Por Facundo Gómez. En su nouvelle El mosto y la queresa (2012), Mario Castells construye minuciosamente una ficción sobre la sociedad paraguaya en la que la lejanía se vuelve oportunidad de creación y reflexión.
Mario Castells (Rosario, 1975) es un escritor que hace tiempo viene pensado y discutiendo las principales problemáticas políticas, sociales y culturales del Paraguay, la patria de sus padres. Unido al país mediterráneo por firmes lazos de identidad y pertenencia, Castells ha desarrollado una tarea intelectual que aborda la realidad paraguaya desde distintos géneros y perspectivas. En 2010 publicó en colaboración con Carlos Castells el ensayo Rafael Barrett, el humanismo libertario en el Paraguay de la era liberal (Centro de Estudios de América Latina) y en 2011 el poemario Fiscal de sangre, sobre la Guerra Grande de 1964, firmado con el heterónimo Juan Ignacio Cabrera y editado por el sello independiente La Pulga Renga. Con El mosto y la queresa (Editorial Municipal de Rosario, 2012), su última novela corta, ganadora del Concurso provincial “Ciudad de Rosario”, Castells aborda en clave narrativa la comunidad paraguaya que sobrevivió, entre bañados edénicos y violentos despojos de tierras, los años finales de la dictadura de Stroessner.
En la tradición de los mejores narradores orales, Mario Castells fascina y engaña. Arrastra al lector en una sucesión de divertidas anécdotas para perderlo en un territorio cruzado por múltiples coordenadas políticas, geográficas y literarias. En principio, promete un divertido paseo por los campos paraguayos de principios de la década del 80, junto a Emigdio Rivarola, el protagonista, un pícaro aventurero que se esfuerza por conseguir el amor de Reina Irala, la hija de una familia acomodada de la región del Ñeembucú. No le será fácil: a la diferencia entre clases se le sumará una atmósfera social atravesada por fiestas y habladurías populares, enemistades políticas y férreos códigos de honor. La combinación justa para lograr una novela llena de intentos fallidos y episodios jocosos. El narrador cumple, pero también estafa, porque el texto termina siendo menos una divertida picaresca que la construcción de un espacio ficcional propio.
El principal logro de Castells reside en trazar y poblar ese territorio mestizo desde sus cimientos: el lenguaje, la perspectiva narrativa y el imaginario cultural se encuentran artesanalmente organizados en la novela. De la fluida y compleja confluencia entre la tradición culta y la tradición popular se desprende el dinamismo y el ingenio de la historia, relatada por el hermano menor de Emigdio. Este narrador, que es cómplice y testigo de ese pasado de leyenda, recrea desde un presente nostálgico las aventuras míticas del hermano, que él había en parte visto y en parte escuchado. Esta inflexión es central: nos pone frente a un texto que ficcionaliza la nostalgia de un arquitecto paraguayo, radicado desde los once años enla Argentina, que vuelve a los parajes rurales de su infancia a través de la reconstrucción de lo que él mismo llama la “retahíla de anécdotas impertinentes” de su hermano.
“Para otras culturas, la lechuza es un ave que simboliza el juicio, la razón. En tierras guaraníes, sin embargo, el chistido del suinda es un mal augurio” (60), explica el narrador, impidiendo posibles lecturas ingenuas que lo coloquen como un campesino que cuenta la infancia de su hermano o un escritor que celebra las ocurrencias de un pícaro campesino paraguayo en su propio idioma. Quien relata se coloca como un traductor, un contrabandista que pasa productos de un lado al otro del río. El ejemplo más claro de esta operación es el lenguaje elegido para narrar la historia. El mosto y la queresa se sostiene por una ingeniosa reconstrucción del jopara, el idiolecto más popular de la comunidad paraguaya, una mezcla de distintas inflexiones del guaraní y el castellano, la lengua oral en la que se establecen la comunicación y las relaciones sociales del pueblo, por fuera de los ámbitos formales, estatales o académicos. Siendo reflejo de los profundos conflictos y riquezas culturales del país vecino, el jopara instala la ficción en una sociedad concreta, con una cosmovisión determinada, pero enseguida la relaciona con otro universo histórico: el de los lectores, quienes pueden seguir las aventuras de Emigdio sin perderse en las voces y sentencias desconocidas. Así, la frases en jopara están traducidas entre paréntesis o parafraseadas en español, acompañando al lector mientras éste se sumerge en el universo ficcional y lingüístico de la novela.
Junto con esta retórica mestiza, Castells elige una perspectiva: la de un afuera histórico que se reclama parte de ese adentro lejano pero propio. La invención del narrador, que reconstruye la historia de su hermano desde una ciudad argentina, y la misma biografía del autor, permiten inscribir su texto en el linaje de las novelas del exilio, el conjunto de obras más fértiles de la literatura paraguaya, que sugestivamente fueron escritas fuera del país y sostienen con su realidad nacional una mirada interiorizada pero distante. Desde este marco, la novela propone continuar la búsqueda estética de los grandes autores del exilio, como Gabriel Cassacia y el monumental Augusto Roa Bastos, actualizada con enfoques y problemas de la más urgente contemporaneidad. La propuesta de Castells es elocuente: evitando la picaresca de trazos gruesos o el regodeo chabacano, sin los somníferos y fatuos lastres del testimonio o la seriedad, El mosto y la queresa insiste en representar la problemática realidad paraguaya, acompañándola desde la ficción con una revisión original de sus traumas y desafíos pasados, y también de sus realizaciones y posibilidades futuras.