Por Federio Orchani – @fedeorchani
El sábado pasado, el presidente Mauricio Macri inauguró la Exposición Rural 2017 en el predio ubicado en el barrio porteño de Palermo, adquirido a precio vil por la Sociedad Rural Argentina (SRA). Con un discurso fuertemente político y programático, Macri jugó de local, “en el patio de la casa” como diría Juan Román Riquelme. El primer mandatario, acompañado de Horacio Rodríguez Larreta y María Eugenia Vidal, gobernadores de la Ciudad y la provincia de Buenos Aires respectivamente, juró “batallar a la mafia”, dijo que “nunca más las obras serán sinónimo de corrupción”, y pidió -en claro tono electoral- “no volver al pasado”. Hasta se dio el lujo de homenajear al “Momo” Venegas, fallecido dirigente de la Unión Argentina de Trabajadores Rurales y Estibadores (UATRE), gremio que protege el trabajo esclavo.
La estrategia de Cambiemos es mostrar a los “ganadores” del modelo para contrastar la reciente ola de despidos y suspensiones, el constante deterioro de la situación de los sectores populares producto de la inflación –en julio podría ser del 2 %- y el impacto de los sucesivos tarifazos. Para Macri, mostrarse junto a las patronales del agronegocio, uno de los sectores beneficiados por la quita de retenciones y el “dólar alto”, es parte de la estrategia discursiva de “el cambio ya empezó, aunque todavía no llegó a todos”. Esa mayoría del “todos” se encuentra en el decisivo conurbano bonaerense, pequeño detalle.
El presidente insiste con la “reactivación de la economía”, respaldado por algunos datos. Según Carlos Pagni en el diario La Nación, “hay una reanimación de la construcción de 17%, la estrella de esa recuperación es el Estado, por la obra pública”. El objetivo del gobierno nacional es mostrar -números en mano- que hay un mayor dinamismo de la economía en comparación a igual período del año pasado. La tesis de Pagni es que desde la vuelta de la democracia, “los grandes éxitos políticos: el menemismo y kirchnerismo estuvieron ligados a un aumento significativo del consumo y al retraso cambiario”. La realidad es que la percepción de la gente no abona la teoría de que el gobierno esté preocupado por la reactivación del consumo. El efecto recesivo de la actividad económica es tan pronunciado que para algunos economistas puede explicar una no disparada mayor de la inflación.
Cambiemos apuesta a los pilares estratégicos que sostienen “el modelo M”: la actividad extractiva (agronegocio y minería), el sector financiero que se beneficia por la política desregulatoria del Banco Central y los sectores vinculados a la obra pública, relacionada directamente con la familia Macri. El otro pilar es la “familia militar”, que deberá esperar por la impunidad para los genocidas, luego de la masiva movilización en repudio del “2×1”.
Durante el acto en La Rural, Macri afirmó que “el campo es el motor del país” y anunció una próxima reforma impositiva para “sacarle el pie de encima”. Otros gremios agrarios no comparten esta visión, como es el caso de la Federación Agraria, que no participó del acto. Ni hablar de los movimientos campesinos y de pequeños productores, que viven en carne propia los desastres del agronegocio. Además de contaminar ríos y destrozar los bosques nativos, emplea poca mano de obra y en condiciones precarias. Algo similar ocurre con la obra pública.
El impacto parcial y a mediano plazo de la obra pública puede alivianar la situación de algunas provincias, e incluso le puede permitir a Cambiemos hacer pie y ganar las elecciones en distritos claves como Córdoba, Santa Fe y Mendoza. Pero, ¿qué ocurre si el macrismo pierde en un distrito clave como es la provincia de Buenos Aires? En el gobierno ya ensayan respuestas. En el caso de perder “la provincia”, pero ganar en otros distritos claves, Cambiemos sería la primera minoría a nivel nacional. Una respuesta que ya ensayó en su momento el kirchnerismo en las derrotas legislativas ante De Narváez y Sergio Massa pero que suena a debilidad.
En este contexto de constante pérdida y vulneración de derechos, cabe preguntarse: ¿da lo mismo lo que ocurra en las elecciones generales de octubre? ¿Representa el kirchnerismo en su nueva versión el “mal menor”? ¿O expresa meramente la otra cara de la polarización? Interrogantes todos imposibles de ser respondidos solamente a partir de esta elección. La realidad es que millones de personas ven en la figura de Cristina Fernández de Kirchner una forma de ponerle freno a las políticas de exclusión y ajuste de Cambiemos y apoyarán su candidatura. Más relegadas quedan las opciones de izquierda o el progresismo.
La conflictividad social explica en gran parte el éxito parcial del gobierno en imponer una agenda regresiva “a lo Brasil” pero es ingenuo pensar que una elección como la que se avecina, donde se plebiscita en gran medida la gestión macrista, no será decisiva.
Cambiemos necesita de una mayor presencia en el Congreso para desplegar en mejor medida su plan de ajuste. Lo que lleva a pensar qué puede ocurrir después de octubre. Una eventual reforma laboral, la baja de la edad de imputabilidad y demás, necesitan de una relación de fuerzas favorable en la arena legislativa. El oficialismo sabe que necesita tiempo. Una derrota en octubre puede incluso pronunciar el perfil autoritario del Gobierno. Quizá en ese sentido se puedan leer los ensayos –por ahora discursivos- de una reforma que extienda el mandato presidencial o elimine las elecciones de medio término. Si bien parece disparatado, no hay que subestimar las aspiraciones del macrismo. Por algo son la nueva derecha que llegó, junto a una ola conservadora a nivel regional, para barrer con los tenues esfuerzos de los llamados gobiernos post neoliberales. Los desafíos para las organizaciones y movimientos populares son enormes. No hay crisis gestada “por abajo” que no se haya resuelto, o por lo menos condensado, “por arriba”.