Segunda parte del análisis en torno a las causas y posibles efectos de la intervención occidental en Mali. En este caso el repaso de las alianzas políticas y las estrategias que se dieron las grandes potencias de cara al conflicto.
Los intereses económicos de las potencias occidentales en la Françafrique no bastan por sí solos para explicar el comienzo de una nueva guerra. El caso malí tiene una historia muy profunda, que tiene que ver con alianzas políticas estratégicas antiguas y nuevas y con el discurso de la ‘lucha contra el terrorismo’ como bandera. De allí el rol de las comunidades internacionales africanas, la ONU y su Consejo de Seguridad y los gobiernos centrales.
Amigos y enemigos
El actual presidente de la Comunidad Económica de Estados de África Occidental (CEDEAO por sus siglas en francés) es el mandatario de Costa de Marfil, Alassane Ouattara, economista formado en las oficinas del Fondo Monetario Internacional (FMI) y del Banco Central de los Estados de África Occidental (BCEAO). La CEDEAO enviará en las próximas semanas un contingente plurinacional de soldados en apoyo a las tropas francesas que serán entrenadas por 200 oficiales enviados a Mali por la Unión Europea.
Ouattara debe su sillón presidencial justamente a la intervención en 2010 de la UE, Estados Unidos, la ONU y Francia en la guerra civil comenzada a partir de las acusaciones de fraude en su contra. En ese momento, Francia bombardeó la casa presidencial para poner a Ouattara al mando de uno de sus Estados socios. El actual mediador de la CEDEAO es el presidente de Burkina Faso, Blaise Compaoré, militar formado por el ejército francés que llegó al poder tras un sangriento golpe de Estado en 1987, y desde entonces se mantiene con el apoyo de París.
Estos son los dos principales ‘jugadores’ del socialista Hollande en la región. Con ellos, y los aliados occidentales -que de todas formas por ahora no piensan embarrarse los pies en el campo de combate-, Francia lanzó su cruzada contra el terrorismo islámico en Mali, aunque la historia es un poco más compleja.
La desestabilización de Mali comenzó a finales de 2011, cuando el Movimiento Nacional de Liberación del Azawad (MNLA) retomó a la lucha armada. Se trata de un grupo nacionalista laico, liderado por los indígenas tuareg, que busca la independencia del Azawad, una enorme porción de territorio desértico que incluye las regiones de Tombuctú, Gao y Kidal y parte del este de Niger.
Si bien la mayoría de los tuareg se encuentran en Mali, hay comunidades de varios cientos de miles en Argelia, Niger y hasta Libia. Es aquí donde el MNLA, cuyos combatientes se movieron para defender a Gadafi ante la invasión occidental -también guiada por Francia-, consigue las armas para llevar adelante la ofensiva contra el gobierno de Bamako (capital de Mali). En pocos meses el MNLA derrotó al ejército regular malí, declarando la independencia del Azawad en marzo de 2012.
El presidente Amadou Toumani Touré, conocido como ATT, ordenó a su ejército, previamente entrenado por el Pentágono ante la ‘amenaza terrorista’ del MNLA, avanzar sobre los rebeldes aún desarmados, prometiendo que el equipamiento llegaría “en breve”. Es así como se produjo el motín que derivó en un golpe de Estado liderado por Amadou Haya Sanogo, oficial de infantería formado en Fort Benning, Georgia, y parte del programa de Cooperación en el Contraterrorismo Trans-Sahara del Departamento de Estado Norteamericano. Sin embargo su toma del poder no fue reconocida por ningún Estado, y se vio obligado a ceder el mando a Dioncounda Traoré como presidente y al ex jefe de Microsoft en África, Cheick Modibo Diarra, como primer ministro.
Este gobierno resultó ser extremadamente débil. Primero el arresto de Diarra, y luego el atentado llevado a cabo dentro del mismo despacho presidencial contra Traoré, precipitaron la situación. En medio de la inestabilidad política, el MNLA perdió el control de las zonas que había conquistado a mano de tres grupos islamistas que impusieron la Sharía -ley islámica- en el Azawad.
Esta fue, en definitiva, la excusa para soltar las bombas ‘socialistas’ sobre Mali. Los grupos que combaten en la zona, además del MNLA, son tres: Ansar ed-Dine (“Defensores de la Fe”), grupo tuareg escindido del MNLA y liderado por Iyad ag Ghali, ex cónsul malí en Arabia Saudí, expulsado por sus relaciones con la yhiad; el Movimiento por la Unidad y la Yihad en África Occidental (MUJAO); y al Qaida en el Magreb Islámico (AQIM), la más perseguida por los ejércitos occidentales, liderada por Mokhtar Belmokhtar, yihadista en el Afganistán de los años ochenta.
La intervención en Mali ya disparó las reacciones de Al Qaeda en Argelia, hecho que podría expandir los frentes de combate, y podría beneficiar a Occidente para agrandar su esfera de influencia gracias al crecimiento de Al Qaeda en la zona -como lo ha hecho en diversas partes del mundo la estrategia norteamericana-. Según fuentes malíes, los rebeldes, además de contar con el armamento que los tuareg lograron ingresar desde Libia, cuentan con una financiación estable desde hace tiempo. Según la Oficina de Naciones Unidas contra la Droga y el Delito (UNODC, por sus siglas en inglés) el 60% de la cocaína producida en América Latina con destino Europa pasa por Mali, donde redes narcotraficantes la redistribuyen en base a su país de venta.
Los actores de este conflicto resultan ser entonces un gobierno casi inexistente, grupos yihadistas de diferente índole, y peleados entre sí, y una coalición guiada por Francia que reúne presidentes africanos adeptos y aliados occidentales. Pero a todos ellos es necesario agregar otros personajes secundarios, pero de importancia. Por ejemplo el Pentágono, que ya ha dado su visto bueno para colaborar con tareas de inteligencia a la invasión y que mantiene alerta su grupo especial del AFRICOM en el continente africano.
EEUU, que también posee fuertes alianzas con gobiernos de la región, como es el caso de Argelia, ve en la aventura francesa una posibilidad de reformular los equilibrios geopolíticos en África, destruidos luego de la invasión en Libia, condición necesaria para esta nueva escalada bélica en Mali.
Las organizaciones ‘terroristas’ que occidente quiere aniquilar allí, tienen los mismos orígenes salafistas que las que son financiadas y apoyadas por EEUU y la UE en Siria. Es decir, la teoría de la ‘guerra global contra el terrorismo’, pierde todo fundamento.
El consejo de seguridad de la ONU es otro de los actores de esta dramática situación. En estos días se encuentra empeñado en encontrar una salida legal que ampare la intervención francesa en Mali, sin que se contradiga con lo actuado por la mayoría de los países miembros en la crisis siria. El mismo Ban Ki-Moon admitió ayer que la crisis malí ya se expandió a toda esa región de África, el Shael, y que junto con la crisis en Siria van a ser sus principales puntos en agenda.
Mientras tanto, las consecuencias de la intervención militar se hacen sentir. La Agencia de las Naciones Unidas para los Refugiados anunció que “en un futuro cercano podría haber alrededor de 300.000 desplazados en Malí y más de 400.000 desplazados en países vecinos”.