Qué pasó en el 2019 para que tantos pueblos elijan la insurgencia como respuesta política y social, tendía que ser una de las preguntas claves de este año. Un repaso por los hitos más importantes nos pueden ayudar a despejar algunas dudas y abrir caminos al futuro.
Por Camila Parodi
Cuando de jóvenes leíamos las historias de independencia o inclusive cuando nos adentramos en las enciclopedias con las epopeyas del siglo XX entre guerras mundiales, insurgencias y revoluciones, creíamos que ya nada quedaba para el siglo entrante. Un mundo de sistemas representativos mayormente capitalistas, era “el fin de la historia” para algunos académicos alejados de los pueblos.
Sin embargo, el 2019 llegó de forma inesperada para los gobiernos neoliberales que pretendían continuar con sus programas de ajuste y control social. Y así, mientras en Cuba se celebraban los 60 años del comienzo de una revolución aún vigente, las alianzas de la derecha, unificadas en el Grupo de Lima que responden directamente al presidentes Donald Trump de los EEUU, desconocían la elección de las mayorías e intentaban derrocar el gobierno legítimo de Nicolás Maduro en Venezuela, que también hasta hoy resiste.
Aunque pasó desadvertido, al igual que en la historia como primer independencia colonial, el comienzo del año lo marcó el pueblo haitiano. Silenciada por las grandes empresas de comunicación, la pequeña isla se mantuvo un año de pie en las calles contra el gobierno neoliberal, y por ende, asesino de Jovenel Moïse que no sólo aumentó el valor del petróleo y la moneda sino que también propicio el desabastecimiento de agua y comida básica.
Mientras tanto, con actos antipopulares y blindados, asumían Bolsonaro como presidente de Brasil y Bukele en El Salvador que, como riéndose de quienes pensaban que la ultraderecha podía articular un discurso de unidad, sus primeras palabras fueron una declaración de guerra contra el movimiento feminista para agradar a las minorías que los legitiman. Salvando las diferencias, mostraban un programa de ajuste neoliberal resguardado en discursos fascistas y religiosos. En paralelo, llegaba López Obrador a la presidencia de México y a través de sus gestos contradictorios comenzábamos a preguntarnos si era posible un verdadero ciclo democratizador o si el futuro estaba por fuera de las instituciones.
El tiempo no tardó en dar explicaciones, y tras la infiltración de conversaciones lesbo-homo-trans odiantes entre las autoridades de Puerto Rico y la puesta en evidencia de la corrupción y complicidad narco del gobierno hondureño, la barricada comenzó a hacerse cotidiana en el continente. Logrando inclusive, en Puerto Rico, la renuncia del presidente Roselló.
La llama continuó en Costa Rica y luego comenzó a bajar, primero en Ecuador donde el pueblo indígena y campesino se opuso al paquetazo neoliberal de Lenin Moreno tomando las calles e instituciones durante más de un mes y siguió en Chile tras la propuesta de evadir el aumento del transporte impuesto por Piñera, siendo este rechazo específico un trampolín que llevo a más de dos meses de organización y denuncias a pesar de la brutal represión. Haciendo eco de forma similar con el Paro Nacional en Colombia contra el gobierno de Iván Duque y sus niños intentos de resolver el conflicto de paz con diálogo. La cacerola y la barricada se convirtieron en un común del sur del continente para demostrar el descontento popular.
Con la atención puesta en las rebeliones del sur del continente y, creyendo que ya nada más podía pasar, noviembre comenzó con la la liberación del ex presidente Lula Da Silva tras estar 580 días privado de su libertad. Pero poco nos duró el festejo, la derecha empresarial y evangélica de Bolivia dió un golpe militar, civil y mediático al gobierno legítimo de Evo Morales tras su nuevo triunfo electoral. Este accionar llevó a la renuncia del mandatario boliviano con importantes gestos del presidente mexicano Manuel López Obrador y quién estaba próximo a asumir en la Argentina, Alberto Fernández, que recibiría una vez presidente a Evo Morales como refugiado politico iniciando una respuesta desobediente al gobierno de Donald Trump. Por en otro lado, con biblia en mano,l ingresaba la autoproclamada presidenta Jeanine Añez quien eliminaría a la brevedad el símbolo del Estado Plurinacional, la wiphala, de las instituciones y desataría una masacre contra el pueblo indígena que se opuso a su imposición.
Podríamos perdernos en miles de palabras más con los detalles y las historias de este año, también adentrarnos en los conflictos de otros continentes como el surgimiento de los Chalecos Amarillos, el avance del Partido Verde en el Parlamento de la Unión Europea o inclusive la lucha del pueblo catalán por su autonomía y libertad de presos políticos. Pero una pregunta vuelve a nosotrxs y no basta con relatar sucesos y sorprenderse, se cumplieron 10 años del golpe de Estado en Honduras y tras ese acontecimiento, Paraguay, Brasil y Bolivia… sin embargo, aún con la implementación de nuevas tecnologías, el armamento militar, las empresas de comunicación y redes sociales de su lado, la derecha conservadora tiene una batalla cotidiana contra los pueblos. ¿Será momento de dejar de confiar en los sistemas representativos y empezar a pensar en los nuevos gobiernos de los pueblos?