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    Sin categoría

    “El Congreso, tal como lo he conocido”

    13 diciembre, 20134 Mins Read
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    “El Congreso, tal como lo he conocido”

    El vendedor de humo. Nueva entrega de esta columna donde el dibujante Lucas Nine se propone “garantizar una provisión de teorías escandalosas para discutir en la sobremesa y munir al pastenaca de un material que le permita impresionar a sus amistades”.

    A continuación, reproduzco algunos rápidos apuntes realizados durante un fugaz paso por el Congreso Nacional. Mi trabajo allí me ha permitido acceder, en calidad de observador, a la intimidad cotidiana de aquellos hombres que hacían historia acaso sin saberlo (sin saber que eran observados, quiero decir).

    En todo caso, estas pequeñas notas trazadas con mano ágil sobre la bandeja del café intentaban descubrir al ser humano que medra bajo el tribuno. Iban acompañadas, en muchos casos, por escuetas caricaturas de sus actores: realizadas con la celeridad del rayo ya que la tarea del mozo es siempre vertiginosa. Pido disculpas de antemano por lo elemental de textos y dibujos. Es importante hacer notar que su mayor interés radica precisamente en la intencionalidad de resumir todo un mundo en el trazo sintético que concentra y destruye. Eso es, concentra y destruye. Y encorseta.

    Zavala Ortiz y los radicales
    Zavala Ortiz es un hombre extraordinario.

    ¡Las cosas que no habrá hecho Zavala Ortiz!  Ayer, por ejemplo, fueron a verlo a su despacho dos radicales.  Zavala Ortiz los recibió; reía y lloraba al mismo tiempo.

    Lleno de furia, se pellizcaba el rostro con ambas manos. Se arrancaba los cabellos.

    Los radicales han huido despavoridos, dando tumbos por los pasillos.
    …
    Zavala Ortiz es una figura que se agiganta con el paso del tiempo.  Ayer, por ejemplo, medía tres metros quince.

    Zavala Ortiz se confiesa
    Como muchos hombres de acción, Zavala Ortiz es sumamente reservado.

    Ayer, por ejemplo, me ha llamado desde su despacho; sin una palabra, sólo con un movimiento de su dedo índice.  Al acercarme, ha señalado un cajón de su escritorio; el primero de la derecha. Lo abrí. En su interior yacía un revolver calibre treinta y ocho, niquelado.

    Un  travieso mohín le bastó para hacerme notar el cajón de la izquierda: En él, un sándwich de mortadela descansaba sobre una pila de expedientes.

    Contemplé al hombre, perplejo. ¿Qué me querría decir? Zavala Ortiz me guiñaba un ojo, poniendo un dedo sobre sus labios, como quien pide silencio. Un silencio cómplice.

    ¡Qué cosas tiene este Zavala Ortiz!

    Zavala Ortiz y la interpelación
    Zavala Ortiz es una persona sumamente estimada por sus colegas, que tienen el más alto de los conceptos  acerca de sus dotes de orador.  Ayer, por ejemplo, un grupo de radicales ha ido a visitarlo a su despacho con la intención de presentarle una Interpelación.

    Entre alaridos, Zavala Ortiz se ha lanzado sobre el grupo, descargando terribles golpes con su grueso bastón de malaca.  Dos de ellos han caído sobre el parquet con el cráneo destrozado, mientras sus correligionarios, tomados por sorpresa,  huían dando tumbos por los pasillos. Apenas puedo recordar qué ocurrió luego; creo haberme desmayado.

    Escucho gruñidos. Zavala Ortiz habla con alguien: acaso se trate del sándwich de mortadela. Entre brumas, alcanzo vagamente a percibir la genialidad de los planes de este hombre, la vastedad de sus recursos y esa carencia total de escrúpulos que he visto sólo en los niños y los salvajes. Tengo sed.

    La interpelación yace todavía en el suelo. No me atrevo a moverme de mi lugar, pero, abriendo un ojo, puedo concluir que el texto consiste en una sola palabra. No he llegado aún a descifrarla.

    Don Alfredo Y Juan Bautista
    Aunque Don Alfredo y Juan Bautista pertenezcan a la misma bancada, no podrían ser más distintos: parecen el día y la noche.  

    Mientras que Juan Bautista resulta la misma personificación de aquella sobriedad republicana que hiciera hervir la sangre de Jean Jaurés con la furia del  huevo duro, Don Alfredo, con su capa negra y sus ademanes teatrales y ampulosos, nos recuerda a uno de aquellos poetas malditos del París finisecular de Victor Hugo.

    Así es Juan Bautista: todo en él es medido, austero. ¿Tiene sed? Bebe agua del grifo. Apenas pareciera moverse. A su alrededor, Don Alfredo despliega una actividad incesante: declama, jura y pontifica. No es rara la oportunidad en la que, gracias al manejo teatral de su famosa capa negra, imita el “vuelo del murciélago” (como él lo llama), correteando en torno a Juan Bautista aunque este finja ignorarlo.

    Sin embargo, los dos hombres se complementan y puede decirse de ellos que conforman una pareja ideal.

    Ayer, por ejemplo, han atraído  hasta su despacho a una Delegación de Pobres Costureras. Don Alfredo ha poseído sus cuerpos. Juan Bautista, más metódico, ha preferido beberse la sangre, para luego rematarlas con golpes de ladrillo (desdeñando el puñal labrado de su amigo por considerarlo de un “lujo insensato”).  

    Yo estaba ahí y lo he visto. Ayer, por ejemplo.  Afuera aullaban los radicales.

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