Por Juan Manuel De Stefano
Gallardo trasciende las fronteras de los entrenadores terrenales. Toma decisiones, hace cambios y mueve piezas con una tranquilidad y seguridad asombrosas. Es el único imprescindible de este River.
Crack. Fuera de serie. Estandarte. Piedra filosofal. Caudillo. En Italia le dirían Fuoriclasse. Lo cierto es que la magnitud del trabajo de Marcelo Gallardo en River lleva a que cualquier calificativo parezca insuficiente. Y no se trata de los resultados exclusivamente, hay que analizar el final de la historia. Al fin y al cabo llegó a un River que venía de salir campeón con Ramón Díaz y lo mejoró notoriamente jugando un fútbol de alto vuelo y sorprendiendo a propios y extraños.
Goleadas, fútbol ofensivo, toques, rotación, inclusive se ganó el mote de practicar el tan mentado “fútbol champagne”. Pero esos primeros meses de galera y bastón fueron mutando por varias razones: la cantidad de partidos, jugar Copa y campeonato con un plantel corto y porque los rivales fueron descubriendo cómo jugaba. Y ahí se vio lo mejor del entrenador. Cuando la causa no se descarrila y el andar es óptimo, el buen momento disimula errores, los maquilla o, inclusive, los hace desaparecer.
En las malas (así en el fútbol como en la vida) se ve la madera de cada protagonista, se aprende de los errores, se es más ingenioso, se busca la variante para torcer el rumbo. Gallardo le puso su sello a un club que no ganaba copas y que flaqueaba en los momentos clave de los torneos internacionales. Pasó la prueba con creces al dejar en el camino a Boca, lo que incluía una racha adversa que quebró aquel equipo. Ganó la Sudamericana y dejó de lado un karma que llevaba clavado en su larga vida deportiva.
En esta Copa Libertadores se repitió la historia: Boca pero esta vez en octavos, y el resultado fue el mismo. Pero habíamos asegurado que no íbamos a analizar con el resultado puesto. Gallardo está entrando a un club de notables, de elegidos, de entrenadores que superan la media. Ocurre que el Muñeco se está cansando de acertar en cambios, planteos y elección de los refuerzos. ¿Cuántos entrenadores se peleaban por el lungo Alario? Más aun: redobló la apuesta y lo eligió por sobre Cavenaghi para jugar la semifinal y el Flaco cumplió con creces.
La distinción entre un buen entrenador y uno que lo supera por uno o dos escalones se divide en varios ítems. Uno es el temperamento que le inculca en la semana, la preparación táctica y estratégica, la elección de los jugadores y el manejo del grupo. Pocos son tan determinantes y tienen la influencia necesaria para cambiar el rumbo de un partido. Podemos nombrar a Bianchi en Boca y Vélez, Veira en River y en San Lorenzo, el Simeone del Atlético Madrid, para ir a ejemplos contemporáneos. Hay orientadores que son importantes en el comienzo de un ciclo, en la conformación del grupo, en el día a día o en algún encuentro en particular. En el caso del Muñeco su dominio de la situación es inusual para alguien de su edad y por la importancia del lugar que ocupa.
La experiencia anterior de Gallardo fue en Nacional de Uruguay y resultó muy positiva. Igualmente el merito de Francescoli y la dirigencia de River es incuestionable. Tabaré Viudez resultaba un ignoto jugador para los argentinos, que el técnico se cansó de pedir para su equipo. No pudo incorporarlo en el libro de pases anterior y con la ida de Teo llegó a River. Ante Guaraní fue clave y con la confianza que le dio Gallardo puso 3 pases gol en 22 minutos y demostró una personalidad y categoría que pueden resultar claves para la final.
El manejo de la situación de Pablo Aimar fue claro, sin manoseos para el jugador y pensando en lo mejor para el plantel y para el propio payaso. Teófilo Gutiérrez se quiso ir y nadie se lo impidió. Lo importante es el club, no un jugador en particular, se llame como se llame. No hay dudas ni conflictos, las decisiones se toman y el grupo siempre se muestra unido.
Mora y Sánchez volvieron con una mano atrás y otra adelante, y hoy son figuras claves del equipo. Gallardo creció muchísimo en poco tiempo, supo capear los temporales que lo azotaron y salió airoso siempre. Le agrega cosas a los jugadores y al equipo en todo momento. Su tranquilidad y sentido común son casi una isla en el fútbol argentino. Su pragmatismo es clave para seguir superando obstáculos. Lo cierto es que se ajusta a una idea de juego pero puede variar para conseguir un resultado o jugar como más le conviene. No cambia radicalmente su filosofía de juego, la mejora y mantiene la base.
Es decir: River no va a ganar jugando con seis defensores y sacándola de punta para arriba. Las convicciones se mantienen a rajatabla. Para trazar una comparación en cuanto a juego y resultados, podríamos marcar las diferencias entre Arruabarrena y el Muñeco. La campaña del Vasco es muy buena en números y en rendimiento. Pero la diferencia radica en los encuentros trascendentales entre ambos equipos, que justamente, fueron más definitorios que nunca por encontrarse en copas internacionales. Salvo el 2 a 0 en la Bombonera por el torneo local previo a la serie por la Copa, el duelo terminó con un triunfo claro y abrumador.
Es un técnico que gana partidos y campeonatos con su proceder, sus formas y sus cambios. Con su capacidad y sus logros está llamado a ser uno de los grandes técnicos del fútbol argentino y en pocos años dirigir el seleccionado. Hay muchas razones y personas importantes en este proceso restaurador de River, pero el nombre de Marcelo Gallardo brilla bien arriba. Y no es casualidad, por eso le llaman: el hacedor.