Por Ricardo Frascara. Da la sensación de que el otro día se jugó al fútbol. Por la televisión se veían pasar a toda velocidad a un montón de, al parecer, colombianos y brasileros. Sin embargo, algunos dicen que era una prueba de atletismo. Fue todo tan rápido que nos quedan varias dudas.
La ¿jugada? del colombiano Zúñiga que despidió a Neymar del mundial fue recibida en general como una normalidad de este patético fútbol actual. Ni al árbitro, ni a la FIFA, ni a los cronistas televisivos se le erizaron los pelos de la nuca ante esa agresión alevosa. A años luz quedó el mordiscón de Suárez. Zúñiga tendría que haber sido expulsado, la FIFA tendría que haberlo suspendido in eternum del campo internacional. Neymar tendría que demandar penalmente a su agresor. Fue un partido sucio de lo peor, pero esa acción de Zúñiga contra su colega Neymar, entra en el terreno patológico: el colombiano es un violento extremo.
Tuvo agravantes: consciente de su superioridad física y de que estaba atacando por la espalda, no se contentó con voltear al adversario con todo su peso lanzado en vuelo libre, sino que flexionó una pierna para llegar al impacto primero con la rodilla. No tuvo intensión de lastimar, dijo el agresor. No, es claro, simplemente tuvo indiferencia completa por el físico del rival: un Neymar totalmente desprevenido de un ataque artero por la espalda. Literalmente Zúñiga le pasó por encima. Sería interesante conocer la fuerza del impacto brutal. En el Pentágono quizá lo puedan calcular, porque sin duda puede calificarse como un ataque terrorista.
Ese vuelo desmedido y descarado de Zúñiga es un retrato de lo lejos que estamos del fútbol inteligente, habilidoso, divertido, pícaro, varonil. No hay que remontarse muchas décadas para atrás en busca del juego perdido, con llegar al siglo anterior basta.Esto que hicieron en una cancha los seleccionados de Brasil y Colombia avergüenza a toda la historia futbolística.
Es más, a mí me da asco tanta violencia indiscriminada, tanto patoterismo estúpido, tanta mariconada. Atacar por la espalda, usar permanentemente las manos para agarrar al rival hasta de los tan promocionados huevos, fingir todo el tiempo lesiones, acusar a los otros ante el árbitro, inventar penales, revolcarse y besarse en masa después de la “hazaña” de marcar un gol.
Eso es todo mariconada. Golpearse el corazón por un gol o una atajada, besar medallitas, persignarse hasta las lágrimas, treparse a los alambrados… mariconadas. En medio de esa nube enmierdada, hay que correr los 100 metros en 10 segundos, caerse y rodar siete veces, agarrarse recíprocamente en las áreas hasta integrarse como una gelatina, tirar planchas todo el tiempo, pisar todos los pies que se pueda… ¡BASTA! Dedíquense a vender publicidad (que es ahora su principal profesión) de supositorios, así cumplen de una vez con sus objetivos.