Por Cezary Novek.
Politólogo, docente y escritor, Nelson Specchia ganó con su cuento “La cena de Electra” el premio Max Aub y fue galardonado con el Jerónimo Luis de Cabrera como ciudadano destacado de Córdoba. Marcha conversó con él sobre las diferentes facetas de su carrera.
Nos encontramos en la oficina comercial del diario Hoy Día Córdoba, que dirige desde 2013. Nelson Gustavo Nicolás Pantaleón Specchia –tal su nombre completo según la entrada que le dedicó Wikipedia– es más alto de lo que parece en fotos; tiene cincuenta años pero parece como si su aspecto se hubiera detenido para siempre en los treinta y cinco. El 2015 parece ser su año: en abril ganó la vigesimonovena edición del premio internacional Max Aub (Segorbe, Valencia, España), cuyo jurado estuvo compuesto por Almudena Grandes, Manuel Rivas y Javier Goñi; y en julio fue distinguido con el Jerónimo Luis de Cabrera, otorgado cada año a los ciudadanos destacados de Córdoba.
A poco de comenzar, no es difícil darse cuenta que posee personalidad de coleccionista, avasallante y hedonista. Su forma de hablar es formal pero grandilocuente, sus maneras son anticuadas pero a la vez histriónicas; su aspecto es juvenil con un toque decimonónico. Intenso y amable, dice cada palabra con seguridad y precisión. En su cuenta de Facebook pueden verse fotos donde aparece en diferentes rincones del mundo y acompañado de personalidades destacadas, desde la escritora Cristina Bajo hasta Morgan Freeman.
Se autodefine como sagitariano típico (17 de diciembre), y algo de esa tipología se evidencia en las búsquedas a lo largo de su vida, así como en el timing que maneja durante la conversación. Es un signo que aparece representado por un centauro, mitad caballo y mitad hombre, bestia y filósofo. Los centauros eran célebres por ser amantes del vino, los banquetes y los placeres mundanos de la misma forma en que profesaban el amor por el conocimiento y el aprendizaje. Solían ser pedagogos y uno de los más conocidos fue Quirón, el maestro de Hércules.
Aunque todo indica que Specchia tiene un buen pasar económico, su principal fortuna no parece ser el dinero ni el prestigio sino un adecuado manejo del tiempo, cuyo secreto escapa al común de las personas.
“Siempre tuve múltiples intereses. Uno de esos miedos infantiles era no llegar a ser bueno nunca en nada. Me dedicaba a muchas cosas. Pensaba: si voy a hacer muchas cosas no voy a hacer bien nunca ninguna de ellas. Afortunadamente, he comprobado que no es así. Uno puede hacer varias cosas y que algunas le salgan bien. Pero vos fijate como eso se va vinculando a los niveles biográficos de uno, por ejemplo, mi elección profesional, cuando tuve que elegir la carrera.
Mi padre era de una familia muy tradicional, un viejo liberal de derecha. Estaba medio decidido que yo debía elegir entre la medicina y la abogacía. También estaba mi madre, que venía de una familia muy humilde, del campo, peronista, de izquierda. Era un matrimonio bien interesante el de mis padres ¿No? Porque el amor había logrado unir a esas dos personas tan disímiles. Mamá fue siempre la voz de la libertad. Yo logré quebrar esa opción de ser médico o abogado y terminé siendo politólogo. Una de las cosas más importantes en esa decisión fue que la carrera de Ciencias Políticas no te obligaba a un perfil definido de egresado. Podías ser diplomático de carrera, profesor universitario, consultor de empresas o gobiernos, de organismos internacionales, periodista, analista… una amplísima variedad”.
Tiene la capacidad de ir y volver del terreno de sus años de formación al presente con una asombrosa agilidad, sin perder el hilo. Eran más de las nueve de la noche y el cansancio no se le notaba por ningún lado. Recordó que pintaba al óleo, escribía y hacía teatro desde chico. “Si rastreamos bien atrás, yo creo que lo primero fue la escritura. Mamá era poeta también. Y mi padre tenía una biblioteca de treinta mil volúmenes. Por lo tanto, mi contacto con la literatura fue muy temprano”.
Contrario a lo que la mayoría de los escritores ponderan sobre los beneficios de la rutina, confesó no haber sido regular en nada. “De adulto, con el trabajo, sí, pero por una imposición de la rutina. Nunca he sido un escritor profesional. Mi relación con la literatura es una relación de necesidad. No una cuestión metafísica, sino una necesidad física, como comer o beber”.
No ha dejado faceta del arte por tocar, incluido el piano: “La música también. Fui once años al conservatorio, todos los días de mi vida. Y soy un melómano total, pero no soy músico. Me di cuenta a la vuelta de los días que tengo toda la teoría, solfeo, y la técnica encima… pero no tengo la música adentro. Entonces dije: hasta acá. No vamos a seguir generando mediocridades. Mi tiempo musical es tiempo de escucha. Horas. Pero la recibo, no intento producir. He sido objetivo con mi producción. Sé que hay algunas cosas que hago bien y otras que las hago mal. Y a las que no hago bien, no les dedico más tiempo”.
No fue el caso de la escritura, que tuvo presencia intermitente a lo largo de toda su vida hasta hoy: “Creo que hay algunas cosas en las que hubo tiempos mejores que otros. En medio siglo he tenido tiempos de producción diferentes. Fui de joven un escritor muy barroco… muy enredado, quería escribir cosas serias, eternas, profundas… y salían unas cosas muy malas. Eso me llevó a tener cuidado con lo que se publicaba”.
Sus obras literarias tienen fechas de publicación espaciada. Entre poemario y novela hay numerosos libros de política, ensayo o periodismo. Su primera novela, Giuseppe, salió en Barcelona. Para acompañar el lanzamiento, los editores le propusieron relanzar un título anterior y así es como se publicó en España Espejos nublados, que había tenido una primera edición más provinciana, de menor circulación. “Desde ahí, la producción tiene un poco más de nivel. Decidí que mis trabajos tenían que tener un nivel de maduración más tranquilo, de largo plazo”.
De regreso a la Argentina, a comienzos de la década del 2000, el ya desaparecido editor Oscar Roqué Garzón, de Ediciones del Copista se interesó en su poesía y realizaron un libro objeto llamado Cuaderno de bitácora, que contó con intervenciones del artista plástico Adrián Manavella.
“Él hizo un libro objeto, cuadrado, de 21×21, con interior de colores… eso fue una locura que solamente Roqué Garzón podría haber hecho un libro como ese… una obra de arte, más allá de mis poemas. Ese fue el segundo poemario importante publicado”.
Tiempo después, la Universidad Católica de Córdoba publicó en la colección Calíope Espejos nublados, poemas a la muerte de mi madre.
“Es una versión revisada. Mi madre murió en un accidente automovilístico. Yo vivía en ese momento en EEUU y el libro este recoge un poco lo que es mi carpeta de apuntes de ese tiempo, de esa elaboración del luto vía la literatura, vía la poesía”.
Su trabajo lo llevó por diferentes países: Chile, EEUU, España, Finlandia, Honduras. Le pregunté si se considera más poeta que narrador.
“He escrito muchísima más poesía que narrativa. Diría que un 80/20, pero por cuestión de comodidad. El formato breve tiene un input fuerte, y un poema en pocos versos logra expresarlo. La narrativa necesita mucho tiempo de elaboración, imaginación, escritura, corrección. Tengo más poesía, aunque la narrativa estuvo presente desde un primer momento. En prosa tengo Giuseppe, que también la publicó acá Roqué Garzón, con tapa de Manavella. Y una tercera edición en el Chaco, en la editorial oficial municipal de Las Breñas, que en este momento está en prensa. Doné los derechos y ellos están haciendo una edición fuera de comercio, para distribución en las escuelas”.
Sucedió antes del premio, el año pasado, cuando se hizo la primer feria del libro en Las Breñas. Estuvo como invitado especial y ahí fue cuando acordaron la donación de derechos del libro, ya que no había más ejemplares. Esto lleva al tema del pueblo de origen. Su vida parece seguir al pie de la letra el camino del héroe, ya que se reencontró muchos años después, ya convertido en una personalidad de la cultural.
“Me fui a los 16 años. La relación con Las Breñas es importante, la familia de mi madre es de allá. No hay muchas generaciones porque es todo muy nuevo. Mi padre se recibió de odontólogo y se decidió a ir a Las Breñas. Allí conoció a mi madre y formaron la familia. Ella era educadora. Hay una biblioteca importante con su nombre (Nelly María Checura), de la cual me nombraron padrino. El padrinazgo de bibliotecas es una práctica usual, que me vincula mucho. Ahí fueron los fondos de la biblioteca familiar y seguramente irán los de mi biblioteca. No todos, mi hermana se queda con alguna parte. Una parte tengo en mi casa. La parte de mamá, que era más pedagógica, de enseñanza, fue ahí. Pero yo sí, estoy decidido a dejarles mi biblioteca particular, que no es todavía la biblioteca de mi padre pero es una buena biblioteca”.
Fue inevitable preguntar por los herederos. Dijo que no hay y ni los habrá, y citó una frase que le dijo una vieja una vez: “A quien Dios no le da hijos, el Diablo le da sobrinos”. “Entonces el Diablo me los ha dado, porque buen trabajo me cuestan”. Se Ríe. Sus sobrinos son Marcos y Nicole, hijos de su hermana. No es difícil imaginarlos viajando con él por el mundo, como un Rico McPato y sus sobrinos.
“Tengo gustos y preferencias de hombre solo: la música, mis puros, el tiempo, la pipa, la biblioteca, los libros, la escritura… Mis proyectos de familia no prosperaron, hasta que me di cuenta que era porque no estaba llamado. No tenía esa vocación. Este mundo es tan diverso y plural que hay lugar para todo. Afortunadamente, nos ha tocado vivir en una época en la que uno puede vivir diferente a la tendencia hegemónica… y yo vivo muy bien como vivo”. Mantuvo la sonrisa durante lo que fue el silencio más largo de la entrevista, con la mirada clavada en un horizonte lejano, hacia adentro.