Apoyado en su campaña por movimientos populares y sectores de izquierda, en diez meses el presidente peruano llegó a punto de romper definitivamente con el progresismo. Ricardo Jiménez, sociólogo e integrante del Grito de los/as Excluidos/as, dialogó con Marcha acerca de la situación política de Perú.
Para la derecha, era el peligro del chavismo en Perú. Para los cocaleros, el líder de las revueltas de 2005. Cuando Ollanta Humala presentó su candidatura a presidente muchos analistas hablaron del surgimiento de un nuevo progresismo latinoamericano. Y hasta la izquierda y los movimientos sociales lo apoyaron en su carrera hacia la presidencia. Sin embargo, los primeros diez meses al mando dan la idea de que todos se equivocaron.
En un ‘enroque’ de ministros, Humala intenta salvar hoy la imagen de su gestión ante la crisis que significó el pésimo manejo de un caso ligado a la ‘lucha contra la subversión’. En las últimas semanas, el Ministerio del Interior se atribuyó el mérito de haber encontrado el cadáver de un soldado abatido por la guerrilla Sendero Luminoso y tuvo que retractarse ante la versión del padre del difunto y los pobladores del inhóspito paraje andino. Y como nuevo ministro del interior asumió el general del ejército en retiro Wilver Calle, expresión del ala derecha y represiva del Gobierno. “Humala se deshizo de los sectores progresistas que habían elaborado su programa de gobierno, y entregó todas las carteras a los neoliberales”, explicó a Marcha Ricardo Jiménez, sociólogo chileno residente en Perú e integrante del Grito de los/as Excluidos/as, una plataforma continental de articulaciones entre movimientos sociales. “Humala llegó al gobierno en contra de los poderes económicos, mediáticos e internacionales, montado en las crisis estructurales del neoliberalismo en el Perú que, a pesar del crecimiento macroeconómico, muestra enormes desigualdades y exclusiones, un centralismo exacerbado, conflictividad social, regional y ambiental, aumento de la corrupción y el narcotráfico y hondos déficit de institucionalidad democrática. Él supo ser el liderazgo adecuado que en el Perú articuló a las inmensas mayorías descontentas o conscientes de la necesidad de una transformación que resuelva estos persistentes problemas, antes fragmentadas, para con su fuerza vencer a esos poderes y alcanzar el gobierno”. Durante los primeros meses, Humala instaló un gobierno de concertación nacional incluyendo tanto a sectores progresistas -quienes obtuvieron la Presidencia del Consejo de Ministros- como conservadores -a cargo del manejo de la economía-. Sin embargo ese equilibrio ficticio estalló. Uno de los momentos de mayor tensión se generó en torno a las protestas de movimientos sociales y partidos de izquierda por la instalación de un proyecto minero de la transnacional Yanacocha, que el Gobierno reprimió de la mano de sus ministros presentados como ‘técnicos’ llamados a resolver problemas puntuales. “Entre los altos funcionarios de todos los ministerios se encuentran apristas, fujimoristas y PPKcistas -ultra derecha neoliberal-”, explicó Jiménez. Y los resultados están a la vista, como ejemplifican los exabruptos del primer ministro Valdés, recientemente confirmado en su cargo, que además de prometer mano dura contra los movimientos sociales -van 7 muertos en protestas en los primeros diez meses de gobierno-, alabó oficialmente a la dictadura de Fujimori, encarcelado hoy por crímenes contra la humanidad.
“Los sectores populares sienten el continuismo de este gobierno y el abandono flagrante de su programa. Sin embargo, las inercias de los años previos todavía son fuertes en buena parte de la población. Humala ha sido líder del descontento desde 2005 y satanizado por eso por la misma prensa de los poderes económicos que hoy lo aplauden y el propio gobierno hace esfuerzos por no romper del todo con esa imagen, aún cuando la tendencia es cada día más clara”.
El mantenimiento de los cuestionados funcionarios abriría así una puerta hacia la derechización definitiva del gobierno de Humala y su esposa que, según Jiménez, ejercen un “cogobierno donde todo depende de la pareja presidencial y la cercanía o confianza de ésta es finalmente el principal ‘mérito’ para ocupar los cargos”. Lejos quedaron los cocaleros que le hicieron la campaña. “Su programa ofrecía un nuevo tratamiento al problema del narcotráfico, no centrado únicamente en la erradicación de hoja de coca y la criminalización y persecución del campesino cocalero, sino en reprimir fuertemente los químicos que transforman la hoja de coca en droga y en perseguir eficazmente a quienes lucran y lavan el dinero del negocio. Esta política fue abandonada para continuar con la mera represión al cocalero y la erradicación de la hoja de coca, que muestra un incontestable fracaso con crecimiento permanente y público de la producción de droga”.
Es decir, un fujimorismo renovado del que el sociólogo resalta la “injerencia norteamericana con tropas y asesores, oferta de ‘recompensas’ públicas por los líderes subversivos y permanentes injerencias públicas de la embajadora norteamericana en los medios, que presentan como ‘natural’ esta falta de soberanía”.
Según Jiménez, el desafío para esos movimientos populares que apoyaron su candidatura y se encuentran hoy con un pié en la vereda de en frente es “encontrar un nuevo liderazgo, personal o colectivo, capaz de dar continuidad a la articulación amplia que logró Humala pero en base al programa de cambios que él ha abandonado y hoy en muchos puntos rechaza. La potencialidad popular, demostrada justamente en hacer ganar a Humala el gobierno, a pesar y en contra de todos los poderes fácticos, está intacta y cuenta con la experiencia unitaria de la campaña electoral”.
El panorama se presenta entonces como muy complicado para los sectores progresistas y la izquierda, que ven crecer desde adentro del mismo gobierno que ayudaron a formar la represión de los conservadores. Un divorcio que parece ya anunciado, en un momento de crisis institucional que podría redibujar el mapa político peruano en las próximas semanas.