Por Emiliano Ruiz Díaz. Una breve reseña sobre Le gamin au vélo, la última película de los hermanos Dardenne.
La historia, como suele suceder en las películas de los hermanos Dardenne, es sumamente sencilla. Le gamin au vélo (El chico de la bicicleta) trata sobre un niño belga de aproximadamente once años que acaba de ser abandonado en un instituto de menores y que, lejos de resignarse a esta nueva situación, se lanza en una desesperada y sostenida búsqueda de su padre (de su madre biológica nunca sabremos nada). Con la ayuda de una peluquera (Samantha), a la cual conoce de casualidad en una de sus correrías rabiosas, llegará a dar con el paradero de su progenitor, quien le confesará que no puede ni quiere cuidarlo más. De este modo veremos cómo Cyril, con apenas 11 años, pasa sus fines de semana bajo la tutoría de Samantha, quien decidirá acompañar al niño de la bicicleta para resguardarlo de una sociedad que lo ha expulsado de la institución familiar promedio. Constituirá ahora para él un peligroso camino, en un bosque lleno de desvíos que llevan al lobo.
El cine de los hermanos Dardenne no abunda en didactismos pero a su vez no deja nada librado al azar. Siempre se muestran o se dan a entender, con mayores o menores evidencias según el caso, las causas que han originado los comportamientos de los personajes. La historia narrada en Le gamin au vélo es la expresión situada de un sistema económico y cultural que empuja hacia los márgenes a miles de personas. Es el cine de la crisis europea, pero no de la crisis en abstracto, sino de la catástrofe capitalista actual. Así, el instituto de menores es incapaz de contener la furia y la desolación de un niño abandonado como Cyril. Entrevemos que el abandono por parte del padre (y aquí hay un guiño pues se trata del mismo actor que abandona a su bebé en El niño) se debe a una situación económica calamitosa, que lo lleva a tener que trabajar a destajo como cocinero de un restaurante, lo cual no justifica su cobardía pero sì la explica en parte. Incluso el pandillero del barrio -que ayuda a Cyril para luego involucrarlo en un robo- vive en una situación delicada: cuida la vida de su abuela enferma, quien sólo puede mirar televisión postrada en una cama de un apartamento claustrofóbico.
Pero si por un lado quienes han caído en desgracia -como Cyril- se inclinan a comportamientos sociales ligados al delito o al incumplimiento de las obligaciones familiares, quienes gozan de una mejor situación social no hacen más que mirarse hacia sí mismos e incurren en el desprecio de aquellos que han sido empujados a transitar los márgenes. De esta manera, la pareja de Samantha tratará al niño de la bicicleta como un “asistido”, al cual se lo puede amenazar con un nuevo abandono. Màs tarde, el niño bien -aquel que tiene familia con buen trabajo y a quienes Cyril ataca en el robo- buscará la venganza que su padre no se anima a ejecutar. El sistema se evidencia entonces como un mecanismo complejo, de responsabilidades máximas pero también intermedias, en donde aquellos que encuentran la posibilidad de cierta comodidad desprecian a los que han sido colocados “por debajo”.
Sin embargo, los hermanos Dardenne no han filmado una historia de desesperación infinita y pesadumbres irreversibles. Por el contrario, como señala buena parte de la crítica, se trata de una película que, en el marco de la disolución de los lazos sociales, coloca esperanza -y quizás una posible solución- en las personas mismas, quienes deberán ayudarse mutuamente para empezar reconstruir aquello que el sistema, el Estado, no puede ni quiere hacer. Tal cual lo sostiene el padre de Cyril: no sólo ya no puede criar a su hijo, sino que ni siquiera lo quiere hacer. Es un ajuste humano y económico necesario, no queda otra que el abandono del hijo y la venta de su querida bicicleta, para la sobrevivencia de sí mismo. Es en este punto cuando el personaje de Samantha, proveniente de una clase media propietaria pero trabajadora, se erige como heroína de la película. La peluquera, quien ha sido intempestivamente elegida por un conflicto que en principio “no es suyo sino de otros”, se vuelca de lleno -no sin dificultades, incluso contra su propia pareja- a tratar de comprender a ese niño marginado, por momentos agresivo y que sólo necesita alguien que le brinde afecto y contención familiar.
Cada uno de estos temas son recurrentes en la filmografía de los hermanos belgas: la ruptura entre padres e hijos, la precariedad del mundo laboral capitalista, los márgenes sociales, la violencia como respuesta, etc. En el caso de Le gamin au vélo, esto que podemos denominar como el “realismo” clásico de los Dardenne, se torsiona hacia lo más puramente “ficcional” sobre el fin de la película, único momento en el que aparece brevemente algún tipo de musicalización, como anunciando la intromisión del artificio y la inminencia de otro pliegue de lo posible. Allí asistiremos a una escena de redención, resurrección y milagro mediado por un ringtone tecnológico, proveniente de quien ha obrado la dura tarea de exceder el egoísmo y el sálvese quién pueda. Simbologías propias de un cine seco, crudo, sencillo pero también movilizador y que transmite, a su modo, no la excepción sino la regla de un sistema que cruje por todas partes y que debemos transformar. Parece que los hermanos Dardenne lo ven todavía posible. El niño de la bicicleta, como nuestro Pocho Leprati, es un ángel y no un demonio.
Intérpretes: Cécile De France, Egon Di Mateo, Fabrizio Rongione, Jéremie Renier, Oliver Gourmet, Thomas Doret
Director: Jean Pierre Dardenne, Luc Dardenne
Guionista: Jean Pierre Dardenne, Luc Dardenne
Director de fotografía: Alain Marchen
Música: Alexandre Desplat, Conrad Pope
Montaje: Marie Héléne Dozo