Por Carina López Monja
En una semana se vota nuevo presidente en Argentina. Las encuestas aún oscilan entre una victoria en primera vuelta de Scioli o un balotaje. Se discute el voto útil, el mal menor y hay quienes dicen que frente a la ofensiva conservadora, no hay que volver a los 90. Aquella frase que lanzó el kirchnerismo “El candidato es el proyecto”, parece agotarse. No es el proyecto, ni Scioli. Es el Papa Pancho, que es Bergoglio.
Si las críticas al capitalismo salvaje y el Laudato Sí cosecharon las simpatías de muchos sectores de izquierda, o de centro izquierda en el continente, las 3T del Papa Francisco, Tierra, Techo y Trabajo, generaron un “programa mínimo” con el cual un sector del kirchnerismo decidió sumarse a hacer campaña por Daniel Scioli.
Para quienes hacían la lectura de que los “movimientos sociales de izquierda” del kirchnerismo iban a romper si el candidato era Scioli, para quienes auguraban el fin del kirchnerismo después del 10 de diciembre o para quienes proponían disputar desde adentro para “llevarse” agua para su molino, el cálculo salió mal.
Los movimientos populares que, dentro del kirchnerismo, eran reacios a la verticalidad de Unidos y Organizados no rompieron, sino que por el contrario hacen campaña por quien gobierna hace ocho años la provincia de Buenos Aires, el mismo señalado por no dar respuesta a los docentes bonaerenses, por su accionar frente a la desaparición en democracia de Luciano Nahuel Arruga, por proponer bajar la edad de imputabilidad de los menores o calificar una acusación sobre violencia de género como una cuestión familiar pocos días después de que la policía que él comanda reprimiera una marcha de más de 60 mil mujeres en Mar del Plata.
Las reivindicaciones de Tierra, Techo y Trabajo, ampliamente compartidas por gran parte de la población (argentina y latinoamericana) fueron las consignas elegidas para hacer campaña desde los Movimientos Populares por Daniel Osvaldo Scioli.
Sin embargo, el contexto regional y mundial en el que se propone sostener “el proyecto nacional y popular”, de la mano de Scioli y de las 3T muestra una apuesta ilusoria. En toda la región, pero especialmente en el cono sur, los llamados gobiernos progresistas giran a la derecha. En Brasil, la Dilma que propone un programa de ajuste con un ministro neoliberal no es Lula; Tabaré en Uruguay decretando la esencialidad de la huelga y negociando un TLC con EEUU no es Pepe Mujica; así como Scioli no es Cristina. No se trata de nombres solamente, sino del agotamiento del neodesarrollismo, del impacto de la crisis mundial y de las respuestas que los sectores económicos esperan de los próximos gobiernos.
En la Argentina del 2016, la necesidad para las clases dominantes frente al decrecimiento de la economía china y los impactos para nuestro país será la del ajuste –gradual porque nadie quiere una rebelión popular como la de 2001–, de un nuevo ciclo de endeudamiento y de nuevas inversiones que profundicen el saqueo de nuestros bienes comunes y la acumulación por desposesión.
La elevación a programa de gobierno sciolista de las 3T del Papa Francisco adquiere una visión compartida entre el gobierno y la Iglesia que conduce Bergoglio. Sin embargo, tras 12 años de kirchnerismo, el déficit en vivienda es inabordable y las tomas de tierras y reclamos por el derecho al techo son reprimidos, el trabajo precario e informal y los derechos de los trabajadores y trabajadoras de la economía popular son una promesa en negociación.
En esta etapa del capitalismo (y en esta etapa de la Iglesia) es necesario impulsar reformas para garantizar que el modelo y la lógica de dominación capitalista persistan. La Iglesia del Papa Francisco acompaña la política de Estados Unidos en el escenario mundial. Basta ver Medio Oriente.
Si los Estados de Bienestar nacieron luego de la crisis del 30, el 2008 marcó un nuevo momento para el capitalismo mundial. Cuando el Papa Francisco dice que el Dios Dinero amenaza a la humanidad, expresa la crisis del capitalismo en su expresión civilizatoria, de ideas, de valores. Frente a un modelo que expulsa cada vez más seres humanos (matándolos en las fronteras, matándolos como soldaditos del narcotráfico, murieron desnutridos, en el noroeste argentino por ejemplo), el kircherismo y el Papa, nos proponen la inclusión y, por supuesto, salvar al capitalismo, con un “capitalismo serio, humano o inclusivo”.
¿Cómo no estar a favor de la inclusión de los excluidos, de la Asignación Universal por Hijo, de la recuperación de derechos, de la tierra, del techo y del trabajo? Imposible el desacuerdo. Bienvenido que el jefe de estado del Vaticano haga críticas feroces al capitalismo. Pero, como lo han demostrado doce años de Kirchnerismo y una década, década y media de gobiernos progresistas (a excepción de Bolivia y Venezuela) las medidas no han “profundizado” un nuevo orden económico y social sino que han aumentado la desigualdad. No hay más hombres y mujeres reclamando por sus derechos, sino un pueblo desmovilizado.
La revolución –o la palabra revolución, o la palabra socialismo– se convirtió para algunos en caricatura. Y es que el mundo donde seamos iguales y libres no es aquel en donde “estemos incluidos”.
Si durante el neoliberalismo los gobiernos llevaban adelante políticas focalizadas ideadas en el Banco Mundial, hoy se impulsan medidas de inclusión o ampliación de derechos que, a todas luces implican mejoras que a la vez reafirman un estado de pobreza y desigualdad con el que el capitalismo puede convivir. Fue palabra de la Iglesia y del ex presidente Carlos Saúl Menem “pobres habrá siempre”, como formas de asimilar el estado de cosas existente y augurar la imposibilidad de transformarlas.
Ruben Dri decía hace pocos días que el Vaticano tiene la concepción de que “los pobres son de la Iglesia”. La búsqueda de una alianza del Papa Francisco con los movimientos populares, que hubiera sido inimaginable en 2005, aparece ahora como posibilidad.
Y está claro, los Movimientos Populares en estos años han derrotado al ALCA. Han soñado y parido pequeñas muestras de que es posible otro mundo. De que el capitalismo puede ser superado y que la referencia de Bolivia y Venezuela, como la de Cuba, con todos sus debe y haber, son muestra de que el relato del mal menor es un relato y que es posible que, desde procesos de transformación en la región, se puede potenciar la construcción de poder popular desde abajo, la autoorganizacion de las clases populares y la construcción de un nuevo orden político, económico y social.
Allí es donde la Iglesia ha buscado una alianza. Porque claro, allí hay pueblo organizado. Hay pueblo que echó gobernantes, que se propuso la autogestión, la democracia directa, que se propuso ser protagonista. La Iglesia no quiere protagonistas: quiere fieles. Y los gobiernos, con las honrosas excepciones mencionadas, no quieren protagonistas, quieren votantes que acompañen el proyecto.
Los pobres, los campesinos, los trabajadores, los precarizados, los desocupados, los de abajo fueron protagonistas para decir “ALCA, AL Carajo”, para proponer que el pueblo mande, para construir la solidaridad, el trabajo digno, la rebeldía organizada. Hoy están siendo convocados a votar.
Pedirle al movimiento popular que piense con cabeza de Estado, que vote a Scioli porque la geopolítica lo demanda, que razone porque la política es administrar lo existente (y a conformarse porque la torta se achicó y lo existente es cada vez menos) o relegitimar una Iglesia salpicada por escándalos de corrupción y casos de abuso porque es mejor paraguas que la nada, parecen ser respuestas defensivas y posibilistas a un escenario complejo.
Claro, el Comandante Chávez, aquel que ante cada crisis profundizó la revolución, ya no está. Y algunos piensan que, ante la ofensiva conservadora, mejor garantizar el techo, la tierra y el trabajo acompañando la candidatura de Scioli. El problema es que eso no lo garantiza ni Dios, ni el Papa Pancho, ni Scioli. Lo consigue un pueblo organizado que defiende sus derechos. Y que sueña, se organiza y asume la potencia política de ser el único capaz de cambiar su futuro.