Por Mariano Féliz*
Las PASO han preparado el terreno más temido para el conjunto del pueblo trabajador. Las opciones electorales con mayores posibilidades de ganar el voto mayoritario en Octubre (en primera o segunda ronda) preparan la aceleración de la transición hacia la intensificación extractivismo neodesarrollista. En efecto, tanto Scioli, su más cercano competidor Macri o (con menos posibilidades) Massa, proponen una política económica que -en dosis diversas del mismo veneno- pretenden superar los límites más apremiantes del proyecto de desarrollo impuesto por las fracciones hegemónicas de las clases dominantes. Todos ellos recibirán “la pesada herencia” de la incapacidad del kirchnerismo cristinista de desarmar las barreras creadas por las contradicciones de su proyecto de desarrollo capitalista posible en la periferia.
Las fuerzas políticas representadas por esos candidatos buscarán, por un lado, transitar la transición de forma de desactivar las barreras más evidentes del proyecto de desarrollo, a la vez que, por otro, recrear las condiciones para convertirse (o permanecer en el caso del kirchnerismo en la era de Scioli) en la amalgama que permita sostener la hegemonía de las fracciones transnacionalizadas del gran capital. Eso requerirá de tácticas y estrategias diversas, las cuales deberán adaptarse a las tradiciones de las fuerzas políticas que representan, a la vez que suponen visiones divergentes respecto de las alternativas para la consolidación de un proyecto capitalista posible en la periferia.
La primera barrera de peso que enfrenta el proyecto de neodesarrollo es la elevada inflación, y ello es reconocido por Scioli, Macri y Massa. La misma es manifestación de las limitaciones del proceso de inversiones en capital fijo, del “poder de mercado” del gran capital transnacional en todas las ramas de la economía y de la potencia del conflicto de clase. El kirchnerismo ya hizo parte importante del “trabajo sucio” a través de una estrategia combinada de control salarial, desvalorización cambiaria y estancamiento económico, que entre 2014 y 2015 desactivó una parte sustancial de la presión inflacionaria acumulada, al costo de una caída en el consumo popular significativo. Frente a ello, Macri presenta la versión más radicalmente ortodoxa de la “solución” capitalista. Asumen que el problema de fondo es la emisión excesiva de moneda para financiar el gasto público social y por lo tanto el ajuste fiscal sería la respuesta. Por otra parte, Scioli y Massa, más realistas, perciben la veta conflictiva detrás de la presión inflacionaria y las consecuencias políticas de cualquier respuesta de shock. Saben que difícilmente puedan avanzar en una política d “ajuste salvaje” sin consecuencias en su gobernabilidad. Su camino será un ajuste que intente no tener sobresaltos, y les permita contener la tendencia inflacionaria sobre la base de persistir en la demanda de moderación salarial junto a una política que profundice el salto (ya iniciado) de la productividad laboral por la vía de la intensificación del trabajo.
Por ese camino, el neodesarrollismo, que Scioli pretende agudizar, buscará dar respuesta a la segunda gran barrera que enfrenta el proyecto hegemónico: la barrera externa. La respuesta kirchnerista ha sido desplazar esa barrera lo más posible, y en los últimos años, simplemente aplazar la solución. En efecto, la política de re/des-endeudamiento, la posición periférica de Argentina en el ciclo del capital transnacional y la prevalencia del consumo suntuario de las clases dominantes, ha consolidado un derroche de divisas (dólares), que sólo fue compensado parcial y temporalmente en la etapa de auge en el precio de las commodities de exportación. Agotado ese ciclo se ha hecho evidente la sangría estructural; el corralito (“cepo”) kirchnerista y la devaluación de 2013/2014 solo han servido para canalizar la presión. La estrategia sciolista (y Massa otro tanto) apunta a concretar un acuerdo con los fondos buitres en 2015 (cerrando el camino abierto por el kirchnerismo) y abrir nuevamente el endeudamiento externo. Macri propone, en el mismo sentido, apostar a una apertura unilateral al capital financiero. Recuperar la llamada competitividad externa será el objetivo de mediano plazo, seguramente con una devaluación más o menos fuerte en un comienzo. La principal diferencia entre ambos proyectos remite, tal vez, al eje estratégico de la articulación internacional. El neodesarrollismo kirchnerista (hoy sciolista) tiene una estrategia de integración global vinculada a una inserción subordinada a los sub-imperialismo de Brasil y China, mientras la propuesta más liberal del macrismo enfatiza un abordaje más ligado a la integración -también subordinada- al imperialismo norteamericano (en línea más parecida con la del actual gobierno de Uruguay o de los países del eje del pacífico). En ambos casos, la apuesta fuerte es a una renovada apertura al capital externo, tanto en sus facetas productivas como financieras.
Por último, la tercera barrera de significación remite al eje fiscal. El kirchnerismo ha tenido una estrategia que ha privilegiado la ampliación del gasto público sin mayores cambios en la política impositiva. En la etapa final del gobierno de Cristina es política ha tenido como objetivo primordial sostener los niveles de legitimidad social frente a una economía capitalista en franca desaceleración y una política económica que ha privilegiado el ajuste bajo la forma de “sintonía fina”. De esa forma, luego de la creación de las retenciones a la exportaciones en 2002 y el último intento de incremento en 2008, la ampliación del gasto público se ha sostenido en la apropiación de recursos ya existentes (fondos previsionales, del PAMI, etc.) o el uso del financiamiento a través del Banco Central (emisión monetaria). La propuesta del sciolismo (y en la misma medida de Massa) será la continuidad de la política actual, continuando con un ajuste suave hacia una mayor “equilibrio” fiscal. Hacia el macrismo la perspectiva es de una corrección más violenta en las cuentas fiscales, pisando el gasto social y “sincerando” (subiendo) las tarifas de los servicios públicos (en línea con lo que hicieron con el subterráneo de Buenos Aires, pero también con lo que hizo el kirchnerismo con el precio de los combustibles desde la re-estatización parcial de YPF).
El pueblo trabajador enfrentará en el próximo lustro las consecuencias políticas y económicas del kirchnerismo. Enfrentará la radicalización de la sintonía fina como forma del ajuste, aunque lo hará con las herramientas organizativas que ha podido rescatar de una década de fragmentación e integración kirchnerista. El fantasma del 2001 persiste en la experiencia histórica pero también la desarticulación del posibilismo reformista que se convirtió en sentido común para un amplio conjunto del pueblo y sus organizaciones.
* Profesor UNLP. Investigador CONICET. Militante de COMUNA (Colectiva en Movimiento por una Universidad Nuestramericana) en el Frente Popular Darío Santillán-Corriente Nacional