En las últimas horas se desarrolló en las redes un fuego cruzado entre diferentes personas del espectáculo y la política entorno a la supuesta práctica comunista del gobierno actual. En las próximas líneas abordamos cuál es el asidero real de estas acusaciones. ¿El gobierno es comunista? ¿Se está desarrollando una nueva avanzada anticomunista en nuestro país?
Por Agustín Bontempo
“Si esto no es comunismo, ¿qué es?”, lanzó Maximilano Guerra desde sus redes sociales hace tan solo unos días. Desde varias semanas, ya se podía leer a usuarios y usarías de twitter jactarse de un análisis pormenorizado para concluir que el gobierno de Alberto Fernández es comunista aunque con una particularidad: esa característica lo hacía un mal gobierno, en contra de los intereses de los sectores populares.
Sin embargo aquí nos hacemos algunas preguntas: ¿hay una campaña anticomunista en la Argentina? ¿Es el comunismo un mal sistema político? ¿Es el gobierno que encabeza Alberto Fernández de orientación comunista?
Empecemos.
1-La larga marcha anticomunista
Si las y los comunistas han lanzado desde siempre sus cuestionamientos al régimen de explotación capitalista, podíamos esperar que ocurra lo mismo a la inversa.
Lo primero que vamos a refutar desde estas líneas es que se esté llevando adelante una campaña anticomunista. Para ser preciso, no hay ninguna campaña que no sea la continuidad de los incontables intentos de dar por tierra con el comunismo.
Karl Marx y Friedrich Engels avizoraron en las primeras páginas del Manifiesto Comunista que “La historia de todas las sociedades hasta nuestros días es la historia de la lucha de clases”, aportando de esta manera una frase tan clara como irrefutable, al menos al hablar de la historia de las sociedades que conocemos. Esto lo podemos comprobar con una simple mirada sobre los regímenes de explotación que precedieron a las democracias y la conformación de los Estados-Naciones y que por supuesto continúa en nuestros días en cada rincón de la tierra.
Pensemos en algunos hitos. En la Comuna de Paris que se extendió durante 60 días en 1871, se avanzó como nunca antes en la historia en derechos para las y los trabajadores, con reformas que ampliaban derechos, promovían la autogestión de las fábricas, solo por mencionar algunos casos. El ejemplo de la Comuna era perfecto para los sectores populares pero un peligro para el gobierno central, quien luego de enfrentamientos y una represión feroz, dejó trunco aquel proceso. En aquel momento, el anticomunismo se expresaba de esa manera.
En nuestro siglo, tenemos muchos casos pero nos detendremos en algunos de los más emblemáticos. El primero de ellos la Revolución Rusa de 1917, tal vez la más grande de todos los tiempos. En la República de los Soviets que dirigía Lenin y Trotsky, se puso en pie el proyecto más osado de nuestro tiempo. El proceso revolucionario es sumamente apasionante para estudiarlo, sin embargo solo pensemos en las campañas a nivel mundial en contra de este faro, que se daba en una región poco esperada pero que iluminaba las luchas obreras en todo el mundo. Los medios de comunicación ya tenían formatos extendidos y, en general y como ahora, estaban mayoritariamente bajo el control de sectores acomodados (aunque en una escala mucho menor que la actual).
Las razones para que el capital tiemble eran evidentes. No solo era el primer gobierno obrero del mundo, que había derrocado a los zares, que ponía las fábricas y la producción en manos de sus trabajadores y trabajadoras, avanzaba en derechos esenciales como el aborto legal (hecho aun vacante en nuestro país 100 años después). El problema era mayor: ponía de manifiesto que sí era posible una sociedad sin explotadores ni explotados.
De aquel proceso se desprende un período que tiene una mirada en dos sentidos y es el ascenso de Stalin tras la muerte de Lenin y la persecución y proscripción de Trotsky y sus seguidores. El stalinismo es un modelo que abandonó rápidamente el proyecto de la Revolución y sin embargo se constituyó como el polo de oposición al capitalismo en todos los sentidos. El régimen stalinista fue tan brutal que sentó las bases para construir críticas a diestra y siniestra sobre los fracasos del comunismo y su supuesta característica totalitaria. Esa acusación al sistema es falsa pero sin duda dio en la tecla para profundizar las campañas anticomunistas que se expandirían por el mundo capitalista.
Durante los años de la Guerra Fría es donde más se verificaría esta cuestión, que por supuesto fue transversal. La Revolución Cubana que terminaba con la dictadura de Batista y cambiaba todo lo que debía ser cambiado, pero que desde su inicio fue azotada por intentos de invasión militar, bloqueos económicos y por supuesto una extendida campaña de injurias contra el proceso revolucionario. Cada levantamiento en Nuestra América corrió la misma suerte: los sandinistas en Nicaragua, el Frente Martí de Liberación Nacional en El Salvador, el PRT-ERP en Argentina, solo por mencionar algunos casos.
Hacemos referencia a las campañas que se han montado en contra de estos procesos, independientemente de los avatares políticos de cada coyuntura.
¿Y más acá en el tiempo?
Luego de la caída del Muro de Berlin y la disolución de la Unión Soviética, el Fin de la historia de Francis Fukuyama sería el nuevo concepto para propagar las campañas anticomunistas. Basada en una supuesta derrota del comunismo a manos del capitalismo luego de la Guerra Fría, esta idea trataba de dejar en el olvido las grandes victorias del pueblo organizado como en Cuba, pero también las luchas que se sucedieron en adelante, como si los movimientos sociales no tendrían proyectos políticos ahincados en un mundo sin desigualdades, o que las organizaciones revolucionarias hubiesen abandonado sus planes cuando en realidad seguían construyendo organización, e incluso los aspiraciones ancladas en el Socialismo del Siglo XXI, que más allá de sus propias contradicciones, aun hoy siguen construyendo un horizonte que nos permita pensar en el bienestar para todo el mundo.
Cada período histórico pudo combinar las herramientas a su alcance según el desarrollo específico. Así como hace 150 años era casi exclusivamente con represión, el impulso de las industrias culturales trajo algunas novedades.
Uno pensaría que en Argentina ha sido Miguel Angel Pichetto quien supo instalar, desde una mirada fascista, varias ideas entorno al comunismo al mismo tiempo que aseguraba que se trataban de conceptos obsoletos para luego ser vitoreado por los grandes medios de comunicación con citas, notas y hasta artículos de opinión. Hoy esto es retomado por la escuela de Milei o Espert al hablar de tiempos anacrónicos, pero también están los temerosos de un futuro magro en manos del comunismo, como Guerra pero también Sebrelli e incluso Patricia Bullrich.
¿Pero que hay en todo esto? Más de un lector o lectora podrá hacer memoria y darle una vuelta a algunas de las producciones que se han visto en estos años. No es solamente Hollywood y la obligación de colgar una bandera norteamericana en cada film y producir superhéroes irreales que salvan al mundo. También es Chernobyl, de Craig Mazin, que tras intentar mostrar los límites de la burocracia soviética de los últimos años, no escatimó en mostrar a Lenin cada vez que pudo, trazando un hilo conductor claro: esto pudo pasar con el Comunismo en ese momento, pero estos son los hijos de Lenin.
Las industrias culturales no se han guardado nada. La última temporada de la exitosa serie Stranger Things, también construye una idea del Comunismo anclada en unos espías burócratas, desalmados y, por supuesto, principales responsables del mal que azota la pequeña localidad de Hawkins en la década de los 80.
Estos son algunos ejemplos pero basta con ver los documentales en Netflix sobre Trostky o Cuba, las miniseries sobre hechos políticos contemporáneos y cada pequeña distorsión que aparece en todas las plataformas existentes.
En síntesis. La hipótesis de estas líneas es que no existe algo tal como una campaña anticomunista en la actualidad porque en realidad aquí y en todo el mundo, siempre la hubo más allá de formatos y resultados. Al final del artículo, veremos si la confirmamos o no.
2-¿Es el comunismo un mal sistema político?
No. Si hay sectores que construyen esta idea, otros tenemos la obligación de negarlo y construir al menos una aproximación para justificar la posición.
Así como el capitalismo es un sistema basado en la competencia individual que, por consiguiente, genera desigualdades y explotación, el comunismo se define como un sistema basado en la igualdad de las personas y que en oposición a la competencia y a la explotación, propone la solidaridad y el fin de las injusticias (o como lo llaman desde la otra vereda: los resultados lógicos de la organización social).
El problema principal del capitalismo no es que simplemente algunos tienen más y otros menos, sino que esto ocurre de una manera tan grosera que muy pocos tienen mucho y las grandes mayorías no tienen nada. Por ejemplo, en Argentina Paolo Rocca, dueño de Techint, posee una de las fortunas más grandes del mundo valuada en 8 mil millones de dólares, mientras solo en la ciudad de Buenos Aires más de 300 mil personas viven en villas o asentamientos y alrededor de 10 mil personas son indigentes. Es sabido que no todo el mundo tiene las mismas posibilidades pero incluso si de eso se tratara, sería bastante llamativo creer que Rocca trabajó lo suficiente como para tener esas riquezas mientras estas miles de personas se dedicaron simplemente a holgazanear. Esta contradicción deja al descubierto la falacia meritocratica del capitalismo y, por el contrario, pone de manifiesto la necesidad de un sistema que garantice el bienestar de todos sus ciudadanos y ciudadanas.
En esta disputa el capitalismo siempre fue desleal. No suele decirnos en la cara sus verdaderas intenciones sino que las deposita en lugares externos, espacialmente en sus propios enemigos.
Habitualmente nos dicen que “el comunismo fracasó”, en referencia al fin de la URSS. Bueno, Los Simpsons lo explicaron bien: Lenin está listo para salir de su morada y patear varios traseros, especialmente a quienes hablaron del comunismo en su nombre para construir cualquier otra cosa.
Hablar de comunismo no es lo que con tanto esfuerzo nos hicieron creer. No es hambre ni miseria. No son dictadores señalando desde sus sillones a quién perseguir y a quien no (acusación extraña siendo el capitalismo quien nos ha dado a los más brutales dictadores en todo el mundo). Tampoco es un sistema que redondea para abajo. Partiendo de la base de no proponer la competencia entre personas, la aspiración es a un sistema que, como decía Rosa Luxemburgo, “seamos socialmente iguales, humanamente diferentes y totalmente libres”.
3-¿El gobierno argentino es comunista?
No. Ni lo quiere ser y está en su derecho. Hace pocas horas lo confirmó Alberto Fernandez: “Un sistema más justo no es perseguir a nadie, ni esas ideas locas de que queremos quedarnos con las empresas y castigar a los ricos. No, queremos un país más justo”. Bueno, lo afirmó cayendo en la misma tergiversación que denunciábamos en las líneas anteriores, pero se distanció.
Ahora bien, vamos a confirmar nuestra hipótesis: no existe una campaña anticomunista y esto es porque quienes propagan esa posición, en realidad están montando una campaña contra el gobierno.
En lo que se refiere a la lucha política en los marcos de la democracia, se suelen usar diferentes estrategias retóricas. Con aciertos y errores, así se va trazando el terreno político. El problema entonces no es que el gobierno sea comunista (¡bueno sería!), sino que el comunismo en el plano discursivo ha sido desacreditado históricamente y en nuestro país ha calado muy profundo. Son las y los comunistas quienes defienden sistemas de hambre y persecución, también son quienes defienden delincuentes porque son unos garantistas que no quieren que existan cárceles. Son los comunistas quienes le quieren sacar las empresas a esas personas que las construyeron a pulmón, como Rocca o Magnetto, por supuesto que para mantener vagos. Han sido los comunistas quienes cortaron las calles, quemaron iglesias y lastimaron a la policía simplemente porque no trabajan y quieren joder a la gente. Y en estos tiempos de COVID19, sobre todo, son quienes quieren destruir la economía a cualquier costo para poder instaurar un régimen de terror. Pues bien, si todo eso son los comunistas, que mejor que aquellos sectores que perdieron las riendas del Estado por su propia incapacidad (o capacidad de destruirlo todo), recurran a la lógica de “Gobierno comunista” si es todo lo malo que se ha construido.
Es por esta razón que consideramos que la oposición vinculada a la derecha, al neoliberalismo o a los sectores conservadores, no están en esta oportunidad atacando directamente al comunismo (aunque también por la tangente porque, sin duda, son sus peores enemigos), sino que recurren a esta estrategia como una más en la lucha por el poder político, que, evidentemente suelen difundirse gracias a repeticiones seriales de personas públicas y de a pie, quien sabe sustentado en qué.
Está claro que la recurrencia a estas estrategias están ancladas con un sesgo ideológico determinado y que, por supuesto, hay sectores que con mucha convicción propagan odio anticomunista, pero creemos que hay otro objetivo encubierto que, de tener éxito, mataría dos pájaros de un tiro.
Se sabe que cuando no hay nada de que valerse o estar orgullosos y a falta de propuestas, desacreditar y más en base a falacias, siempre es una buena opción.