Por Ema Cutrin/ Ilustración por Cabro
Un hombre de pelo engominado, de traje, de ademanes hostiles, de lenguaje persuasivo agrupa a tres sujetos. Al primero le vende un celular, al segundo le vende un celular, al tercero le obsequia nada. Sonriente, se retira de la escena. El primer sujeto mira su pantalla, los ojos se le cruzan, lascivo, comienza a lamer el objeto mientras se frota fuerte dentro del pantalón. El segundo sujeto mira su pantalla, se arquea y, con las manos desata un brío bullicioso, aprieta, esquiva, saca la lengua hacia un lado, grita ¡morite puto!, grita ¡toma, le volé la cabeza! El tercer sujeto comienza a sentir miedo, ve que su cuerpo se desvanece, sus pies se funden con el aire, titila intermitente. Asustado, intenta arrebatarle el celular al primer sujeto que una vez sin él, pup, desaparece. Si bien ahora el objeto le da cierta consistencia continúa pálido como una hoja de calcar. Al borde de la desesperación, le arranca el celular y el cuerpo al segundo sujeto (pup), mira la pantalla, toma color, se palpa, sonríe, se asusta, vacila, pup, desaparece.
El amo, silencioso, retorna a escena, recoge los dos celulares y se retira.