Por María José Giovo desde San Pablo. En la disputa presidencial más cerrada desde el regreso de la democracia, con el 51,64% de los votos Dilma derrotó al socialdemócrata Aécio Neves (48,36%) y consiguió la reelección. En su primer discurso, prometió priorizar la reforma política.
Durante la campaña abundaron los fuertes cruces entre los candidatos que abarcaron denuncias de corrupción, la manipulación de los grandes medios de información, una propaganda electoral desleal y la guerra de las encuestadoras con sus índices de aprobación marcados por la ciclotimia electoral.
El rally se vivió con una pelea cuerpo a cuerpo en donde los seguidores de cada candidato salieron a las calles a manifestarse una y otra vez a favor de sus líderes. Un avance y madurez por parte del pueblo brasileño que no estaba acostumbrado a apropiarse de la escena pública para levantar la voz. Fue gracias a las fuertes manifestaciones sociales que sacudieron al país el año pasado que los analistas remarcan que los brasileños comenzaron un fuerte proceso de politización y polarización.
En ese escenario, comenzó a gestarse una fragmentada campaña electoral. Los programas presentados por ambos candidatos marcaron la diferencia entre dos propuestas de país muy diferentes. Pero fue la posibilidad de que Neves le pusiera fin a los programas y avances sociales realizados por el PT en los últimos 12 años lo que hizo inclinar la balanza en el cierre de la campaña.
Así fue como Dilma se quedó con la reelección y Aécio con un fuerte sabor amargo. Su alianza con la ex candidata Marina Silva (que fue la atracción de la primera vuelta) o la protección que recibió de su mentor político, el ex presidente Fernando Henrique Cardoso, no alcanzaron para ganarle a la presidenta.
Sin embargo, la ajustada victoria de Dilma lleva a analizar el futuro del PT. Si bien la diferencia fue de tres millones de votos, la cifra no se equipara con la gigantesca población del vecino país como al igual que el desempeño electoral que tuvo el PT en años anteriores de la mano de Lula.
Por lo pronto, la región sonríe ante la victoria de Dilma. Prevalece la esperanza de mantener la integración sur-sur para fortalecer una nueva alianza política que deje definitivamente atrás el pasado de la derecha.