Por Agustín Lewit*. A menos de un mes de las elecciones en Brasil, la campaña se cargó de incertidumbre y se polarizó entre Dilma y Marina Silva, quien sedujo a sectores heterogéneos. El rol que juegan los medios y la importancia de lo que ocurra para el futuro de la región.
Cuánto durará y cuál será el impacto final del “efecto Marina” es la pregunta que todos se hacen por estos días en Brasil. Parte importante de la respuesta dependerá de la postura que tomen de aquí al próximo 5 de octubre los grandes medios de comunicación y cuánto logren influir en ese porcentaje importante de votantes aun indecisos, lo que ratifica, por otra parte, el papel determinante que tienen en la política contemporánea, no sólo brasileña.
En efecto, un mayor o menor apoyo mediático a la candidata del Partido Socialista Brasileño (PSB), emergida inesperadamente tras la trágica muerte de Eduardo Campos, parece ser la clave que dará el tono y marcará los términos en que se jugará el segundo turno fijado para el 20 de noviembre.
Sucede que, tal como ocurrió en las últimas tres elecciones presidenciales celebradas en 2002, 2006 y 2010, lo único seguro a esta altura es que ninguno de los candidatos alcanzará el 50 por ciento de los votos necesarios ni la ventaja mínima respecto al segundo que le otorgue el triunfo en primera vuelta.
El otro dato significativo del vertiginoso escenario actual es el acelerado descenso del candidato del Partido de la Social Democracia Brasileña (PSDB), Aécio Neves –candidato original del establishment-, que pasó de un cómodo segundo puesto a un alejado tercer lugar. De confirmarse esta tendencia, se pondría fin al principal clivaje ordenador de la disputa presidencial brasileña de los últimos 22 años, que centró la tensión entre el PSDB y gobernante Partido de los Trabajadores (PT), esbozando contornos bipartidistas al sistema de partidos brasileño. Ya en las elecciones de 2010, cuando Marina Silva y su Partido Verde obtuvieron un destacable casi 20 por ciento de los votos, este escenario había dado unos primeros indicios de resquebrajamiento.
Dime quién te apoya…
Aun acomodándose en su sorpresiva candidatura, Marina echó mano al pragmatismo como principal herramienta de posicionamiento. A un pasado político que la liga a la izquierda y al ambientalismo, y a su propio paso por el gobierno de Lula como ministra de Medio Ambiente, le contrapuso un programa de gobierno con claros guiños hacia el mercado, reforzado con declaraciones cargadas de definiciones propias del discurso neoliberal, que han evaporado las diferencias con el candidato Neves. Por ello, ha despertado voluntades de los más diversos sectores anti-petistas que incluyen desde los “indignados” brasileños –que no habían encontrado hasta entonces un candidato que los sedujera-, hasta las fracciones más duras del mundo financiero y económico brasileño, que por estas horas repiten abiertamente que “Marina es como una ruleta rusa pero Dilma es un revólver cargado”.
Por el fuerte respaldo que Silva despierta en sectores acomodados de la sociedad brasileña –entre ellos, sólidos vínculos con el Banco Itaú y la empresa de cosméticos Natura-, el posicionamiento novedoso del PSB desplazando a la socialdemocracia como principal contrincante del PT, podría leerse apenas como un nuevo reordenamiento partidario que mantiene inalterable la tensión que ha atravesado el Brasil de los últimos años entre los sectores más y menos favorecidos: todo parece indicar que, con Marina, la polarización cambió de nombre pero no de contenido.
Por otra parte, la emergencia de Silva ha convulsionado la propia campaña del PT, obligando a ensayar estrategias apresuradas que implicaron re-direccionar las críticas hacia la nueva contrincante. La presidenta Dilma, vieja enemiga de Silva desde los tiempos en que ambas compartían el gabinete lulista, la juzgó con dureza apelando a cierta “ingenuidad” de la candidata socialista y remarcando su falta de definiciones. El propio Lula, de lleno en la campaña, criticó la postura “anti-política” de la ambientalista. Incluso más: la licencia temporaria de cuatro ministros de gobierno para dedicarse de lleno a la reelección de Dilma hablan de lo mucho que está dispuesto a poner el oficialismo para asegurar la reelección del PT.
En términos generales, la estrategia petista pasa, por ahora, por volver evidente la relación entre un posible triunfo de Silva con un retorno del viejo recetario neoliberal, al cual intenta combatir con promesas de profundización. Así, la emergencia de una amenaza concreta al ciclo del PT ha provocado, antes que una retracción mesurada, promesas de avance y consolidación del rumbo abierto en 2003 y una repolitización de la campaña en general.
Fundamental será para el oficialismo pensar estrategias para resistir la intensificación de una prensa sistemáticamente opositora. Prueba de ello, es el estudio publicado esta semana por la Universidad Estadual de Río de Janeiro: del 1° de enero de este año a la fecha, los tres principales diarios de Brasil pusieron a Dilma en sus respectivas tapas 254 veces, de las cuales 234 reflejaban noticias negativas sobre la actual mandataria brasileña.
Así las cosas, tras evidenciar fatalmente el carácter siempre contingente de la política, la campaña presidencial brasileña adquirió una nueva configuración y parece encaminarse hacia una segunda vuelta larga, que tenderá a tensionarse más aún una vez pasado el primer turno.
No sólo los brasileños sino la región en su conjunto se juegan allí mucho de su futuro. El novedoso ciclo regional iniciado con el triunfo de Chávez en Venezuela en 1998, y luego replicado y consolidado en varios países del Cono Sur, no ha conocido derrotas hasta el momento. Un nuevo triunfo de Dilma sin dudas que significaría un espaldarazo al mismo y le otorgaría nuevos aires. Por el contrario, el arribo de Marina Silva –además del regreso al poder de sectores dominantes brasileños- implicaría empezar a desandar los inéditos avances que la integración regional ha mostrado en los últimos años.
*Politólogo / Periodista de Nodal