Por Mariana Correa. En su libro “El Banquete”, el filósofo griego Platón cita el discurso de Aristófanes sobre los orígenes del amor. A la distancia, la Semana de la Dulzura reafirma desde el consumo la idea de la media naranja, fiel y hétero.
La pubertad es una etapa enla cual las personas desean concretar todas esas fantasías sobre “el amor” que, determinadas culturalmente, armaron para sí mismas a lo largo de sus escasos años. Se trata del amor como término que los define en mente, cuerpo y alma. El enamoramiento empieza con una mirada, continúa con una palabra, luego con un beso y más tarde con la piel, en ese orden esperable. Es el proceso romántico de búsqueda que más adelante dará lugar a nuevas reglas sociales, seguramente más complejas.
Valores familiares, sabios consejos ancestrales, manuales educativos, libros y novelas, revistas femeninas y masculinas, canciones de moda, poesías, teorías psicológicas, mitos, tips y simbologías instruyen poco a poco a los chicos y las chicas en esa necesidad incuestionable de forjar determinados roles al momento de encontrar y conservar el amor verdadero, eterno y heterosexual. La media naranja, el peor es nada de cada cual.
Aquí comienzan a ponerse en juego todos los patrones amorosos, hijos del partriarcado.
Amor de kiosco
Durante la primera semana de julio, en Argentina se celebra la Semana de la Dulzura bajo la consigna “una golosina por un beso”. Una estrategia de marketing muy original inventada por la multinacional Arcor a inicios de la década de 1990, que desde entonces le permitió incrementar la venta de sus productos.
Se trata de una excusa comercial muy particular y aceptada para celebrar el amor correspondido y recordar así que todas las personas están en permanente búsqueda de su 0,5. En los recreos de la escuela, en una cita amorosa, en el shopping o en la plaza del barrio, varones y mujeres pueden ilusionarse con la posibilidad de dar y recibir un dulce y luego de besar o ser besados.
Es que el beso es el símbolo por excelencia del amor romántico, del encuentro de dos partes, preferentemente de un hombre y una mujer. Así que en vísperas de esos días, las publicidades de la firma accionista -a fuerza de un manantial de colores, chocolates, frasecitas cargadas de tequieros y bellos envoltorios con forma de corazones- invitan a besar cachetes, dar piquitos o transar. “El amor es como un bonobón”, quizás se podría usar como eslogan cursi.
Amor platónico
En otro extremo de la historia, Platón también metaforiza e idealiza el amor. Cuenta que para Aristófanes, la naturaleza humana estaba constituida por tres clases de “hombres”: los dos sexos que subsisten actualmente (el femenino y el masculino) y un tercero muy particular, el andrógino, formado por ambos sexos unidos entre sí como una esfera con cuatro piernas, cuatro brazos y dos cabezas. Como tal, el andrógino tenía más fuerza que las otras especies y podían rebelarse contra los dioses. ¿La solución del dios Zeus?: debilitarlos cortándolos por la mitad, como a una manzana. Pero como de ese modo ambas mitades morían de hambre e inanición, pasaban su vida buscándose entre sí, y cuando se encontraban, volvían a unirse en un abrazo para siempre, al punto de que una no quería hacer nada sin la otra.
Digno de una novela rosa o de reconocidas historias donde los que se reencuentran son Romeo y Julieta, Tristán e Isolda, la Novia y Leonardo en “Bodas de Sangre”, Jack y Rose en “Titanic”, Allie y Noah en “Diario de una Pasión”.
Ambas manifestaciones (la de Aristófanes y la de Arcor, más allá de las distancias generacionales) podrían pensarse desde la igualdad de condiciones entre el hombre y la mujer: por un lado, los dos se buscan para sentirse completos y, por otro, los dos se buscan para regalarse dulces y besos de igual forma.
¿Amor incondicional?
El problema es que la realidad sobre la que los sujetos y las sujetas se mueven cada día demuestra que esto es pura ilusión. El sentimentalismo no pretende discutir nada con la visión conservadora impuesta por el patriarcado acerca de la relación entre los géneros. Al contrario, significa y refuerza esta construcción social: fantasear con que la felicidad plena solamente llegará de la mano de la coincidencia y que todo será perfecto. O se es completo con un otro o no se es.
El amor, sea heterosexual u homosexual, es un sentimiento maravilloso, y cuando dos personas se encuentran, lo disfrutan, se sienten afortunadas, planifican, se cuidan, actúan en consecuencia. Y eso sí existe y es saludable. Pero lo que cuesta creer es que exista un sólo amor, exclusivo, empalagoso y ya predestinado. Un solo amor que sea para toda la vida, que todo lo aguante, que todo lo acepte, hasta que sea la muerte quien separe.
Una opción saludable para hombres y mujeres –o, ¡fuera heteropatriarcado!, personas más allá del dominio del género- podría ser empezar a pensarse en búsqueda de sí y de sentirse completos como tales. Después, si se quiere y elije, compartir ese camino con otro u otros que también estén en pleno reencuentro personal.