Por Pablo Nolasco Flores
El ajuste económico funciona como un mecanismo necesario en los países capitalistas. En términos generales, ajustar implica que un sector grande de la población obtenga menos beneficios producto de su trabajo. Esto se puede dar de muchas maneras: cobrando salarios nominales (lo expresado en pesos) por debajo de la inflación, pero también haciendo que su salario real cada vez valga menos y como resultado, comprar menos cosas. Otra forma es sobrecargándose de trabajos para poder llegar a fin de mes. Esto es entregar mayor horas de vida a cambio de un ingreso.
Como se planteó en una nota anterior lo que pierden unos en forma de ingreso lo ganan otros. Entonces, los ajustes perjudican a las mayorías trabajadoras y benefician a las minorías capitalistas. Porque es falso eso de que cuando hay ajustes perdemos todos y todas.
Generalmente, las y los trabajadores se resisten a los ajustes. O eso deberíamos creer si no pensamos como clase trabajadora. A lo largo de la historia argentina se dieron enormes muestras de fuerza para resistir a los ajustes de capital. En este sentido, hay algunas ideas que sostienen que cuanto peores son las condiciones de vida de las personas, el escenario se prestaría para resistencias y luchas contra esa situación material. El famoso, “cuanto peor, mejor”.
Sin embargo, eso podríamos creer si la clase trabajadora es homogénea y podríamos tener una idea general de cómo piensa y cómo siente ese ajuste en sus vidas cotidianas. ¿Qué sucede cuando la clase que vive del trabajo tiene un alto grado de fragmentación? Si la clase trabajadora tiene elevados niveles de fragmentación vamos a encontrar a un sector formal con buenos salarios, una capa de profesionales con título universitario que tienen que llenarse de trabajos para obtener un buen salario, otro que posee trabajos formales pero con salarios por debajo de la línea de pobreza y una enorme capa, quizás la mayoría, de trabajadores y trabajadoras informales, sin derechos, que combinan múltiples trabajos con la ayuda estatal.
En esta situación la principal consecuencia es que se nos va a ser difícil comprender cómo se percibe, como siente y cómo piensa cada sector de la clase. Ya que cada uno, según su posición de ingresos tendrá demandas materiales y culturales diferentes.
El ajuste permanente y sus consecuencias en la subjetividad de las personas
Leandro Barttolotta e Ignacio Gago, en un ensayo llamado “Implosión: apuntes sobre la cuestión social de la precariedad”, hacen un análisis muy interesante sobre el padecimiento de la precariedad en los cuerpos de las clases subalternas. Quizás el sector mayoritario de la clase trabajadora y que sufrió con mayor fuerza el ajuste permanente de los últimos doce
años.
Lo interesante del libro es como ligan una cuestión material y objetiva basada en el ajuste permanente que viene sufriendo una enorme capa social con el efecto anímico en la subjetividad. Los autores sostienen que los principales efectos son el cansancio, el agotamiento, la frustración y el malestar. Es decir, nos encontramos con millones de personas que sienten esas sensaciones producto de una realidad material concreta: la pobreza.
Pero se escapó la tortuga. Al menos a las dirigencias políticas que dicen representar al pueblo y, también, a los intelectuales que no estuvieron a la altura. Este ajuste permanente provocó la naturalización de la precarización de las vidas. Miles de familias haciendo malabares para poder llegar a fin de mes. La ansiedad producto del aumento de precios permanente. El malestar, la resignación y la angustia son la estructura de sentimientos de quienes padecen el cuerpo el ajuste.
El problema se profundiza cuando los diferentes gobiernos plantean discursivamente que iban a mejorar la calidad de vida de las personas, pero en los hechos, esas vidas empeoraban. La desilusión con estos programas llevan a una derrota, entonces, cuando los discursos reaccionarios aparecen, tienen allanado
el camino para los ajustes.
Durante estas semanas, el periodista Fernando Rosso planteó una serie de interrogantes que se vinculan con estas ideas. Si las personas durante todo este tiempo de ajuste permanente eligieron gobiernos que en el discurso decían que no iban a ajustar, pero en los hechos, ajustaban, ¿por qué no probar ahora con un gobierno de ajuste?
La naturalización de la precarización, del ajuste permanente y del malestar social puede funcionar como una derrota subjetiva en las mayorías provocando la aceptación de un feroz ajuste como el que estamos viviendo en estos meses. Entonces, cuanto peor, peor.
Ajuste de shock, derrota y refundación capitalista.
Desde que Milei comenzó con el ajuste de shock se dieron muestras de resistencias en diferentes sectores del campo organizado: las movilizaciones de los partidos de izquierda y los movimientos sociales, los paros llamados por diferentes sindicatos, el llamado a saltar los molinetes, los cacerolazos, etc. Son respuestas necesarias para los tiempos presentes. Sin embargo, aún se percibe cierto adormecimiento. Esa sensación de que se le está dando tiempo, a pesar de que el shock se está sintiendo cada vez con más fuerza. Además, cuando parecía que el discurso en contra de la casta comenzaba a tener sus límites, en la apertura de sesiones ordinarias Milei lanzó una batería de medidas contra la casta.
Es muy probable que esa prédica funcione como una especie de refuerzo en la subjetividad de las personas para seguir bancando el ajuste. El ensayista Alejandro Horowicz, en su libro “El Kirchnerismo desarmado” hace un recorrido histórico sobre la historia reciente, el programa económico de ajuste durante estos 40 años de democracia, el fracaso del peronismo y las penurias de las mayorías populares.
En un pasaje plantea lo siguiente:
Alejandro Horowicz, 2023.
“Si algo caracteriza a los derrotados, es el desprecio de su propia existencia;
desprecio que impide que la derrota sea apropiada como una fuente de conocimiento
para transformar la realidad. En ese punto estamos”
Da la sensación de que la precarización de las vidas y el ajuste permanente de la última década funciona como mecanismo subjetivo para aceptar un profundo ajuste. Ese desprecio de su propia existencia, de la que habla Horowicz, no es más que la descomposición social que habita en nuestro país. El problema es que si el ajuste pasa y se profundiza entraríamos en una gran derrota, como la de la hiperinflación del 89’ y como efecto de esa derrota, el capitalismo argentino podrá estar en mejores condiciones de ser reformado, como en los 90, con las consecuencias que eso traería: abaratamiento de la fuerza de trabajo, superexplotación laboral, profundización de la pobreza y ruptura de los lazos sociales.
Las largas crisis que empobrecen cada vez más a las personas sirven para que la gente acepte los ajustes y las salidas reaccionarias. La emergencia y la aceptación en gran parte de la sociedad de los discursos liberales demuestran que hay un espacio en el pensamiento y sentimiento de las personas que lo conocido ya no va más. En este escenario, es necesario derrotar el ajuste de Milei para evitar una mayor destrucción material de las vidas. Si no planteamos una salida estructural, alternativa a este modelo y al que nos trajo este escenario, vamos camino a una catástrofe social porque no hay salidas. La lucha la debemos dar en el plano ideológico/teórico, en el económico y en el político. Lo que no se regenera, degenera.