Por Ariel Hendler. Entrevista a Eleonora Eubel, la única “cantautora” local de jazz en castellano, con algunos toques en mapuche.
Dorothea Lust no se privó de nada. Formó parte del elenco del El Ángel Azul, película legendaria del cine alemán protagonizada por Marlene Dietrich; y después de la guerra, como muchos artistas, emigró a Estados Unidos. En el barco que la llevaba de Hamburgo a Nueva York tuvo como vecino de camarote al compositor Kurt Weil, que le enseñó a cantar las canciones de La Ópera de los tres centavos, compuesta junto a Bertold Brecht. Ya en Estados Unidos, Dorothea conoció y se puso de novia con Juan Tizol, el trombonista puertorriqueño de la orquesta de Duke Ellington, junto a quien aprendió el castellano. Eso fue lo que le permitió, después de muchos años de idas y vueltas, terminar sus días como profesora de música en una escuela alemana de Temperley, enseñando canciones del folclore argentino. Jamás se enteró de que su vida bohemia en los años de la República de Weimar inspiró el argumento de la película Cabaret, en la que Liza Minelli se metió en la piel de la ignota Dorothea.
Esta historia es la que cuenta el espectáculo Cabaret Berlín, en el que la cantora de jazz argentina Eleonora Eubel, de ascendencia alemana, combina la narración de la biografía con las canciones correspondientes a cada episodio. Pero todos los que a la salida del show en el Virasoro Bar, de Palermo, quisieron googlear a Dorothea Lust, se quedaron con las manos vacías. Es lógico, porque la historia entera es una invención de Eubel. O mejor dicho: más que invento, es la summa de sus raíces e influencias musicales.
Eleonora Eubel, ahora sí, nació en Argentina a causa de otro avatar histórico: su padre fue uno de los sobrevivientes del acorazado Admiral Graf Spee, que en 1939 combatió y fue hundido por buques de guerra británicos en la Batalla del Río de la Plata. Instalado en Argentina, trabajó en la cervecería Quilmes y se casó con la hija de un ex combatiente republicano de la Guerra Civil Española. Ese fue el magma de razas, culturas e ideologías de la que se nutrió Eleonora durante su infancia y adolescencia en el sur del Conurbano, y al que le sumó su pasión –no heredada de nadie– por el jazz. Cantó con la Fénix y la Creole Jazz Band, fue número fijo en la bodega del Café Tortoni, y el año pasado editó su cuarto disco solista, Por el aire, acompañada por un trío eléctrico de guitarra, bajo y batería más un cornetista invitado. Este trabajo la posicionó como la única “cantautora” local de jazz en castellano, con algunos toques en mapuche.
-¿Cómo se te ocurrió eso de componer y cantar jazz en castellano, después de tantos años de hacerlo en inglés?
-Fue un proceso que tuvo varias etapas. Primero empecé a componer en inglés sobre realidades argentina, a raíz de que en medio de la crisis de 2001 vi por la CNN a un manifestante en Plaza de Mayo con un cartel que decía “We are hungry” (tenemos hambre). Tomé conciencia de lo importante que son esos canales para emitir mensajes, entonces empecé a escribir canciones con temática testimonial en inglés para cantar en mis espectáculos, porque yo venía de cantar casi exclusivamente standards. Una de las primeras que compuse está dedicada a Víctor “Frente” Vital, un pibe chorro de San Fernando al que mató la policía y se convirtió en una especie de santo patrono, un Gauchito Gil de los pibes chorros… Cuando lo explicaba en castellano en los shows, al público no le caía muy bien que digamos.
-¿El público de jazz no tiene nada que ver con esas inquietudes sociales?
– No, para nada. Pero lo paradójico es que el jazz sí tuvo siempre una actitud combativa. La ópera jazz Porgy y Bess (de George e Ira Gershwin) cuenta el romance entre un tullido que vive de pedir limosna y una prostituta, una historia amor bien testimonial en medio de la pobreza. Otra canción que compuse, Who’s That Woman?, en respuesta a Who’s That Girl?, de Madonna, cuenta la historia de una mujer que trabajaba en mi casa cuando era chica, y en un verso hablo de su sonrisa de oro (smile of gold), porque ahorraba en dientes de oro: se los arrancaba para que le pusieran coronas, así que tenía todos sus ahorros en la boca. Pero las letras son poéticas, no son literales.
-¿Creés que hay que recuperar esa actitud contestaría en el jazz?
-En realidad, esa actitud siempre estuvo presente en la música. el jazz siempre fue reacio al establishment blanco, siempre tendió a romper con lo establecido. Así fue como nacieron el be bop y el free, como reacción al gusto de los blancos.
-¿Y cómo te lanzaste a cantar en castellano?
-Fue casi por accidente. Cuando me postulé para actuar en un festival de jazz en Montreal me preguntaron si cantaba en castellano, porque en inglés ya tenían un millón. Sentí que ese episodio ínfimo me daba el permiso que estaba buscando sin saberlo, y me abrió a un concepto más amplio de lo que es el jazz. En Argentina nadie lo hacía, no había antecedentes de cantar jazz en castellano, salvo canciones de comedias musicales (recién ahora lo está haciendo Roxana Amed). Eso me cambió completamente la sonoridad de la música, porque empecé a fusionar con el folclore que había aprendido de chica en el colegio Holmberg de Quilmes, y con las bagualas, que conocí más tarde y a veces aparecen en mis canciones como estribillos.
-Algo llamativo en tu último disco, con el grupo eléctrico, es la forma en que cantás sobre una base muy cohesionada pero al mismo tiempo muy flexible, eso que llaman groove, que puede acompañarte adonde se te ocurra ir con la voz…
-Sí, tal cual, es como un aglutinante que me da plafond para construir la melodía e improvisar. De hecho, hay partes del disco que son improvisadas. Eso es el resultado del ensamble de un grupo de instrumentos y voces. Las cuerdas, en este caso la guitarra eléctrica, boceta la música y la voz es casi como una cuerda más. Entonces, cuando se produce la amalgama, hay groove.
-Varias canciones incluyen palabras en mapuche, ¿tenés una relación especial con esa cultura?
– Viví cinco años en Bariloche, y tuve mucho contacto con la comunidad mapuche. Los escuché cantar por primera vez en una guitarreada, recitando poemas, y su lengua me sonó como si fuera la lengua del paisaje: las montañas, el cielo, el lago, el viento. Pero no sé decir una frase entera en mapuche, así que empecé a tomar algunas palabras que me inspiraban, como kultrun, que un tamborcito que se usa para las invocaciones, o Ñamkupangui, el puma-águila, que es un símbolo casi universal. Las uso por su sonoridad, su musicalidad, como si fueran mantras.
-¿Qué hacías en Bariloche?
-Fue como un exilio interno durante la dictadura, pero no por mí sino por “Grillo” (Norberto) Frontini, mi pareja, que había formado parte en los años 60 del Ejército Guerrillero del Pueblo, de Jorge Masetti, y estuvo preso varios años por eso. Seguía estando muy marcado, aunque ya había rato que se dedicaba a la fotografía y no militaba más. Pero no tenía pasaporte como para salir del país, así que yo me quedó por él.
-¿Cómo se llevaba un ex guerrillero con tu padre, que combatió en los ejércitos de Hitler?
-En realidad, mi papá no era nazi, para nada. Igual, no veía muy bien que digamos la relación. Tenía cosas muy contradictorias. Por un lado, yo crecí convencida de que pertenecía a una raza superior, pero, por otro lado, él me contaba que en el Graf Spee, antes de atacar a un barco enemigo, todos, hasta los más altos oficiales, hacían cola para ir al baño…
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“Por el aire”. Eleonora Eubel + Trío (Acqua Records, 2011)
Eleonora Eubel (voz y composición), Enrique Mendoza (guitarra, arreglos y composición), Julián Montauti (contrabajo), Carto Brandán (batería). Invitado, Enrique Norris (corneta)
Cabaret Berlin. Eleonora Eubel (voz), Sophie Lüssi (violín), Paula Shocron (piano), Rodrigo Agudelo (guitarra), Juan Bayón (contrabajo).
Virasoro Bar, Guatemala 4328 (CABA). Miércoles 19 y 26 de setiembre, 21.30. entrada: $ 40.