Por Nadia Fink y Camila Parodi | Foto: Julianite Calcagno
Ahora sí podemos escribir. Ya aguantamos las cábalas, cancelamos mufa y salimos a celebrar. Hoy la alegría invade nuestro cotidiano y, de a poquito, volvemos a nuestras tareas sin olvidar que somos campeonas, campeones del mundo. Somos campeonas y no es cualquier mundial, lo sabemos porque el equipo que estuvo en Qatar logró una representatividad de los gestos colectivos de nuestros pueblos: hoy todo el continente está de fiesta (y no sólo el continente, podríamos decir, sino todo lugar del planeta que se declare “antieuropeo” y “anticolonial”). No sabemos si fue de adentro hacia afuera, porque la unión, la amistad, la alegría, las emociones a flor de piel en el grupo de jugadores, se desparramó por el país, Latinoamérica y hasta los rincones menos soñados como Bangladesh. O si fue al revés y la magia y la mística contagiaron a este equipo que tenía un solo objetivo: que Lionel gane la Copa del Mundo.
Y sobre todo porque, esta vez, el Mundial fue de todes. Y no sólo eso, fue el mundial de las brujas, las niñeces y las abuelas: grupos tan protagónicos como invisibilizados a lo largo de la historia de los mundiales como de nuestra sociedad. En cada sonrisa rebelde, en cada oración y velita prendida, en cada caricia de abuela, se sostuvo la mística y la unión de todo un pueblo.
Las brujas
Es tan ancestral como el mundo mismo. Aun antes de que empezara a rodar una pelotita, las brujas se juntaban para meter fuego, yuyerío, salud y energía para sus pueblos. Pasa que ese fuego que metían ellas asustó tanto pero tanto a los tipos poderosos que eligieron quemarlas, censurarlas, callarlas, tratarlas de impuras. Pero acá no se rindió nadie y, de generación en generación, se sigue pasando cómo curar el mal de ojo, el empacho, el susto, los nervios…
Y este Mundial abrió la puerta para que las brujas salieran a jugar: la curada de ojeado a los jugadores antes de cada partido o en el entretiempo, las velitas prendidas en altares católicos y paganos, donde fueron protagonistas alguna virgencita de la mano del Diego y el Gauchito, que se gana un lugar de santo más reconocido y atraviesa clases sociales y géneros, el ritual de tantas amigas reunidas alrededor de alguna bebida espirituosa y las cábalas repetidas, fueron algunas de las miles formas de estar ahí, de tirar la mejor de las intenciones a este grupo en el que “elegimos creer”, a la mística maradoniana que alentaba desde el cielo y a la alegría de sacar del clóset tanta agua con aceite y tanta cinta métrica escondida en la intimidad.
Las niñeces
Este fue el mundial de las y los pibis, de generaciones y generaciones que crecieron sin saber lo que se siente ganar un mundial. De años y años donde el Mundial 1986, el gol a los ingleses, seguía siendo esa gesta épica que se repetía para mantener esperanza y legado. Y esta vez, la pibada presente en las canchas y en las calles no aceptó el lugar que les da el mundo adulto. Salieron a festejar, la mayoría se compró la de Messi o se la hizo. No importaba cuál: “la original, trucha o la imaginaria”, pero todes quisieron ser por un rato el pibe que soñaba ganar la copa del mundo. Se aprendieron los nombres de los jugadores de memoria, intercambiaron figuritas y conocieron las banderas del mundo.
Y también estuvieron las niñeces ahí en Qatar: las mascotas, quienes acompañan a cada jugador para ingresar al estadio, que surgieron como un intento de lavado de cara de la FIFA para el Mundial 2002 donde las infancias son construidas como sujetos “inocentes y puros”, desafiaron con su alegre rebeldía el rol asignado. En cada sonrisa a cámara, rompiendo la fila para saludar a su héroe y saltando de la emoción por el momento histórico que estaban presenciando. Hijos de jugadores contrarios abrazaron a su ídolo que quedaba afuera de la Copa, hijos que abrazaron llorando a sus padres técnicos y jugadores por otra etapa superada.
Esas niñeces que están ahí, también, que portan un apellido reconocido y que aprenden a seguir en familia el trabajo del padre. Esto fue posible, también, porque jugadores y equipos construyeron una nueva mirada sobre las niñeces, así como sobre sus masculinidades. Campeones del mundo que corrieron al abrazo de sus hijas e hijos antes que cualquier otro gesto. Paternidades que desafían su rol y que están presentes en la escucha.
Y hoy las niñeces, además de su protagonismo, cumplieron un sueño que ya estaba siendo casi karmático. Tienen un puñado de meses, de años, y ahí están, festejando la copa del mundo. Un día les contarán a sus amigas, a sus hijos, a sus nietas, que hubo un día hermoso en el que el tiempo se detuvo y un equipo de amigos y compañeros nos hicieron campeones del mundo.
El Mundial también fue de ellas. No son abuelas ni brujas, pero casi. Durante tantos años se despreció su rol fundamental, tratándolas de “botineras”, “mantenidas”. Y así se invisibilizaron trabajos de cuidados, que se hacen en equipo, en familia; ¡las decisiones que habrán tomado solas; el desarraigo y esa nostalgia por el barrio, para ir de acá para allá siguiendo un sueño que a veces ni siquiera era propio!
En este Mundial, en el que fuimos muchas y muchos más, hubo reconocimiento para ellas por su trabajo, acompañamiento y aguante en la vida de los campeones. Las fotos compartidas, los besos de la Copa… ellas, también, fueron campeonas ante el mundo.
Las abuelas
“¡Abuela, lalalalalá; abuela, lalalalalá!”, es el mantra que junto con “Muchaaaachossss”, nos daba vueltas en la cabeza durante este mes y aumentó a medida que avanzábamos hacia la final. La Abuela de Villa Luro, Cristina (sí, Cristina), fue la que empezó la loca canción que tarareamos hasta el cansancio. Primero fue un grupo de hinchas y después una multitud que iba a celebrar con ella después del pitazo final. “No soy abuela, pero ahora me siento un poco la de todos los argentinos”, dijo en alguna entrevista y así empezó a tomarse a cada mujer más adulta que anduviera por la calle festejando el triunfo albiceleste. No nos sorprende estamos en el país de las Madres y las Abuelas de Plaza de Mayo, las más corajudas de nuestra historia.
Sabemos que las barrabravas son un grupo de tipos que, más allá de cualquier equipo, andan detrás de negociados y todo lo turbio que gire alrededor, pero las y los hinchas, esxs de verdad, son originales y le meten ternura y códigos mucho más piolas que los que vemos, incluso, en espacios más progres. Los hinchas argentinos (y sí, “los” porque son el grupo mayoritario que se ve cantando a abuelas y niñeces) pasaron desde el “Abuela”, el “Manuelita” que se mandaron en un subte en Qatar porque un niño pequeño se asustaba de los gritos, hasta la generosidad con la que cuidan a las niñeces en los festejos masivos.
Ese puñado de grupos que vienen teniendo un protagonismo inédito y que es posible gracias a la perspectiva que nos metió el feminismo en nuestra acción y en nuestros corazones le trajo magia, amor y aguante a esta estrella que ya anda brillando en las camisetas. Y nos vamos con una última que no podemos soslayar en nuestros festejos. el famoso: “necesito subirme a un lugar alto” donde los besos fueron los protagonistas en altura, en este, nuestro Mundial, en el que hubo lugar para todes.