Por Ezequiel Adamovsky.
En esta nueva entrega de los Fragmentos de historia popular argentina que publicamos mensualmente, nos dedicamos a los primeros pasos políticos de Juan Domingo Perón en la Secretaría de trabajo y Previsión luego del golpe de 1943 hasta el histórico 17 de octubre de 1945.
Para el movimiento obrero, el golpe de Estado que en 1943 puso fin al régimen fraudulento de los conservadores no pareció traer en un principio demasiadas novedades. El nuevo gobierno fue encabezado por un grupo de militares de ideas nacionalistas que veían con preocupación la posibilidad de que, luego de que concluyera la Segunda Guerra Mundial, el comunismo hiciera grandes avances en todo el mundo, incluyendo la Argentina.
En su opinión, el carácter marcadamente antipopular de los conservadores no hacía sino llevar agua al molino comunista. Había que preparar al país para resistir ese avance –pensaban- y para ello era necesario un Estado que se ocupara mucho más de las demandas populares.
Por otro lado, también les preocupaba la debilidad militar de la Argentina frente a su mayor rival en la región, Brasil. Para estar en condiciones de defenderse si había una guerra con el vecino país, además de la unidad nacional, era preciso un desarrollo económico mucho mayor que el que había hasta entonces, particularmente en la industria pesada. Las políticas que los conservadores venían implementando no eran suficientes: era necesario un papel más activo del Estado en la economía.
Con esas preocupaciones en mente fue que se produjo el golpe de 1943. Su programa de gobierno era industrializar el país y restaurar la unidad nacional mediante políticas sociales más inclusivas dirigidas hacia los trabajadores. Con el mismo fin también otorgaron a la Iglesia un lugar central en la educación y en la vida pública, con la esperanza de que contrarrestara la influencia izquierdista. Entre las primeras medidas de gobierno estuvo el incremento en la persecución de los referentes comunistas en los sindicatos, pero incluso los sindicalistas moderados sufrieron acosos.
Mientras todo esto sucedía, el Departamento Nacional del Trabajo, ahora redenominado Secretaría de Trabajo y Previsión (STP), recibió mayores atribuciones y comenzó a tomar numerosas iniciativas a favor de los peones rurales, obreros, empleados, técnicos y profesionales asalariados. Al frente de la repartición se designó al coronel Juan Domingo Perón, por entonces un desconocido. En su paso por la STP, Perón promovió varias medidas que superaban las conquistas que el movimiento obrero había obtenido hasta entonces.
Los hostigamientos iniciales para con los sindicatos pronto terminaron (excepto para los comunistas, a quienes se siguió persiguiendo sin tregua). Se invitó a cada uno a enviar asesores que trabajaran de manera permanente en la STP, colaborando en la confección de las nuevas medidas y presentando denuncias de abusos patronales. La secretaría también benefició a algunos sindicatos con subsidios para la ampliación de sus programas de salud y sociales.
La acción decidida de Perón se tradujo asimismo en la expansión de beneficios jubilatorios, mejores indemnizaciones por accidentes de trabajo, aguinaldos, más cantidad de días de vacaciones pagas y nuevas cláusulas de defensa de la estabilidad para varios gremios. Por otra parte, se dispuso la creación de un nuevo fuero judicial, con tribunales del trabajo a cargo de jueces especialmente dedicados a proteger los derechos de los trabajadores.
Pero acaso la medida más importante fue el decreto que reglamentaba y extendía las negociaciones de convenios colectivos por rama de actividad. Este tipo de convenios había beneficiado hasta entonces a pocos gremios y tenía alcances limitados. La nueva disposición hizo obligatoria la mediación del Estado en caso de conflictos; los convenios firmados serían en adelante de cumplimiento forzoso y se dotó a la STP poderes de policía para garantizarlo. La Ley de Asociaciones Profesionales de octubre de 1945, que convirtió ese decreto en norma firme, otorgó también a los trabajadores amplios derechos de sindicalización, incluyendo la protección de los delegados y afiliados contra cualquier represalia de la patronal. Para los trabajadores rurales las novedades fueron incluso más importantes. El Estatuto del Peón promulgado por la STP extendía derechos básicos para un sector que había estado tradicionalmente desprotegido. El congelamiento de los arrendamientos dispuesto por Perón benefició también a los chacareros sin tierra.
Hoy recordamos un Perón fuertemente identificado con los trabajadores y enfrentado con las clases altas. Sin embargo, nada de eso caracterizó sus primeros meses en la función pública. La “justicia social” y la simpatía por los obreros eran motivaciones poco visibles entre quienes dieron el golpe de 1943. Las ideas iniciales del propio Perón comenzaron siendo poco más que las de una cooperación pacífica de los diferentes sectores sociales, sin que se percibiera una clara preferencia por las clases más bajas, ni un antagonismo respecto de las más altas. Todavía en agosto de 1944 se identificó como el mejor amigo de los empresarios en su famoso discurso en la Bolsa de Comercio. No tenía en ese entonces una formación política muy definida: su pensamiento tomaba elementos de su propia educación como militar, del catolicismo social y del nacionalismo.
La febril actividad que Perón desarrolló desde la STP fue inicialmente recibida por el movimiento obrero con desconfianza y frialdad. Los hombres de experiencia sindical ya conocían las prácticas divisorias que otros nacionalistas, como Manuel Fresco, venían explorando desde hacía algunos años. Sabían que muchos de ellos habían aprendido del fascismo italiano la estrategia de conceder algunas mejoras y presentarse como si fueran adalides de las clases bajas, con el único fin de aislar y desactivar las demandas más radicalizadas del movimiento trabajador. Aunque con el correr de los meses Perón conseguiría hacer pie en varios sindicatos, todavía en 1945 estaba lejos de haberse ganado el apoyo de la mayoría del movimiento obrero, muchos de cuyos dirigentes seguían observándolo con desconfianza.
De hecho, para fines de septiembre de ese año la carrera política de Perón y su paso por la STP parecían haber llegado a su fin. En su afán por congraciarse con los trabajadores, el coronel había cosechado un furioso desprecio entre las clases altas y buena parte de los sectores medios. Había fracasado en su intento de conseguir una alianza con los radicales y, aunque apreciara las mejoras obtenidas, la CGT no se decidía a apoyarlo activamente.
A instancias de las entidades patronales y con la ayuda de la embajada norteamericana y de los principales diarios y partidos políticos, durante ese mes la oposición a Perón ganó las calles en manifestaciones multitudinarias. La situación finalmente llevó al presidente de facto, el general Edelmiro Farrell, a prescindir de sus servicios. El 9 de octubre de 1945 Perón fue forzado a renunciar a todos sus cargos y a recluirse en la isla Martín García. Nadie previó entonces (ni siquiera él mismo) que un nuevo actor político irrumpiría en la escena nacional pocos días después para traerlo de vuelta a Buenos Aires, abriendo un curso histórico inesperado que transformaría hondamente la sociedad argentina.
El 17 de octubre de 1945, detenido en la isla Martín García, Perón estaba convencido de que su carrera política había terminado y se preparaba para volver a dedicarse a sus asuntos privados. En Buenos Aires avanzaba la formación de un nuevo gabinete con la tarea de organizar una rápida retirada para los militares que dos años antes habían ocupado el gobierno. Todo parecía indicar que muy pronto se celebrarían elecciones democráticas, que seguramente darían la victoria a la UCR o a alguna coalición de partidos que la incluyera. Sin embargo, ese día la multitud actuó por cuenta propia y cambió el curso “normal” y esperable de la historia.
Fragmento del libro Historia de las clases populares en la Argentina: desde 1880 hasta 2003, Buenos Aires, Sudamericana, 2012.
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