Por Simón Klemperer
El cronista se espanta una vez más: mira Chile – Uruguay y los comentaristas de la pantalla grande y el corazón bondadoso analizan sinónimos mentales en forma veloz para no decir “malas palabras” al aire.
En la Argentina no se usa la palabra “cola”. Está en el diccionario pero solo la usan las personas que padecen un exceso de puritanismo, las que le tienen miedo a la realidad, las que creen que el mundo no debe liberarse nunca, los que ejercen la hipocresía, los que tienen mal gusto, los que creen que está bien enseñarle a los niños palabras que nunca van usar y los que ven muchas telenovelas mexicanas. Hay algunas categorías más pero no las recuerdo en este momento, y en Google no aparecen. Sin embargo, tras miles de años sin actualizarse, ayer se sumó una categoría nueva al listado: los comentaristas deportivos que trasmiten la Copa América.
Algo sucedió anoche, algo desconocido, que convirtió al comentarista en un integrante de algo así como una secta católica en misa de domingo, o en un participante de un programa para niños en horario familiar, con payasitos, pompones, globitos, y colas.
Se jugaba el segundo tiempo del partido Chile-Uruguay cuando, en un momento determinado, un jugador chileno le metió el dedo en el culo a otro y dio vuelta todo lo que se daba. Un solo dedito bastó para que se invirtieran las idiosincrasias nacionales de los dos países, y de yapa, el de la Argentina. En un pequeño instante tan simple como ese, en el que Jara le tocaba el culo a Cavani, todo se daba vuelta y los chilenos pasaban a ser uruguayos, y los uruguayos, chilenos.
La cosa era así: cuando los chilenos no son capaces de ganar un partido, y están cerca de perder y quedar fuera, les comienzan a subir unos calores que los vuelven muy locos y los llevan a cometer el error de romper al contrario. Así sucede o, mejor dicho, sucedía. Si no te puedo ganar te rompo todo. Y ahí los echan, por violentos, pierden y se van enfurecidos a sus casas por haber jugado mal y no haberse controlado ante la derrota que se avecinaba. La falta de paciencia y el exceso de frustración nos llevan a hacer cualquier cosa. Por otro lado están, o estaban, los rioplatenses, esos que saben jugar, que tienen personalidad, que miran a los chilenos como esos indiecitos raros con nariz aguileña y cara de chileno, morochitos medios petisos, que hablan mal, con el final bajito y muy agudo, medio amariconado y que son todos pinochetistas que querían ayudar a los ingleses en la guerra de las islas.
Siempre sucede, o sucedía, que llegan los uruguayos o los argentinos, con su porte, sus rostros blancos y hermosos, y se ríen del chileno que dice en voz bajita “no me weihshushatumare”, cuando el argentino dice con todo el volumen, la firmeza y todas las letras “dejate de joder hijo de puta”. Y ahí queda la cosa. Entonces, siempre aflora, o afloraba, eso que llaman oficio, y que en la cultura rioplatense incluye desde saber aguantar y defender un resultado, saber no ponerse nervioso y controlar las emociones, y usar todas las mañas que dios nos dio. En la cultura rioplatense son expertos en aprovechar las mañas para calentar al otro equipo y para sacar provecho de la imaginación y la suciedad. El “cholo” Simeone, por ejemplo, es uno de los genios mundiales en mañas y los argentinos se enorgullecen de él. Llegó a España y a sus jugadores les puso, a todos, un cuchillo entre los dientes.
Y así, Argentina y Uruguay ganaron siempre y Chile siempre perdió. Los rioplatenses le metieron el dedo el culo a cuantos jugadores se encontraron por la vida, los hicieron calentar, y los echaron. Pero ayer fue diferente. Ayer un chileno se lo hizo a un uruguayo, a uno de esos que manejan los partidos, que tienen aguante, garra, oficio, entrega, y le hizo pisar el palito. El que tenía oficio le dio una cachetadita mínima, que el árbitro alcanzó a ver, y se fue directo a la calle. El mundo al revés. Ayer, la maña fue chilena.
¿Y que pasó? Que esos jugadores uruguayos que son famosos en el mundo por ser los tipos mas violentos del fútbol, porque pasa la pelota pero no pasa el jugador, esos que están orgullosos de sí mismos porque son poquitos y porque son un campo al costado del mar, y le ganan a las potencias mundiales porque tienen corazón, bueno, ahora resulta que esos no paran de llorar porque un chileno, morocho, feo y de acento incomprensible, le metió un dedo en el poto. Si alguien en este mundo no tienen derecho a llorar por eso, son los uruguayos. Podrán llorar por lo que sea, y les haremos compañía porque los queremos y hablan pausado, y son una versión mas agradable y menos canchera que los porteños argentinos, pero llorar por eso, por un dedito, no, por eso no.
¿Y en la Argentina qué pasa? En la Argentina pasa que un comentarista en la televisión dice la palabra “cola”, y ahora están todos escandalizados porque un chileno hizo lo que ellos hicieron mil veces.
Cosa de no creer.