Por Norberto Benítez. A 27 años de La Masacre de Budge, Marcha entrevistó a Jorge Gómez, vecino y militante de la asamblea barrial y del Foro Hídrico de Lomas de Zamora. Cuando la crónica resulta en una memoria necesaria.
Es necesario comenzar por un relato de aquel barrio que supo ser el puntapié y símbolo de la movilización y organización ante la violencia represiva y las fuerzas del gatillo fácil. El 8 de mayo de 1987, tres suboficiales de Lomas de Zamora acribillaron a balazos a tres amigos que conversaban y tomaban una cerveza en la esquina de Guaminí y Figueredo. Willy, el Negro y Oscar, se convirtieron en pocas horas, en emblema de lucha y resistencia para los vecinos de Budge.
Marcha dialogó con Jorge Gómez, para honrar la memoria de los tres pibes, recuperar la historia de militancia de un barrio y exigir mediante la reivindicación de una lucha, justicia plena.
– ¿Cuál fue la reacción del barrio al enterarse de los hechos? ¿Empezaron a organizarse desde el día posterior a lo sucedido?
Más que el día después, habría que partir de antes para ver cómo nosotros llegamos a llevar adelante todo esto, como Asamblea.
A los pibes los asesinan el 8 de mayo. Nosotros en el año ´85 habíamos formado la asamblea de vecinos de la calle Baradero. Reclamábamos desagües pluviales, agua potable – porque no teníamos presión en el agua- y se pedían mejoras en la calle. Para tomar un colectivo tenías que ir a Puente La Noria.
El 7 de mayo hacemos una sentada en Baradero y Camino Negro. Ahí participábamos con docentes y alumnos en una reunión de la escuela 82 porque se desbordó el pozo ciego y el agua inundaba todo el patio donde jugaban los chicos. Hicimos una movida al Consejo escolar. Como no le dieron importancia, el 7 hicimos una sentada con docentes, padres, vecinos y salimos de ahí.
Al día siguiente nos enteramos que matan a los pibes. El sábado hicimos una reunión de balance -nosotros en el primer momento no participamos de la movida por los pibes-, y ahí nos enteramos de las repercusiones del asesinato. Ahí en la misma escuela, decidimos armar un grupo de gente –entre los cuales había integrantes de la Asamblea- y nos acercamos a Guaminí y Figueredo.
Estuvimos hablando con los vecinos y familiares. Recuerdo que había un grupo de pibes que eran los que más puteaban y reclamaban. Nos acercamos a decirles que para nosotros había que armar un petitorio y salir a reclamar por el esclarecimiento, a poner en evidencia el asesinato y la condena a los asesinos. Un vecino de la cuadra nos presta el patio de su casa. Había vecinos que ni se hablaban y sin embargo hubo una gran comunión, armamos una comisión vecinal muy grosa, se anotaron como 150 vecinos. Participaban desde jóvenes hasta personas grandes. Armamos el petitorio donde reclamábamos el juicio y castigo a estos tipos y salimos casa por casa a hacer firmar el petitorio. El sábado se hacía el velatorio, pero ya convocamos a la primer Asamblea vecinal para el lunes en la misma esquina que asesinan a los pibes.
Habíamos planificado que cuando sacaban el cortejo fúnebre íbamos a Puente La noria a hacer la primera acción. Había colectivos, micros, camiones, camionetas, autos. La cantidad de personas que fueron al cementerio era importantísima. La idea había sido hacer bajar a toda la gente en Puente La noria, rodear la comisaría y hacer ahí nuestra primera acción. Pero evidentemente el de la cochería tenía contacto con la Policía y entonces nos desviaron el cortejo fúnebre, nos sacaron por otro lado. En medio del entierro, hicimos una reunión, ahí entre medio de las tumbas, puteamos porque nos habían cagado. Entonces decidimos encabezar nosotros con el primer colectivo, justo atrás de los familiares. Nos teníamos que adelantar al coche de los familiares, plantar el colectivo y hacer lo que habíamos planificado. El miedo de la gente era impresionante, nadie quería bajar.
– La gente estaba muy temerosa por los antecedentes inmediatos. ¿Los vecinos sufrían amenazas?
La comisaría de Puente La Noria seguía manteniendo el mismo accionar que la época de la dictadura, los mismos métodos que aplicaban los militares en el secuestro y asesinatos de los militantes, estos tipos lo hacían en las barriadas populares. A los pibes que iban a los bailes los paraban, les rompían los documentos, les robaban la plata que tenían encima. Y a los pibes que se resistían los asesinaban, los tiraban en un zanjón. ¿A quién le ibas a reclamar? Para ellos era común asesinarlos, tirarles fierros como lo hicieron en ese momento, el miedo estaba: meterte contra la patota de Balmaceda era una locura.
Había un terror desparramado por el barrio. Una vez que lo logramos, la gente tomó coraje y después salió imparable. El comisario salió y se puso enfrente de la gente y les dijo “nosotros vamos a hacer lo posible para que esto se esclarezca, si son responsables van a ir presos, nosotros estamos a su disposición”. Nos plantamos delante del tipo y logramos que los familiares tomen confianza.
Como Comisión de Amigos y Vecinos logramos algo importante: la confianza de los familiares. Cada uno de los familiares ya tenía abogado, algún puntero se le había acercado, un abogado que iba a buscar indemnización por la muerte o negociar con la Comisaría y todo iba a quedar en la nada. Este espacio tenía sentido si los familiares acompañaban, sería otra cosa si era un grupo de vecinos solamente.
En un primer momento logramos que la familia Olivera fuera la que aceptara que el Toto Zimerman, fuera el abogado del caso. Y después logramos que el resto de los familiares acepten que esta dupla de abogados fueran los que representen a las tres familias, que no fue fácil porque había que romper eso: el puntero también es amigo es vecino y traía abogado de ellos.
Hicimos una convocatoria para una primera asamblea, dos mil personas. Un vecino prestó un camión, mirabas para las cuatro esquinas y era impresionante. Pero ahí aparecieron los caretones de todos los partidos políticos, todo esto en el marco de que iba a tener mucha repercusión en los medios. Ese día cuando terminó la Asamblea decidimos hacer una movida a La Noria que superó las dos mil personas, rodeamos de nuevo la Comisaría y la gente quería prenderla fuego.
A partir de ese día se decidió hacer la búsqueda más intensiva de testigos, nadie quería testificar. Fuimos a visitar a los testigos en la casa, para brindarles todo el apoyo para que puedan testificar. Conseguimos más de veinte, con nombre y apellido. Pero con eso también empezaron las amenazas y decidimos armar carpas de guardia en las esquinas, que los compañeros de la Asamblea acompañaran a cada uno de los testigos cuando iban y volvían de trabajar. Acordamos un método de avisarnos cuando algún testigo era agredido, la forma de avisarnos era con pitos, ollas y teníamos algunos bombos.
En una ocasión, a uno le cayó la Policía, le pegaron. Nos enteramos por los pitos y los bombos tipo 2 de la mañana. Empezó un cacerolazo en el barrio, nos juntamos los vecinos y fuimos a la casa de la familia patoteada, fue importante porque la gente reaccionó y salieron muchos vecinos. En otra oportunidad, agredieron otra vez a un amigo de los pibes, le pegaron una paliza terrible y volvimos a movilizarnos, a denunciar el apriete a los testigos y planificamos una gran movilización a Plaza de Mayo. Salimos desde adentro del barrio. En ese momento ya se habían acercado distintos partidos y organizaciones de izquierda y ya había un compromiso de acompañar las movilizaciones, que fueran con más contenido. Dejó de ser una movilización sólo por el reclamo por la muerte de tres pibes, sino que además, denunciábamos que desde la dictadura hasta la fecha el aparato represivo estaba intacto. Dejamos un petitorio y hubo vecinos que entraron con los abogados a la Casa de gobierno. Fue un gran paso.