Por Daniel De Santis
En la serie de miradas sobre las posturas ante el balotaje entre Scioli y Macri, esta vez opina uno de los referentes de la Juventud Guevarista. Su análisis de la situación por venir y una polémica con los dichos de Atilio Borón.
En la noche del 30 de octubre de 1983, con la esperanza de escuchar los datos del escrutinio de las elecciones en la Argentina, conecté la antena de la radio a la del televisor. De esa forma tenía la esperanza de captar alguna emisora de Argentina en la lejana Managua. Mi improvisada antena me permitió escuchar un hilo de voz de la cadena Caracol de Colombia. Los primeros cómputos daban ventaja para el candidato de la UCR. “Ya vendrán los votos peronistas que pongan las cosas en su lugar”, pensaba. Pasaban las horas y la ventaja se mantenía hasta que alrededor de las seis de la mañana la tendencia resultaba irreversible. Había ganado Alfonsín, el candidato de la UCR. Producto de mi desinformación, pensaba que el mal menor era Lúder y que una presidencia de éste favorecería nuestro retorno a la Patria.
Con mejor información, comprendí que el resultado electoral no fue fortuito. Alfonsín había levantado un programa de democratización y denuncia de los militares, mientras que el peronismo había lucido su peor cara, la fascistoide. El formato y la hegemonía burguesa hacen que las elecciones renueven las esperanzas en los representantes del capital pero, de todas maneras, son un reflejo de la situación política y de las propuestas que realizan los partidos.
Con un oído en el pueblo y el otro en el PRT
En agosto, antes de la elección de primera vuelta, habíamos pensado que en caso de balotaje propondríamos un voto programático. Igual que en el 83, el resultado fue sorpresivo y el peronismo había construido su derrota.
Lejos de dar una respuesta estrategista o no comprometida, los integrantes de la Juventud Guevarista, educados en la cultura del PRT, como cosa natural fuimos a escuchar lo que decía el pueblo en las calles, en los barrios, en los lugares de trabajo, de estudio, y la gente conocida que había votado a la Unión del Pueblo en las primarias y al FIT en la general. El resultado fue que nuestra militancia se orientaba mayoritariamente al voto en blanco o a no votar, mientras que nuestra influencia y la del FIT, hacia el voto a Scioli.
Cinco días después, en una apasionada y fraternal discusión llegamos a conclusiones, que en su parte operativa expresan que “el próximo 22 de noviembre, nos imponen tener que elegir entre Scioli o Macri, dos representantes del capital más concentrado. Sabemos que cualquiera que gane tomará medidas antipopulares para sostener sus intereses, pero entre ellos tienen algunas sutiles diferencias. Estas, magnificadas por la propaganda kirchnerista, hacen que amplios sectores de nuestro pueblo sientan que pueden expresar su rechazo a la versión más cruda del neoliberalismo (Macri) votando a Scioli. Nuestra postura parte de la idea de unir al pueblo y que no nos separe la polarización entre quienes utilizarán el voto en blanco como forma de resistencia y quienes consideran votar a Scioli de manera defensiva ante una peor opción. Hay que unir esas formas de resistencia. Polarizar y dividir a estos sectores de la población es la táctica kirchnerista, como continuidad de la división de las organizaciones populares, sindicales y de izquierda, para llevar parte de esos fragmentos a votar a un candidato de derecha, para luego del 10 de diciembre ser ellos los que encabecen la oposición”.
Causas estratégicas de la derrota kirchnerista
La política kirchnerista logró el reconocimiento del conjunto de la burguesía al recomponer la gobernabilidad capitalista. Ello se apoyó en la desarticulación de la resistencia y la organización popular; la recuperación de la legitimidad del Estado burgués y sus instituciones; el respeto del orden económico internacional liderado por el imperialismo. Logrado este objetivo, los sectores tradicionales de la burguesía se lanzaron a la demolición del kirchnerismo para imponer un gobierno de su propia entraña.
Exhibiendo su pericia política, los Kirchner resistieron varios años pese a que su proyecto estaba asentado en una utopía: desarrollar el país apoyado en una inexistente fracción de la burguesía nacional con contenido antiimperialista, o en la ilusión de su creación. Porque el antiimperialismo de la burguesía nacional siempre ha sido inversamente proporcional al capital acumulado. Como complemento de su construcción, buscó su fuerza militante poniendo el eje en la juventud de la pequeña burguesía. Por su concepción capitalista, nunca consideró a la clase obrera como sujeto de cambio, pero desestimó la concepción clásica del peronismo que la consideraba columna vertebral del proyecto nacional burgués.
El resultado del conflicto con las entidades agrarias significó la derrota estratégica del proyecto kirchnerista, y una nueva demostración de que no se puede hacer de la Argentina un país moderno y desarrollado conducido por la burguesía nacional, sea “productiva” o tradicional. Tras 12 años de gobierno, no se ha modificado la matriz productiva del país, y seguimos siendo un país agro exportador dependiente del imperialismo.
La debacle kirchnerista no es responsabilidad de los movimientos sociales, de las luchas populares, ni de los pequeños partidos de izquierda, sino de un modelo que promovió la inclusión a través del consumo. Porque el consumismo despolitiza, potencia el individualismo y genera conformismo, es el caldo de cultivo de la derecha. Esta política se llevó adelante sin participación popular, al pueblo se lo mantuvo como espectador y a la militancia como mera divulgadora de la política oficial.
En respuesta a Atilio Borón
Nosotros no llamamos al voto en blanco, pero recogimos el guante porque Borón se equivoca al poner la línea de confrontación entre voto en blanco y el voto a Scioli. La línea divisoria está entre los que luchan en contra del ajuste y quienes quieren ajustar.
Titular su nota “El voto en blanco es un voto por el imperialismo” es un exabrupto que intenta producir un golpe de efecto sin aportar claridad en medio del combate. Con el lector shoqueado, lo induce a aceptar como bueno el voto al “mal menor”, para lo cual se vale de una serie de argumentos lógicos. Estos tiene su parte de verdad, pero luego las conclusiones así obtenidas deben ser contrastadas con la historia para ver qué queda en pie. Veamos:
Así por caso, Borón realiza una improcedente comparación entre políticos burgueses. Efectivamente, Alfonsín no era lo mismo que Herminio Iglesias, pero viene más al caso comparar a Videla con Menéndez quienes, con matices, expresaban la misma política, ya que no es válido buscar la diferencia entre usar la picana con 220 y con 110 voltios. La línea del mal menor presenta como realista una política de negociar con el poder que conduce de un retroceso a otro, línea no descubierta por el kirchnerismo sino que es patrimonio de las corrientes populistas y reformistas de todo el mundo. En los 70 el Partido Comunista apoyaba a Videla para evitar el pinochetazo de Menéndez, en los 80 el peronismo de izquierda sostenía a Menem en contra del lápiz rojo de Angeloz, en los 90 el progresismo de clase media a De la Rúa en contra de Duhalde, y ahora el kirchnerismo el ajuste supuestamente suave de Scioli contra el duro de Macri. Esta política que cede el protagonismo al “menos malo”, es desmovilizadora, no construye organización revolucionaria, ni militantes solidarios y entregados a la causa del socialismo. No promueve la transformación radical de la sociedad.
La experiencia más evidente y negativa entre línea política reformista-oportunista y sus consecuencias orgánicas la tenemos en la trayectoria del PC. Su política se basó en la conciliación de clases y en la búsqueda de una burguesía nacional antiimperialista -postulados básicos de sus acuerdos con el kirchnerismo-, que carcomió la moral de sus dirigentes llegando a colaborar con la Dictadura. Su resultado es un Partido –y un militante- incapaz de asumir el menor riesgo, consolidando sus posiciones oportunistas. Borón acusa de academicista al voto en blanco pero al no considerar la importante faz orgánica del movimiento es él quién cae en ese error.
Escribe Borón: “Habría que discutir las razones por las cuales luego de más de treinta años de democracia burguesa las izquierdas no hemos todavía sido capaces de construir una sólida alternativa electoral”. Por razones de espacio, vamos a dar sólo una más: algunos sectores de la izquierda nacionalista, gran parte del progresismo y la academia, y la mayor parte de la izquierda, tanto trotskista como estalinista, buscó con empeño enterrar la experiencia más avanzada en la lucha por el socialismo, la del PRT y de su líder Mario Roberto Santucho: tergiversaciones de la historia, campaña de calumnias, acciones punitivas para evitar que resurja su memoria. Luego de la Rebelión, algunos grupos juveniles rastreando la historia han comenzado a reconstruirla, pero en ese camino la ideología dominante pone sucesivos velos y ofrece permanentes tentaciones de alternativas más dulzonas, como denunciaba el Che Guevara.
El voto en blanco es una forma válida de mostrar rechazo a ambos pero será insuficiente, ya que no tendrá la masividad necesaria como para condicionar al gobierno surgido del balotaje. El voto a Scioli, de los que así sienten que se oponen al neoliberalismo, es comprensible en este contexto, pero ninguna forma de votar resuelve la situación, por lo tanto no debemos buscar el enfrentamiento sino unir a los que votan en blanco o no van a votar, con los que expresan su forma de resistir votando a Scioli.
Se ha depositado en nuestros explotadores una confianza que no merecen. Cualquiera que gane, tendremos que salir a pelear contra las medidas antipopulares que no tardarán en llegar, y para revertir la situación de pasividad, donde las clases dominantes nos imponen tener que elegir entre dos de sus candidatos, tenemos que asumir el compromiso de participar en política, involucrarnos en las decisiones. Pero en otra política, la nuestra, la de los que vivimos de nuestro trabajo, la de la unión del pueblo por abajo.