Por Martín De Battista
En las primeras horas de la mañana del 24 de noviembre un bombardero ruso SU-24 fue derribado, mientras volaba en cielo sirio, por un caza-bombardero turco F-16, de fabricación estadounidense. El 8 de octubre pasado, el Secretario de Defensa norteamericano Ashton Carter había afirmado que la campaña militar de Moscú tendría “consecuencias para la propia Rusia” y que “en los próximos días, los rusos comenzarán a sufrir bajas”.
Los hechos
El bombardero SU-24, especial para atacar objetivos terrestres por sus poderosos cañones, fue derribado a una distancia de entre uno y cuatro kilómetros de la frontera turca, al oeste de la ciudad de Alepo, por un misil aire-aire de un F-16. La aeronave realizaba operaciones de hostigamiento y ataque a posiciones de supuestas milicias turcomanas que se encuentran ocupando esos territorios al norte de Alepo.
Los dos pilotos, que lograron eyectarse antes de que el artefacto explotara contra una colina, fueron duramente tiroteados desde el suelo por las supuestas “milicias turcomanas” violando todas las convenciones y normas de cómo se procede en la guerra, donde en casos así los militares tendrían que haber sido tomados prisioneros, así sean pilotos de aviones espías en violación de territorio. Pero el nivel de paramilitarismo -respaldado por potencias y Estados- que se practica hoy en Siria hace que la frágil legalidad y diplomacia sean cada vez más testimonial y mediática, mientras que la acción cruel en el terreno se lleva la parte primordial.
Uno de los pilotos fue absolutamente masacrado. Un operativo ruso se puso en campaña para recuperar tanto su cuerpo como al otro piloto con vida. En la misión de rescate, un helicóptero ruso fue averiado y, una vez que había sido evacuado, destruido totalmente por un cohete TOW norteamericano disparado por los mismos “milicianos turcomanos”.
Las declaraciones
Ocurrido el derribo del avión ruso, Turquía argumentó que habían violado su espacio aéreo, y en lugar de dirigirse a Moscú informando su proceder, comunicó inmediatamente obre la situación a sus jefes de Estados Unidos y la OTAN. De esta manera, el gobierno de Ankara esperaba el prometido respaldo que Barack Obama formuló cuando dijo: “Defenderemos a nuestro aliado (turco) de la OTAN ante cualquier tipo de agresión”.
Por su parte, Rusia procedió con absoluta prudencia y con la filosa diplomacia que practica el canciller Lavrov, aduciendo que siempre han tratado a Turquía “no solo como un país vecino, sino también como a un país amigo”, y afirmando que en ningún momento violaron el espacio aéreo turco, al mismo tiempo que Putin definía los hechos como “una puñalada por la espalda de quienes apoyan a los terroristas”.
El trasfondo del “accidente”
Si bien las tensiones entre Turquía, Estados Unidos y las fuerzas de la OTAN con Rusia se han escalado desde el inicio de la participación de Moscú en Siria, el derribo de este bombardero es un claro mensaje de respuesta al Kremlin y para nada un “accidente” no deseado.
Y esto es así porque en la últimas dos semanas Rusia inició acciones con bombarderos estratégicos Tu-22, Tu-95 y el moderno y poderoso Tu-160, además de volver a disparar misiles cruceros desde su Marina de Guerra. Entre los blancos que fueron impactados se encontraban cientos de camiones turcos que semanalmente entran y salen por la frontera sirio-turca cargados del petróleo, con el cual Turquía financia el armamento y sostenimiento de su extensión paramilitar en Siria: el Estado Islámico y el Frente (Jabhat) al-Nusra (filial de Al Qaeda en Siria), entre otros.
Turquía juega en Siria de una forma clandestina, entonces no muestra un blanco donde ser golpeada. Con los últimos ataques, Rusia comenzó a afectar directamente los intereses de Ankara, y no sólo por bombardear sus camiones cisternas, sino por entrar con intensas campañas de bombardeo en las regiones norte, este y oeste de Alepo -la ciudad más importante de Siria-, y que Turquía codicia para ampliar su política colonial neo-otomana.
Entre los grupos bombardeados se encuentran no sólo los que respalda Turquía, sino también la supuesta “milicia turcomana” de cerca de cinco mil efectivos que el Ejército turco y el Servicio de Inteligencia de Turquía (MIT) entrenaron para controlar y defender la franja entre Kilis y Jarablus, entre el cantón kurdo de Afrin y el cantón kurdo de Kobanê. En realidad, esos combatientes ni siquiera son turcomanos y mucho menos de Siria, sino que son turcos que están metidos hasta el tuétano en la guerra que se desarrolla en Siria. Hasta tal punto llega esta implicancia, que ha salido a la luz que el Comandante de la “milicia” que mató al piloto ruso, y que salió a dar declaraciones públicas, resultó ser nada más y nada menos que Alpaslan Çelik, un fascista turco, hijo de Ramazan Çelik, el ex alcalde del distrito municipal de Keban, provincia turca de Elazig, miembro del partido ultranacionalista MHP.
Esto no es de extrañar, ya que las YPG kurdas del norte de Siria han denunciado que hay más de 400 militares y agentes secretos de Turquía operando independientemente en grupos paramilitares con objetivos precisos.
Jarablus: el sitio estratégico
El objetivo estratégico del que no habla ningún medio masivo de comunicación es la ciudad de Jarablus. Esta localidad se encuentra en la frontera con Turquía, justo en el norte de Siria, sobre la margen occidental del río Éufrates. Hasta las costas del mítico río llegaron las tropas de las YPG, las milicias que liberaron liberando Kobanê a principios de año y rompieron el espinazo del autoproclamado Estado Islámico.
Una vez más nos vemos obligados a repetir lo que el Comandante Aras, portavoz de las YPG en Cezîre, le expresó a este cronista en agosto: “Si las potencias regionales e internacionales dejan de dar apoyo al Daesh (ISIS) entonces nosotros podríamos liquidarlos en no más de dos o tres meses”.
Recientemente, conversando con un diplomático del Congreso Nacional de Kurdistán, este afirmó: “Debe entenderse claramente que mientras Al-Raqqa es vista como el centro del ISIS en Siria, su boca y garganta a través de la cual se alimentan es Jarablus”. En esa ciudad es que Al Nusra, el ISIS, las nuevas “milicias turcomanas” y todos los grupos mercenarios, se alimentan del Estado turco, al mismo tiempo que impiden la unificación de los tres cantones kurdos de Rojavá, al norte de Siria.
Cemil Bayik, co-presidente de la Unión de Comunidades de Kurdistán y comandante guerrillero del PKK, ayer declaró desde las montañas de Irak que “Turquía atacó al avión ruso para proteger al ISIS”. Su opinión, por lo general, no es tenida en cuenta por la prensa mundial ya que se trata de un viejo y aguerrido guerrillero socialista. Pero tratándose de uno de los líderes del PKK, la principal y más efectiva fuerza político-militar que enfrenta al ISIS, deberíamos prestarle atención cuando sentencia: “Es imposible entender a las fuerzas internacionales que proclaman que han establecido una coalición contra el ISIS, pero por otro lado no toman ninguna medida contra el Estado turco que provee el más grande apoyo a estos grupos de bandidos. ¿No tendría acaso la humanidad completa, y el pueblo de París en primer lugar, el derecho de preguntar qué tipo de política es esta? Es bastante obvio que ninguna lucha consistente y sólida puede darse contra el ISIS y que no puede alcanzarse ningún resultado salvo que se tome una actitud clara contra Turquía, y que el gobierno del AKP sea llevado a ajustar cuentas. La administración de Ankara merece ser castigada al tiempo que todas las masacres cometidas por el ISIS y Al-Nusra, las han llevado a cabo con su inestimable y constante ayuda”.
Cabe decir que los bombardeos de Rusia se acercan cada día más a Jarablus, y mientras la frontera con Turquía no sea controlada por las YPG y su flamante alianza de kurdos, turcomanos, árabes, asirios, armenios y otros grupos, denominada Fuerza Democrática de Siria (FDS), entonces seguirán la guerra con grupos paramilitares, la masacre de los pueblos y la tragedia de los refugiados.
Los intereses del pueblo kurdo por un lado, del presidente sirio y Rusia por el otro, y de los grupos “yihadistas” y el gobierno turco por el otro, convergen cada vez más sobre esos 98 kilómetros de frontera entre Kilis y Jarablus. Por eso, se puede deducir que el derribamiento del SU-24, que fue presentado como un accidente ocasional, en realidad es la nueva realidad y correlación de fuerzas en la guerra. De un modo u otro las tensiones seguirán y reventarán tarde o temprano, al norte o al sur de esa frontera.