido como Sofocamiento de los “tupamaros” para anular los 2 cuerpos simpatizantes con los patriotas.
El 14 los cabildantes habían jurado en secreto el Consejo de Regencia.
El 15 ya se conocía el fracaso de la tentativa de Liniers (el 13 Moreno escribía: “Las últimas noticias que hemos recibido son sumamente lisonjeras… irremediablemente deben venir -Liniers y los suyos- presos a esta ciudad con segura custodia”).
El 28 la Junta ordena el fusilamiento de Liniers sosteniendo “que este escarmiento debe ser la base de estabilidad del nuevo sistema, y una lección para los jefes del Perú que se abandonan a mil excesos, con la esperanza de la conformidad”.
Ocampo y Vieytes, enviados a prender a Liniers y fusilarlo, sugieren remitir a los prisioneros a Buenos Aires. Por tal motivo, son destituidos.
El 17 de agosto escribe Moreno a Chiclana: “pillaron nuestros hombres a los malvados, pero respetaron sus galones y cagándose en las órdenes de la Junta nos los remiten presos a esta ciudad… veo vacilante nuestra fortuna por este solo hecho”.
La muerte del glorioso defensor de Buenos Aires pareció un crimen, y así lo afirmaron muchos.
Se dice que Moreno aseguró: ‘Si algún camino se hubiese presentado para salvar las vidas de los conspiradores, no hubieran perecido… Si fuera dable enviarles a España, como se hizo con Cisneros y los oidores… pero ellos mismos se habían cerrado todas las puertas… Los barcos de Montevideo, conforme al plan de Liniers, estaban ya bloqueando nuestro puerto, y no era posible intentar la remisión de estas personas… Tampoco podía operarse su enmienda, y la conmiseración la habrían convertido en motivo para alentar la sublevación, interpretándola como debilidad’. Enseguida agregó: “El único papel que se encontró en las faltriqueras de Liniers, al tiempo de ser arcabuceado, fue su despacho de virrey”. Alguien aventuró una explicación: “Ese despacho, acaso lo consideraba don Santiago como su más gloriosa condecoración…, el título que resumía toda su obra a favor de Buenos Aires”. Moreno se adelantó a decir: “No, creo yo que Liniers conservaba cuidadosamente sus despachos, después de su derrota en Córdoba, sin duda para, efectuado su escape, concitar de nuevo a las provincias, enseñando sus antiguos títulos”.
Leemos en la novela de Andrés Rivera La revolución es un sueño eterno: “Veo, cuando alzo la pistola, lustrosa, aceitada, a la altura del corazón, el río, inmóvil y tenso y violáceo contra el horizonte, y el sol, quizá, al este del horizonte, y a Moreno, pequeño y enjuto, de pie sobre el piso de ladrillos de su despacho en el Cabildo, la cara lunar, opaca, que no fosforece, bajo el alto techo encalado, que me dice, con esa como exhausta suavidad que destilaba su lengua e impregnaba lo que su lengua no repetiría, vaya y acabe con Liniers. Escuche, Castelli, a Maquiavelo: Quien quiera fundar una República en un país donde existen muchos nobles, sólo podrá hacerlo luego de exterminarlos a todos. Extermine a Liniers y a los que se alzaron con Liniers. Extermínelos, Castelli. Veo, la boca de la pistola apoyada contra la carne y los huesos que cubren mi corazón, a Moreno, la cara lunar, opaca, que no fosforece, como si flotase en los jirones de sombra que la noche de julio instala en su despacho, y que dice, suave la voz y exhausta: Si vencemos, se hablará, por boca de amigos y enemigos, todo el tiempo que exista el hombre sobre la tierra, de nuestra audacia o de nuestra inhumana astucia. Si nos derrotan, ¿qué importa lo que se diga de nosotros? No estaremos aquí, Castelli, para escucharlos, ni en ningún otro lado que no sea dos metros debajo de donde crece el pastito de Dios”.
Las instrucciones “reservadas” a Castelli (12 de septiembre y 18 de noviembre), por su parte, señalan: “En la primera victoria dejará que los soldados hagan estragos en los vencidos para infundir temor en los enemigos… en cada pueblo donde llegue averiguará la conducta de los jueces y vecinos, los que se hayan distinguido en dar la cara contra la Junta serán remitidos a las provincias de abajo (la actual Argentina)”.
Epílogo
El 31 de julio la Junta dicta un decreto de “medidas extraordinarias” a propuesta de Moreno mediante el cual se confiscan bienes de quienes se ausenten, castiga a quienes tuviesen armas del Rey, los que propalen rumores y a quienes mantuvieren correspondencia “sembrando divisiones”. Saavedra no lo firma. El 10 de setiembre el gobernador de Montevideo, Soria, ordenó el bloqueo de Buenos Aires y el litoral occidental del Río de la Plata.
Al instalarse, la Junta se hallaba rodeada en la propia Ciudad de Buenos Aires por fuertes centros contrarrevolucionarios: el Cabildo, integrado mayoritariamente por comerciantes vinculados directamente a Cádiz y su sistema, los jerarcas desplazados, el ex Virrey y los miembros de la Real Audiencia y Montevideo. Moreno rápidamente desbarató toda posible acción de estos focos de resistencia.
En 1843, Nicolás Rodríguez Peña explicaba a Vicente Fidel López: “Castelli no era feroz ni cruel. Obraba así porque estábamos comprometidos a hacerlo así todos, lo habíamos jurado (¿el Plan?)… ¿Que fuimos crueles? ¡Vaya con el cargo!… Salvamos a la Patria como creíamos que debíamos salvarla ¿Habría otros medios? Así sería: nosotros no los vimos ni creímos”.
Edmundo Burke advirtió que el exceso de abogados era uno de los mayores peligros que afrontaba el dominio colonial británico en Inglaterra “cuando grandes honores y emolumentos no adscriben ese conocimiento al servicio del Estado se convierte en un formidable adversario del gobierno”.
En las colonias españolas estos grupos sociales estaban dispuestos a llegar hasta el fin con toda energía para apoderarse del Estado, mucho más consecuentemente que los hacendados o comerciantes cuya urgencia no era tan grande por cuanto contaban con el poder económico. La intencionalidad del Plan de Moreno era borrar a la burocracia virreinal y sus aliados -tal era el objetivo de la revolución política.