Por Ricardo Frascara.
Sorprendido por el relegamiento al que fue sometido el ídolo que está saltando de Juventus a Boca, y que finalmente logró la clasificación para las semifinales de la Copa América al patear el séptimo penal ante Colombia, el cronista expone su angustia, como la de cualquier amante de la pelotita.
No le conozco gestos altisonantes. Lo han convocado al seleccionado, lo han desafectado, han vuelto a citarlo, lo ubican en el banco, él acepta sin variar su gesto. Está disponible pa’ lo que gusten mandar. Es Carlitos, el que creció a los tumbos, fue campeón a los 19 años con los colores azul y oro incrustados en su piel. Triunfó en Brasil, brilló en Inglaterra y se coronó rey en Italia. En ese recorrido, tropezó en la Copa América 2011 jugada en esta, su tierra. Ese penal errado ante los uruguayos se convirtió en un estigma. Pero siguió adelante, sus gestos no cambiaron, su calidad de jugador decisivo para cualquier equipo se mantuvo en alza. Capeó, desilusionado, no haber sido convocado al campeonato mundial de Brasil 2014. En su interior Carlitos diría: “Ellos sabrán lo que hacen”. Yo creo que muy bien no supieron. Fundamentalmente por una cosa: Tévez es del pueblo. Es un producto genuino y un ídolo declarado de la tribuna, sea de la madera humilde de las canchitas de barrio o de las brillantes canchas de Europa.
Repito, en este lapso que Carlos acumulaba medallas en Europa, era acariciado por los títulos de los diarios de Inglaterra y de Italia, su silla vacía en el seleccionado nos intrigaba a quienes amamos la pelotita. “Hay delanteros a patadas”, decían algunos; “alguien tiene que quedar afuera”. ¿Por qué Tévez?, me preguntaba yo. ¿Por qué un seleccionado tiene que ser tan estricto en su armado? ¿Por qué la Argentina no va a recurrir a sus mejores jugadores de fútbol para afrontar con mayor ventaja a equipos chatos o encumbrados?, lo que cuadre. Lo estricto de los puestos asignados a rajatabla el fulbo no lo reconoce. El fútbol es fútbol. Por la izquierda, por la derecha, en el medio o atacando, pateando de al lado del arco o a 30 metros de distancia, entrando solo o acompañado, Carlos Tévez es fútbol. Insisto: el fútbol es un juego de libertad, de alegría. No tiene ningún misterio salvo el de jugar bien; no tienen razón de ser los enigmas. ¿Por qué entonces crear el “enigma Tévez”?
El Tata Martino conocía, como cualquier compatriota futbolero, la presión popular por Tévez. “¡Ah! Ahora que cambia el técnico volverá Carlitos”, decían esperanzados los hinchas de Boca, acompañados por el coro mundial de los degustadorers de lo bueno. Antes de que el clamor se transformara en grito, el nuevo DT anotó a Tévez en su lista. Tévez volvía a nuestras costas volando en la alfombra mágica de sus títulos con la Juve, la vieja señora italiana que lo incorporó para siempre a sus entrañas. Diez, veinte, treinta tapas de los diarios elevaban al jugador argentino a lo más alto del universo futbolístico: “La Juve c’é Tevez”, pregonaban las revistas. Todos se inclinaban ante el Rey Tévez. Y nosotros dudábamos. Hasta que un día llegó, se vistió la celeste y blanca, vibraron las tribunas, rugieron las hinchadas, empezó la Copa América y Tévez fue… al banco. En todo el mundo del fóbal, en todas las canchas de la tierra resonó un grito incrédulo “¡¿CÓMO?!”. Y Carlitos, el rey del calcio, fue obediente al banco y miró jugar a sus compañeros, se abrazó a ellos, aunque añoraba el toque de esa pelotita corriendo entre los elegidos.
El Apache miraba, mientras yo trataba de develar el enigma. Ahora, ante el teclado, observo esto: Tévez entró a la cancha 15 minutos ante Paraguay, 8 minutos frente a Uruguay, 18 minutos contra Jamaica y 17 minutos el viernes último, para eliminar a Colombia en la ronda de penales, con SU penal esperado por todos. En el breve intervalo previo a los tiros de gracia, una instancia estúpidamente injusta y estresante, yo le canté a mi mujer , haciéndome el macho sobrador, los nombres de los que patearían y aclaré: “Abre Messi y cierra Tévez”, pero me refería, por supuesto, a la serie de 5 disparos. Vi cómo la Argentina sacaba ventaja y para el remate de la clasificación vi caminar hacia el punto fatídico al chico Biglia… “¡Nooooo!”, grité y salí al balcón a gritar “¡nooooooooo!”.
Se fue la posibilidad de ganar… y volvió… y se volvió a ir y apareció nuevamente… Y por fin en ese momento, para el séptimo penal, ya la presencia de Tévez era ineludible, aun para el DT más dubitativo. Y acá estamos de nuevo, clasificados. Yo contento, vos contento y Carlitos feliz, con el brillo oscuro y penetrante de su mirada volcada hacia la pelota. Mientras, los diarios de Italia usan el castellano para titular: “Adios Tevez”, y el barrio de la Boca abre sus balcones para recibir al ídolo que retorna. Allí, en ese rincón del mundo, Tévez no es un enigma. Es Carlitos, “nuestro Carlito”, el chico de al lado.