Por Guillermo Caviasca – @helicopterox
Del Dossier “Bicentenario: la Independencia en debate”, producido conjuntamente por Marcha y Contrahegemonía.
En este trabajo presentamos tres ideas fuerza para la interpretación de la independencia Argentina. La primera es que fue una revolución popular, que tuvo gran participación de las masas, y que los objetivos y conclusiones de todo el proceso revolucionario estuvieron en disputa por varias décadas. Segundo, que la tarea de construir un Estado nación moderno era uno de los desafíos revolucionarios, concientes, de los líderes que encabezaron el proceso y que la forma que tomara ese Estado y esa nación era una creación de la revolución que debía realizarse. Y tercero, mostraremos cómo a través de las fuerzas militares que surgieron en el proceso revolucionario las masas impusieron parte de sus intereses en la orientación del la política de las dirigencias más permeables a su influencia.
El desarrollo de programas políticos solo es posible si encuentra, en la formación social donde se pretende desplegar, una posible base material y humana que le de potencia, sino solo es una “utopía abstracta”. Por ello hay que encontrar la articulación de clases que constituyen el posible sustento de una política avanzada: democrática, agraria y proteccionista.
Plateamos en este sentido que a lo largo de las luchas que se inician con las invasión inglesa y que se continúan hasta la consolidación del Estado nación, los intereses de las clases, de los actores y grupos políticos se expresan en diferentes proyectos más o menos antagónicos entre si. Hay dos grandes líneas dentro de las que los podemos agrupar. Por un lado un proyecto independentista que busca el desarrollo, se previene contra las nuevas posibles formas de dominación extranjera y que, en ese sentido, está dispuesto a apelar a las masas (en diferente forma de acuerdo a cada momento y de qué grupo político o liderazgo hablemos). Nunca “orgánico” pero siempre condicionado por esta necesidad de apoyo popular, y en este sentido permeable a algunos o muchos de sus reclamos. Mostraba una tendencia hacia el proteccionismo, hacia la conciliación con las masas rurales y urbanas, y fue más americanista.
Frente a otra tendencia que expresa una línea de absoluta confianza a los dictados del mercado mundial, y en ese momento del capital inglés que es el que lo domina. Un proyecto librecambista que busca siempre bajar las tasas aduaneras, y apela a la inversión extranjera. Que desconfía de la movilización de las masas y busca sacarlas de la escena política mediante mecanismos legales elitistas, excluyéndolas de toda forma de participación real que no fuera la rebelión. Que se apura a disciplinar sin concesiones al “bajo pueblo” y transformarlo en mano de obra rural quitándole el acceso a la tierra. Que en lo geopolítico deviene en antiamericano.
Una estructura a crear
El virreynato del Río de la Plata fue creado en 1776 y ejercía jurisdicción sobre varios millones de km2, con una población que en los cálculos más optimistas no puede hacer exceder del millón y medio de personas. La Banda Oriental contaba con poco más de 30 mil habitantes, 15 mil en Montevideo. Buenos Aires unos 40 mil en la ciudad y un poco más de 30 mil en la campaña. Las provincias que hoy forman la Argentina rondaban las 300 mil personas. La autoridad sobre este extenso territorio era, en parte, sólo jurídica. Se encontraba débilmente articulado en lo político y menos aún en lo económico. A sólo 30 años de su fundación entra en crisis a causa de la invasión inglesa a Buenos Aires y la Banda Oriental, y la posterior caída de España bajo el dominio napoleónico. O sea, tuvo una corta vida, aunque sirvió para amalgamar (no unir) a formaciones sociales disímiles, cuyas relaciones anteriores eran muy débiles como para considerarlas bases sólidas para un Estado-nación. El virreynato había servido además para dos cosas de importancia posterior en nuestra independencia: una, el desarrollo de Buenos Aires; y dos, el enfrenamiento con Brasil. Además de potenciar la explotación ganadera de cara al mercado mundial y hacer crecer la población entorno al Río de la Plata.
Entonces, al comenzar el siglo XIX el virreynato engloba dos sociedades distintas. Una: en la región rioplatense, que podemos definir como mercantil. Es la zona menos poblada donde las tribus nómades indígenas no representaban una fuente de mano de obra campesina sustancial para el tipo de explotación señorial que los terratenientes hispanos procuraban establecer en América. Pero se encontraba en proceso de rápida formación y crecimiento, gracias a sus fronteras abiertas, y a que las relaciones sociales se encontraban débilmente asentadas: era una sociedad poco densa. En el otro polo (social, geográfico y económico) estaba el Alto Perú, una sociedad estamental con fuertes rasgos de feudalismo, donde desde antes de la conquista española existía una civilización agrícola avanzada. Allí durante 250 años una casta hispana ejercía el domino sobre una masa de tributarios campesinos indígenas. Estos indígenas prestaban tributos en trabajo al conjunto de la casta y para la extracción de minerales, que eran la fuente más importante de recursos del virreynato para el sistema colonial español. Entre esa región, de antigua tradición y una sociedad fuertemente establecida, y el Río de la Plata, de reciente formación y tradiciones más flexibles, se encontraban el resto de las “provincias”. A su vez, toda América se encontraba enmarcada dentro de la juridicidad del antiguo régimen absolutista colonial.
Desde fines del siglo XVIII el mundo occidental estaba avanzando hacia transformaciones económicas, nacimiento de nuevas ideas y cambios políticos que proyectarían a la cada vez más dinámica burguesía hacia la hegemonía. Inglaterra completaba su primera revolución industrial y su presencia comercial en el mundo era abrumadora, pero todo occidente mostraba el ascenso de nuevas clases sociales y, con ellas, de nuevas formas de ver el mundo. La revolución francesa fue la expresión más importante, en el plano político, de esta transición. Por un lado las ideas de “libertad, igualdad y fraternidad” aparecían ante las masas como una muestra de las posibilidades, de las mejoras, que estos cambios podían implicar. Otro elemento era una nueva juridicidad y concepción del hombre como sujeto político, de la autoridad, etc., que dio nacimiento a la formación de Estado-nación. Y por último, pero no por eso menos importante, desató la crisis del imperio español y con ella la asunción de las soberanías por gobiernos locales. Así, en el marco de la revolución burguesa clásica en su momento más crítico, en América hispana el cambio político daba sus primeros pasos con los desafíos y posibilidades que un periodo de crisis y cambios radicales siempre implica.