Por Tomás Schuliaquer. Un análisis del carácter artístico del fútbol. Los clásicos, los contemporáneos y la pregunta por esta situación en nuestro fútbol.
Jan Mukarovsky es un teórico checo del Círculo Lingüístico de Praga. En sus ensayos sobre la definición de una obra de arte, Función, norma y valor estético como hechos sociales (1936) e Intencionalidad y no intencionalidad en el arte (1943), plantea la diferencia entre el artefacto y el objeto estético. El primero, es el material concreto, que se mantiene estable; y el segundo es la valoración que la conciencia colectiva (determinada por el tiempo, el espacio y el medio social) tiene de ese artefacto. Entonces, lo que afirma el autor europeo, es que es el receptor quien determina qué material es artístico y cuál no. No un receptor individual, sino como parte de un contexto social que determinará la función que tiene determinado objeto.
Así, por ejemplo, el intercambio epistolar entre Cortázar y Pizarnik cumplía, en su momento, con la función jerárquica de posibilitar la comunicación entre ambos escritores. Hoy, cuarenta años más tarde, la función que nosotros, como parte de una conciencia colectiva determinada, le otorgamos a esas cartas, es dominantemente artística. En conclusión, el artefacto (las cartas) se mantuvieron inmodificables y nosotros somos los que cambiamos la recepción de ese artefacto para transformarlo en un objeto estético.
De este estudio de Mukarovsky podemos, a simple vista, establecer algunas conclusiones. Por una parte, la intención es secundaria, no importa el objetivo original de una obra de arte, sino la apreciación que el receptor haga de ella. En segundo lugar, podemos entender que así como cambian las conciencias colectivas, los artefactos que son apreciados como artísticos también van a variar a lo largo del tiempo. Entonces, se justifica que en una colección de arte contemporáneo, se exponga un inodoro con la tapa alta.
En este sentido, un equipo, cuando entra a la cancha, en la cotidianeidad, pareciera no tener otra función, otro objetivo, que el de ganar los tres puntos. Así sucede en Argentina, y también en el resto del mundo. Las formas son las que difieren. Algunos buscarán defender y ganar de contragolpe, otros intentarán manejar la pelota y jugar en el campo rival, pero el objetivo nunca es otro que hacer más goles que el contrario. En consecuencia, se entiende que la intención de los jugadores es ganar. Pero, como señalamos antes, el objetivo de los emisores es absolutamente secundario. Entonces, es nuestra responsabilidad, la de los receptores, definir si el fútbol es o no es arte.
Podríamos pensar que en la adrenalina y en la locura que vive el fútbol argentino, el negocio, la necesidad de victoria y la presión, son las funciones que mandan. Sin lugar a dudas, pensar en el fútbol argentino como arte, hoy en día, sería contradecir a la conciencia colectiva. Sin embargo, hay ciertos jugadores y equipos que logran salirse de esa vorágine e intentan, siempre con el objetivo de ganar, usar métodos más cercanos a la producción de placer para los receptores. Newell´s y Vélez son los ejemplos más claros de eso. Si retrocedemos unos años, el Huracán de Cappa, sin haber conseguido la función primera de ganar, de salir campeón, sí logró emocionar a todos los amantes del fútbol. Entonces, ¿por qué no pensar que ese equipo hizo arte? En el momento la función que predominaba era la búsqueda de la victoria, claro. Pero hoy, tres años más tarde, nos permitimos dejar de lado la intención de los jugadores de conseguir resultados. Hoy, nuestra recepción se olvida de eso porque ya no necesita conseguirlo. Ahora, como ya fracasó en su intento por ganar, podemos disfrutar del buen manejo de pelota, de las paredes, los caños, los goles, la paciencia. No pudo ser campeón, pero consiguió algo mucho más valioso. Logró hacer arte en un ámbito donde parecía imposible. Le recordó al público, fanático irracional, que el fútbol no es sólo ganar y ganar. Hizo reflexionar a los receptores, no hizo pensar en el agridulce sabor de la derrota agradable. La hermosa sensación de saber que se mereció ganar. La incomprensión en su tiempo, propia de los artistas más grandes. No tener el reconocimiento con un trofeo es, sin lugar a dudas, el mayor regocijo del artista, al menos hacia la posteridad. Resentimiento, tristeza y dolor, no hay dudas. Pero también la certeza de saber que lo merecía. De saber que todos saben que lo merecía. Esa sensación, seguro, dura para siempre.
Mukarovsky, en su texto El arte como hecho semiológico (1936), sostiene que la obra de arte es un signo, con ciertas particularidades: tiene una función comunicativa y una autónoma. La primera, se refiere al hecho de que toda obra de arte es creada por un emisor y comunica algo a un receptor. Se diferencia de los otros signos, justamente, por su autonomía. Es decir, el mensaje, lo que se comunica, no entra en relación obligatoria con una realidad concreta. El artista crea una obra pero sin una comunicación preestablecida que debe ser interpretada correctamente por el lector. En realidad, un objeto estético remite al receptor a sus propias experiencias personales. Por lo tanto, si un hijo de desaparecidos leyera la novela Los topos de Félix Bruzzone, sentiría una conexión especial con su propia experiencia, ya que el protagonista pertenece a H.I.J.O.S.
Esto, también, permite hacer una analogía con el fútbol. ¿Cuántos somos los que tenemos un escalofrío cada vez que vemos la apilada de Diego contra los ingleses con el relato de Víctor Hugo de fondo? ¿Cuántos los que nos lamentamos viendo la salida de Riquelme en el mundial 2006? ¿Cuántos los que sufrimos recordando el penal de Alemania en Italia 90? ¿Cuántos que sonreímos viendo videos en Youtube de la selección subcampeona de Holanda del 74? ¿Cuántos recuerdan exactamente lo que hacían el día que Riquelme le hizo el caño a Yepes?
El fútbol, en tanto es un arte, nos conecta con la vida propia. Cada gol, cada pared, cada taco (¿y por qué no cada patada?), remite al receptor a un momento específico de su experiencia personal. Sólo así podemos entender la emoción que nos puede generar un gol después de cuarenta toques del Barcelona, o la piel de gallina cuando Xavi da el pase que nadie vio, o cuando Valdez en vez de rechazar decide dársela a un compañero, o que Busquets siempre esté donde tiene que estar, o que a Iniesta no le puedan sacar la pelota, o que Messi invente algo nuevo y efectivo cada vez que la toca.
Mukarovsky cita a Oscar Wilde, quien sostiene: “Es más bien el observador quien presta mil significados a un objeto bello, lo convierte en maravilloso para nosotros y lo hace entrar en contacto con la época, de manera que aquél llega a ser parte esencial de nuestras vidas”. Entonces, si bien es difícil en el fútbol de hoy, sostenido por las instituciones periodísticas que fortalecen y fomentan el interés por lo extrafutbolístico (que también es extra-artístico), está en nosotros volver a pedir por el fútbol de otras conciencias. Que el fútbol vuelva a ser un arte en Argentina. Que vuelvan los artistas, que los dejen crear, fantasear. Que no gritemos un gol en contra, sino aplaudamos una pared bien tirada. Que la recepción de las masas, divertida y dinámica, pueda ser artística y no triunfalista. Por lo pronto, nos quedan los clásicos. Riquelme, Maradona, Zidane, Ronaldinho, Rivaldo. Y el clásico más grande de la historia, que por suerte, es contemporáneo. La obra de arte de Messi y el Barcelona.