Por Federico Otero. Desde el último 29 de diciembre Michael Schumacher, el piloto más exitoso de la historia de la Fórmula Uno, permanece en estado de coma tras un grave accidente a bordo de su esquí. Tras varios rumores desmentidos sobre su mejora, pelea por no perderlo todo y debate su existencia entre el despertar, la fantasía y el pase a la inmortalidad.
Sueña que gana su mejor carrera. Se baja de su Cavallino Rampante y se abraza con su equipo que le sirvió otra vez el bólido más potente de todos. Levanta los brazos, sonríe indisimulablemente al público. Destapa el champagne y baña a sus compañeros de podio. Al entrar el himno de la escudería italiana salta, se pone en puntas de pie y hasta se da el lujo de parodiar a un director de orquesta. Se olvida por un segundo del protocolo, de la televisión, de los millones que lo están viendo y los otros tantos millones que acaba(n) de ganar.
O tal vez no. Tal vez sueñe recurrentemente que está esquiando en los ásperos Alpes Franceses. Que acelera, avanza esquivando las piedras y sigsagueando las banderas mientras oye la creciente ebullición de los espectadores. Que se convierte en el mejor de todos, que luego de finalizada la carrera y con el primer puesto bajo el brazo, se saca el casco, y quién es? Si, Michael Schumacher. Tal vez sea este sueño el que no puede superar, el que trata de imaginar, y a través de esa imaginación, cambiar.
Cada segundo pasa por su cabeza con las mismas preguntas. Vale la pena existir en este momento o todo llegó a su fin precipitadamente? Es el momento de decir adiós, de despertarse y despedirse o de seguir el viaje y pasar a otro plano, fusionarse al cosmos, ir al reino de los Cielos o cualquier otra construcción de ficción/realidad que se nos ocurra? O será como en la película El Origen, que se despierta exaltado sólo para darse cuenta que está en un sueño dentro de otro sueño? El contexto es una paradoja.
El tiempo es el verdugo de los deportistas. En la plenitud de sus vidas son descartados y objetizados. Son invitados a restaurar su ego y vivir al ritmo de la sociedad de a pie. Los miembros de la selecta elite triunfante mediatizada son vistos como “alguien que en algún momento muy lejano hacia atrás en el tiempo fue grande, ganó algo y se volvió extremadamente popular”. Romper o sostener la perversidad de la fama puede llevarlos a arruinarse. O cambiar un vicio por otro, conservando el sentido de sus vidas. Fue así como el esquí fue el más exacto reemplazo de la adrenalina automovilística, con resultados visualmente dispares. Cuando el tiempo lo descartó de las pistas en 2012, el siete veces campeón del mundo mutó a un europeo esquiador, desafiante, atrevido pero mediocre. Su locura por desafiar lo prohibido lo llevó a esquiar sobre los costados de las pistas entre las zonas de La Biche y Mauduit, en los Alpes Franceses. Y su último recuerdo del mundo fue blanco: nieve, nieve y más nieve.
El único que supo superar a Juan Manuel Fangio -en logros- fue notablemente un adicto al vértigo. Fue protagonista casual de la muerte de la última leyenda inconclusa de la Fórmula Uno: Ayrton Senna. Aquel gran premio de San Marino en 1994 quedó grabado en su retina y fue su propio auto el que aportó la mejor toma del choque. Momentos después de la carrera y habiendo heredado la victoria, con lo terrible del hecho encima y sin conocer su porvenir llamó a su destino.
“De este tipo de accidentes he visto muchos. Accidentes, que se veían mucho peores que el suyo, pero sin esperarse lo peor. Lo ves y te dices que “puede llegar a tener un brazo o una pierna rota” y resulta que se vuelve a la línea de largada y no sabemos realmente que sucedió. Ninguno proporciona información. Creen que debe mantenerse la competición y volver a empezar todo, porque así debería ser y al final tú no sabes nada, hasta después de que termine la carrera en el podio. Pasquale nos había dicho que (Ayrton) estaba en coma. Pero en cuanto a lo que sé de “coma”, existen diferentes tipos y a veces te etiquetas uno más reservado o a veces es peor de lo que piensas y no quieres creer que algo malo sucedió (se emociona) ¡No quieres creerlo! Aproximadamente, dos horas después de la carrera el señor (Tom) Walkinshaw me dijo que la cosa iba muy mal. Le dije: “No. Está en coma. No necesariamente es algo malo, teniendo en cuenta que su golpe fue muy malo”. Más tarde Jackson me dijo que estaba muerto y un minuto después otra persona dijo que todavía estaba en coma. Nos daban información tan poco fiable, que nos hacía pensar bastante en que debió haber ocurrido, a la vez que yo tampoco quería admitir que estaba muerto. Me decía: “¡El va a ser el campeón del mundo! Tal vez se pierda una o dos carreras, pero volverá…” (Silencio doloroso) Dos semanas más tarde, cuando sentí mucho su muerte, me sentía el peor… Era inconcebible”.
Probablemente el ciclo se haya revertido y alguna futura leyenda del esquí se esté preguntando lo mismo: será muy difícil salir del coma? Respuesta abierta.