Por Gustavo Melazzi*. Reflexiones a propósito del discurso de Christine Lagarde, directora del Fondo Monetario Internacional, sobre los “excesos” del capitalismo y la necesidad de cambiar algo para que todo siga igual.
El 24 de mayo pasado, la directora del FMI Christine Lagarde, hizo una notable presentación (1). Aclaremos: ¿“notable” para quién? Pues para todos, sean partidarios de su orientación, sean sus opositores, ya que estos deben analizarla con seriedad. No tanto para (re)descubrir el cerno de sus proposiciones, sino para, por un lado, cotejarla con la práctica de los gobiernos y, por otro, evaluar qué vías de política económica impulsa hoy para mantener -bajo diversas formas- ese cerno en defensa del capitalismo.
Es también una gran enseñanza para no encandilarse con propuestas aparentemente interesantes pero que esconden aquello de “cambiar algo para que todo quede igual”.
Sigamos su exposición, realizada en presencia de figuras representativas del orden mundial y para apoyar el “capitalismo inclusivo”, tema “seguramente sugerido” por Lady Lynn de Rothschild (2). Sintomático: toda ella se desarrolla a partir de la previsión de Marx de que “los excesos del capitalismo llevaba las semillas de su propia destrucción”.
Destaco el término “excesos”, porque luego lo reitera y se mantiene en la superficie de los fenómenos sin entrar a sus razones profundas, aceptando que son el origen, la causa de los problemas actuales. Se trata de un escamoteo, un engaño para encubrir los verdaderos problemas. Porque sabemos que para Marx no son los “excesos” el problema sino la propia lógica del capital la que conduce necesariamente a las crisis, a la pobreza; en definitiva a la necesidad de superar el sistema capitalista como tal.
En respuesta a Marx, con el objetivo de “que el capitalismo sobreviva y se regenere, para convertirse verdaderamente en el motor de una prosperidad compartida”, propone el “capitalismo inclusivo”, cuyos “atributos serían la confianza, oportunidad, beneficios para todos dentro de una economía de mercado, que permitan que todos y cada uno desarrollen plenamente sus talentos”.
Señala luego que “recientemente, el capitalismo se ha caracterizado por ‘el exceso’ en la toma de riesgos, el apalancamiento, la complejidad y las remuneraciones (…) Una de las principales víctimas fue la confianza en los líderes, las instituciones y el propio sistema de mercado”. Y destaca que “la confianza es la esencia de la economía empresarial moderna”.
Más allá de que la esencia del capitalismo es la relación entre el trabajo y el capital, y por tanto la existencia de trabajadores que para subsistir sólo poseen su fuerza de trabajo -que venden a los propietarios de los medios de producción y, por tanto, la lógica del sistema (y no sus “excesos”) es la desigualdad-, vale la pena aclarar que cuando habla de confianza, a lo que en realidad se refiere es a la gobernabilidad. Esta refiere a que, por lo que sea, los trabajadores no están en condiciones de cuestionar las relaciones de poder capitalistas que los sojuzgan. Pero ella misma alerta, con un lenguaje clarísimo, que “la democracia comienza a debilitarse en los extremos cuando las batallas políticas separan a los que tienen de los que no tienen”.
En cuanto a la confianza, Lagarde plantea: “la pregunta fundamental es ¿cómo podemos recuperar la confianza? (para lo cual) me referiré a dos dimensiones importantes: más inclusión en el crecimiento económico y más integridad del sistema financiero”.
La primera tiene que ver con “el aumento en la desigualdad del ingreso” y, entre otros, anota un dato claro: “las 85 personas más ricas del mundo, que cabrían cómodamente en un autobús de dos pisos, controlan la misma cantidad de bienes que la mitad más pobre de la población mundial, es decir, 3.500 millones de personas”. Incluso rechaza el tan reiterado argumento de que lo que importa es la igualdad de oportunidades: “El problema está en que las oportunidades no son iguales para todos. El dinero siempre comprará, por ejemplo, una educación y una salud de mejor calidad”.
Para enfrentar esto propone “algunas opciones beneficiosas: imprimir más progresividad al régimen de tributación de la renta sin ser excesivo; hacer un mayor uso de los impuestos a la propiedad; ampliar el acceso a la educación y la salud, y apoyarse más en programas activos en los mercados laborales y en prestaciones sociales vinculadas al empleo”.
Respecto al sector financiero, primero señala que se ubica en el último puesto en las encuestas de opinión sobre la confianza. Sobre la crisis de estos años dice que su causa estuvo en “un sector financiero que casi se derrumba a causa de los excesos”, sobre todo al permitírsele “asumir riesgos excesivos”. Las dificultades se agravaron por “las empresas demasiado grandes para permitir su quiebra”. Con gran lucidez y sin tapujos define que “este tipo de capitalismo era más extractivo que inclusivo. El tamaño y la complejidad de los megabancos suponían, en cierto modo, que estas instituciones podían atar a las autoridades económicas de pies y manos”. Llega a mencionar la “falta de ética y autocontrol de los bancos especuladores”; su “manipulación de la tasa LIBOR”, “lavado de dinero”, entre otros.
Ante ello, aunque van demasiado lento, apoya las propuestas avanzadas en la “regulación bancaria bajo los auspicios del Comité de Basilea” y aboga por una recuperación de la ética en las remuneraciones.
Concluye: “En definitiva, si la economía mundial es más inclusiva, los beneficios serán menos difíciles de alcanzar. El mercado será más eficaz, y el futuro será mejor para todos”.
También nosotros concluimos. La presentación es notable. En ella, el capitalismo es lo máximo; su único problema serían los “excesos”. Las soluciones discurren por “civilizar” (3) e incorporar ética al sistema financiero especulador y, por otra parte, mejorar la distribución del ingreso.
De pronto, encontramos aquí una pista para comprender incluso por qué el libro de T. Piketty se ha convertido en best seller mundial: su superficialidad; su única propuesta de impuestos progresivos y su explícito rechazo de Marx, todo ello muy coherente con esta presentación.
Este enfoque del FMI es notable también porque nos exige ser rigurosos; estudiar y debatir a fondo, sin encandilarnos por fantasías que solo encubren lo que parece constituir la línea más inteligente y actual en defensa del capitalismo, que completa incluso las propuestas de “segunda generación” del Consenso de Washington, con su defensa del estado y las políticas contra la pobreza.
Cuidado con la confusión. ¿Quién lo diría? Aunque el FMI plantea con crudeza muchos de los problemas actuales, ante las propuestas señaladas y los discursos y políticas en boga, correspondería quizás preguntarse si Christine Lagarde se ha vuelto progresista.
Sólo siendo serios y rigurosos, superaremos estos intentos por confundirnos: el problema sigue siendo el sistema capitalista.
*Artículo publicado originalmente en www.zur.org.uy
Notas
(1) Departamento de Comunicaciones del FMI. Relaciones Públicas. publicaffairs@imf.org 27/05/14
(2) Me permito dudar de la paternidad de tal sugerencia, para atribuírsela al propio FMI. Pero no importa, ya que me vienen a la memoria las reuniones del Club de Bilderberg, donde los dueños del mundo (los súper ricos entre los ricos y sus políticos) deciden temas de interés mundial.
(3) El término, aunque entrecomillado, no es de Lagarde.