El COVID-19 cambió el panorama de los deportes profesionales en todo el mundo. En la nota que sigue, un abordaje desde Estados Unidos y Canadá, donde la pandemia fue llevadade maneras diferentes. Entre las protestas y reclamos por el racismo que no cesa y las elecciones de noviembre próximo, el deporte es eco del tiempo y la cultura política que lo rodea.
Por David M. K. Sheinin* y César R. Torres**
En marzo de 2020, cuando la pandemia de COVID-19 interrumpió repentinamente las temporadas de dos de las grandes ligas deportivas profesionales norteamericanas (la National Basketball Association [NBA] y la National Hockey League [NHL]), ambas empezaron a planificar su reactivación. Sus dirigentes urdían escenarios posibles mientras que los pronósticos epidemiológicos, políticos y económicos cambiaban diariamente. Por el contrario, los directivos de la Major League Baseball (MLB) y de la National Football League (NFL) no sintieron la urgencia de la NHL o de la NBA, ya que afortunadamente, desde su punto de vista, esos deportes estaban fuera de temporada.
A fines de julio, la MLB comenzó una temporada más corta que la habitual de solo sesenta partidos por equipo. En agosto, la NBA y la NHL lanzaron una liguilla modificada para finalizar la temporada interrumpida en marzo, y la NFL abrió sus campos de entrenamiento para la temporada que empieza en septiembre. Mientras que cada liga deportiva anunció precauciones para evitar la transmisión del virus, sus planes de reactivación y sus resultados han sido disímiles. La NBA y la NHL han registrado muy pocos casos de COVID-19 entre sus cientos de jugadores, entrenadores, árbitros y demás personal. Por otro lado, la MLB y la NFL no han sido tan exitosas. Cada día hay nuevos contagios y casos de comportamientos peligrosos e irresponsables de parte de los jugadores.
La consecuencia ha sido partidos cancelados en la MLB, jugadores que han decidido no jugar este año para no arriesgar su salud y mucha incertidumbre. A primera vista, la diferencia entre éxito y fracaso en el control del virus radica en la estrategia de la NHL y de la NBA de aislar a todos los equipos y sus séquitos (sin familiares) en una burbuja, sin contacto con el exterior y la ausencia de esa estrategia en la MLB y la NFL. Sin embargo, las estrategias de las ligas deportivas y sus repercusiones reflejan políticas nacionales, culturas organizativas y acercamientos al negocio del deporte con notables diferencias, anteriores a la aparición del COVID-19. Representan también resultados, hasta cierto punto, previsibles. Todo esto es particularmente relevante en un año electoral clave en Estados Unidos.
La urgencia del negocio
Desde hace cuatro décadas, el negocio de las ligas deportivas en Estados Unidos y en Canadá ha excedido la venta de entradas. Las ganancias provienen de la venta de mercadería, el patrocinio de empresas, la venta de derechos televisivos y, en la última década, las apuestas en línea. Este tipo de apuestas ha sido especialmente importante para la MLB y la NFL. En los mercados pequeños como Cincinnati o Baltimore, donde los equipos triunfan poco, empresas como DraftKings y FanDuel cambiaron el negocio del deporte profesional. Antes de su llegada, los partidos de los equipos de mercados pequeños contaban con una audiencia reducida, tanto en línea como en televisión. Pero con la legalización de las apuestas en línea en Estados Unidos, miles de personas empezaron a mirar los partidos, no por su calidad, sino por su interés monetario en el resultado. Una década atrás habría sido impensable un lazo entre las ligas deportivas y las empresas de apuestas. Sin embargo, en la actualidad, DraftKings es socio oficial de las cuatro grandes ligas deportivas, con su logo ubicado en las plataformas digitales de cada una de ellas.
A pesar de los lamentos mediáticos por los cambios en la cultura deportiva bajo la pandemia, con estadios sin público (o con público de cartón), esa ausencia de espectadores/as en vivo representa cifras relativamente menores para las empresas multimillonarias dueñas de los equipos. En 2020, la demanda ha sido volver a jugar lo antes posible –con el público afuera del estadio, aislado en sus casas, mirando los partidos por televisión y, en miles de casos, apostando en línea–.
Canadá vs. Estados Unidos
En julio, la ciudad de Toronto y la provincia de Ontario aprobaron el pedido del único equipo canadiense de la MLB, los Toronto Blue Jays, para jugar sus partidos de local en Toronto. Pero a último momento, el gobierno canadiense anuló esa determinación. La MLB había decidido no restringir el movimiento de los equipos. El problema era que Canadá no permitiría que los equipos cruzaran la frontera cuando en ese país se había aplanado la curva de la pandemia en junio y en Estados Unidos el virus continuaba avanzando rápidamente. Así, los Blue Jays tuvieron que utilizar un estadio inferior en Búfalo para sus partidos de local.
La decisión canadiense subrayó las diferencias en la manera en que los dos países enfrentaron la pandemia desde marzo. En Estados Unidos, el gobierno nacional no tomó una posición de liderazgo durante la crisis. No solamente desoyó los consejos de sus expertos en salud pública, sino que el presidente Donald Trump desarmó, amenazó y marginó a las entidades científicas gubernamentales. Mientras tanto, en Canadá, el gobierno nacional coordinó una respuesta centralizada, confió en la comunidad científica y dejó de lado sus diferencias políticas con los gobiernos provinciales y municipales para adoptar una estrategia común y coordinada en contra del COVID-19.
En marzo, con la excepción del tráfico comercial, Canadá cerró su frontera con Estados Unidos. El exilio de los Blue Jays representa la posición de las mayorías canadienses: la frontera debe permanecer cerrada y el funcionamiento de la MLB es riesgoso –un rasgo generalizado en Estados Unidos, apoyado (o tolerado) por su gobierno nacional–.
Deporte y cultura política
La NFL y la MLB son ligas deportivas que dependen mucho más que la NHL y la NBA de la cultura política encarnada por Trump, especialmente en lo referente a la cuestión racial, que cada vez define más las crecientes diferencias entre el Partido Demócrata y el Partido Republicano. Hay cada vez menos jugadores blancos en ambas ligas, con un incremento notable en los últimos veinte años de jugadores latinos en la MLB y negros en la NFL. De todos modos, en un país en que el porcentaje de personas blancas sigue disminuyendo, el público de la MLB y de la NFL, tanto en los estadios como en la televisión, es cada vez menor, pero, a su vez, cada vez más blanco y más viejo. Hace poco, los Atlanta Braves abandonaron su estadio en el centro de la ciudad, poniendo en peligro docenas de negocios pequeños que dependían de la actividad comercial a su alrededor. Se trasladaron a un estadio nuevo afuera de la ciudad. En la segregación racial que sigue definiendo a muchas ciudades estadounidenses, el cambio marcó el abandono de un lugar poblado por personas negras hacia una zona percibida como más “tranquila” por el público blanco que asiste a los partidos. El béisbol como negocio que confirma la segregación racial se nota en muchas ciudades. En Detroit, los estadios de fútbol y de béisbol quedan a pocos metros de una carretera que le permite a un público casi completamente blanco llegar de municipios suburbanos en auto, estacionar en playas de estacionamiento vigiladas al lado de los estadios, mirar el partido y volver a los suburbios sin entrar a la ciudad “peligrosa” y con una población mayoritariamente negra.
En 2016, Colin Kaepernick, el mariscal de campo de San Francisco, se arrodilló durante el himno nacional antes de los partidos, en protesta por la brutalidad policial en contra de la comunidad negra. Los dirigentes de la NFL, estupefactos, no sabían qué hacer. Trump los criticó por su indecisión, así como por no haber castigado a Kaepernick y su supuesta falta de respeto hacia la bandera y el himno nacional. Como en el caso de la MLB, el fútbol terminó cediendo a las demandas de un público cada vez más blanco y más viejo, un grupo demográfico del cual Trump depende electoralmente: la liga y los equipos conspiraron para negarle a Kaepernick un contrato y, desde aquella temporada, no volvió a jugar.
La decisión de la MLB y de la NFL de no embarcarse en un modelo de aislamiento en burbujas para organizar sus temporadas termina manifestando la cultura política de su público, que tiende a apoyar a Trump. Ese apoyo incluye vacilaciones sobre el peligro del COVID-19, resentimiento racial hacia las personas negras y latinas en las ciudades que supuestamente son fuentes del virus y la idea de que la reactivación de la economía local y nacional está frenada por los controles “innecesarios” (distanciamiento físico, máscaras, cuarentenas y negocios cerrados) impuestos por los gobiernos locales y nacionales.
Esa política se nota también en las temporadas de fútbol universitario, otro negocio multimillonario, y sus dos ligas más importantes. La Big 10 incluye universidades públicas en estados del medio oeste del país (Illinois, Indiana Míchigan y Wisconsin, entre otros) que, por lo general, han logrado controlar la pandemia con una política de distanciamiento físico, máscaras, cuarentenas y negocios cerrados. La Big 10 canceló su temporada 2020. La Southeastern Conference (SEC) incluye universidades públicas en estados (Alabama, Florida, Luisiana y Texas, entre otros) que no han logrado controlar la pandemia y en los que se resiste el uso de máscaras, muchos negocios permanecen abiertos y prevalece una sospecha generalizada hacia las autoridades de salud pública. La SEC aún sigue con la idea de organizar la temporada 2020.
El efecto David Stern
¿Por qué la NBA y la NHL optaron por el modelo de la burbuja? Aunque basado en Nueva York, la NHL cuenta con capitales y fuertes influencias culturales canadienses. La mitad de los jugadores, así como siete de los treinta y un equipos de la liga, son canadienses. Asimismo, Canadá cuenta con un público numeroso, leal y fervoroso. Por otro parte, la política canadiense frente a la pandemia (incluyendo sus éxitos) también influyó la decisión temprana de la NHL de basar sus dos burbujas en las ciudades de Toronto y Edmonton.
Pero hay un factor todavía más importante. Ni las políticas ni los negocios de las dos ligas deportivas han sido ligadas al Partido Republicano en Estados Unidos, lo que abrió la posibilidad de una estrategia antivirus libre de la visión de Trump. En parte eso representa el legado de David Stern, el exdirigente de la NBA que hizo crecer el negocio de su liga a nivel nacional e internacional de 1990 a 2014, mientras que la MLB y la NFL estaban en declive. Su postura del deporte tomaba en cuenta –y fomentaba– los cambios culturales en Estados Unidos y el hecho de que el público del básquetbol es cada vez más diverso, con amplia representación de la comunidad negra. Los dirigentes actuales de la NBA (Adam Silver) y de la NHL (Gary Bettman) empezaron sus carreras bajo el liderazgo de Stern en la NBA y se formaron con su modelo de gestión –más distante de las influencias de uno u otro partido político y más ágil para adaptarse al cambiante escenario cultural, político, social y económico–.
Como en el caso de la NFL, hay una historia importante de discriminación racial en la NBA. Pero a diferencia de la indecisión de la NFL frente a las protestas de Kaepernick y de su reacción conspirativa, en 2015 cuando el dueño de Los Angeles Clippers, Donald Sterling, hizo una declaración racista, Silver lo expulsó de la liga y Sterling tuvo que vender sus acciones en el equipo. Como discípulos de Stern, Silver y Bettman entienden cómo enfrentarse a las cambiantes circunstancias mejor que los dirigentes y los dueños de los equipos de béisbol y de fútbol. Así, cuando llegó la pandemia, a diferencia de la MLB y de la NFL, y con más libertad de acción, sopesaron sus alternativas y eligieron la opción más segura y más rentable.
Una burbuja comprometida
Desarrollar su actividad en una burbuja no implica alejarse de la realidad política y social. Al reanudarse la temporada, y a raíz del asesinato del ciudadano negro George Floyd a manos de la policía a fines de mayo, muchos de los jugadores de la NBA decidieron sustituir su apellido en las camisetas por mensajes que remiten a la lucha contra el racismo y la brutalidad policial entre otras causas políticas y sociales. Los jugadores, muchos de los cuales tiene una larga historia de activismo político y social, contaron con la anuencia de la NBA. A fines de agosto, Jacob Blake, otro ciudadano negro, fue baleado por la policía. Indignados por el episodio, los jugadores boicotearon varios partidos, interrumpiendo la temporada. Su asombrosa protesta se propagó rápidamente a otros deportes, incluyendo la NHL, la MLB y la NFL. A los pocos días, la NBA decidió junto a aquellos y a los dueños de los equipos reanudar la temporada, comprometiéndose a una serie de medidas “para abordar una amplia gama de temas, incluido el aumento del acceso al voto, la promoción del compromiso cívico y la defensa de la reforma policial y de la justicia penal”. Silver declaró que apoya el “compromiso [de los jugadores] de arrojar luz sobre temas importantes de justicia social” y agregó que “si bien no camino en los mismos zapatos que los hombres y mujeres negros, puedo ver el trauma y el miedo que causa la violencia racial y cómo continúa el doloroso legado de desigualdad racial que persiste en nuestro país”. Mientras tanto, Trump, enfadado por el activismo de los jugadores y el apoyo de la NBA, manifestó que la asociación dirigida por Silver “se convirtió en una organización política” y que no piensa que “eso sea algo bueno para el deporte o el país”. LeBron James, estrella de la NBA e impulsor de las protestas, declaró: “Estamos hartos. Exigimos un cambio”. Queda por verse si el cambio que prevalecerá, no solo en el deporte, sino en las esferas cultural, político, social y económica más amplias, es el impulsado por los jugadores y la dirigencia de la NBA o el que promueve Trump. Las elecciones de noviembre indicarán, en parte, el rumbo del cambio.
* Doctor en historia. Docente en la Universidad de Trent.
** Doctor en filosofía e historia del deporte. Docente en la Universidad del Estado de Nueva York (Brockport).