Fin de año vino cargado de retiros y despedidas. Una de las más tristes fue la de Maxi Rodríguez. Un ídolo que volvió a pelear el descenso y salió campeón ¿Serán estas despedidas las últimas de los ídolos con las camisetas de las que son hinchas?
Por Nadia Fink**
Estoy parada en la tribuna del Coloso. En “el Palomar”, conocida así porque da al palomar del Parque Independencia y es donde van, sobre todo, familias enteras.
Miro a los pibes y las pibas que se cuelgan del alambrado: temprano se atan buzos para que puedan ver el partido ahí, y es hermoso ver esa fila de leprositas y leprositos que generan lazos fraternales por el tiempo que dura el partido. Quizás el próximo, tengan otra vecina u otro vecino de alambre.
Lloran. Lloran mucho. Estiran las manos para abrazar al de al lado. Consuelan al que llora más fuerte de a ratos. También está Jurgen, mi sobrino, entre esas pibitas y esos pibitos. Elegimos consolarlo después. Porque está compartiendo esto con sus pares.
Miro eso y me pregunto: ¿Cómo le cuento esto a quien no le gusta el fútbol? Pero no lo pienso desde un lugar de superioridad o privilegio. Sino, simplemente, que no puedo decirlo con palabras porque el sentimiento corre de un lado a otro de una cancha repleta y nadie tiene demasiadas palabras.
Igual, insisten en que haga una crónica de la despedida de Maxi Rodríguez. Y entonces tengo que escribir y encontrar explicaciones. Y escribo ahora, una semana exacta después, donde también me entero de que Nacho Scocco se retira, sin partido y sin homenaje.
El último gol
Si hay algo que tiene el fútbol es que quien vio “el último algo” saca chapa donde sea. Es la manera fanfarrona de sentirnos protagonistas de algo que no protagonizamos. Así que acá vengo a decir que para las adultas y los adultos la despedida de Maxi empezó ahí, cuando hizo el que terminó siendo su último gol profesional y, además, en el Coloso.
Fue el 24 de noviembre pasado, un miércoles por la tarde bastante atípico para leprosas que viven en la Ciudad de Buenos Aires. Ese día volvimos a viajar juntas con Lara, mi hija. Porque si vamos a fanfarronear, lo vamos a hacer bien. Maxi entró en el segundo tiempo. Le habían dado un tiro libre a Newell’s y lo iba a patear Nacho (en algún multiverso, tal vez ese hubiera sido el último gol de Scocco. Tal vez ese último gesto de Nacho sea entendido como un gesto de humildad y compañerismo en el futuro), pero se lo cedió al 11. Tiro libre preciso y gol. Y ahí lloramos las personas grandes. Porque deseábamos que se fuera así, celebrando. Por lo malo del partido y lo que cuesta hacer goles. Porque a Maxi lo queremos. Y nos gusta festejar con él.
El adiós
La despedida fue el lunes 6 de diciembre a las 21.30. Otra vez las porteñas subiendo a la combi un día de semana. Pero la ruta tiene eso, las largas previas, el compartir, los chistes que se arman en cada viaje y que duran hasta el siguiente…
Hubo que entrar temprano a la cancha porque el estadio estaba colmado: nadie quería perderse la despedida del ídolo. “Miren miren qué locura, miren miren qué emoción, ese es el famoso Maxi que volvió a la lepra para ser campeón”, se cantaba. Pero más que para salir campeón, Maxi volvió porque Newell’s estaba muy mal en el promedio de descenso. Y salió campeón, claro, en 2013. Rescindió su contrato con el Liverpool y volvió para ser dirigido por otro histórico, el Tata Martino. Y no lo digo yo… “¿Cuál fue el clic?”, le preguntaron en las 100×100 de El Gráfico. Lo dijo el mismo Maxi en su respuesta: “Ver la situación de Newell’s, que iba a arrancar la temporada último en los promedios con Independiente. Por adentro me decía ‘prefiero estar ahí’, aún si tocaba descender, a después lamentarme y pensar qué hubiera pasado si volvía y, a lo mejor, nos salvábamos. Son esos momentos en los que uno tiene que arriesgar, porque te puede salir bien o mal. Y yo arriesgué”.
Un ídolo, una ídola, en lo futbolístico es, sin duda, aquel jugador o jugadora que es hincha del club y representa con amor esos colores. “El sentido de pertenencia” que le llaman y que se emparenta con la despedida del Licha López en Racing el sábado pasado. En un fútbol actual que devora figuras para venderlas al mejor postor, donde los pibes son vendidos antes de llegar a Primera o juegan un puñado de partido para empezar sus carreras maratónicas, despedir a un jugador del club es un hecho que, quién sabe, tal vez sea anacrónico en poco tiempo.
Por eso la fiesta, los cantos, aguantar (una vez más) un partido malísimo donde el 0 a 0 terminó siendo reflejo de la falta de reflejos de los jugadores y de la sobra de reflejos de Aguerre, el arquero. Pero llegaron los 11 minutos del segundo tiempo y fue el adiós del campo de juego. Fue el llanto de Maxi y su despedida del césped rojinegro.
El partido terminó y nos olvidamos pronto de que en Newell´s pasaron en este tiempo casi tantos técnicos como presidentes en 2001. Técnicos que pasan, “fracasan” y se van. Pero eso ya es otra nota y Maxi nos sostiene la ilusión de que todo es posible y que el semillero volverá a renacer y que el campeonato estará a la vuelta de la esquina.
Entonces fue la despedida “oficial” para la tele y coso. Desde las tribunas veíamos gente amontonada que saludaba y, seguramente, abrazaba a Maxi y lloraban con él. Vimos videos de despedida (con aplausos a Messi y silbidos a Ponzio –eso que no perdona el hincha, el retiro en un club ajeno–) y pudimos aplaudirlo cuando dio su última vuelta en el Coloso. Escuchamos sus palabras y ratificamos su amor por los colores cuando dijo “este es un club de la concha de la lora”, frase que no fue reproducida en ninguna empresa de comunicación.
Salimos cansadas, cansados. Aún nos quedaba la ruta de vuelta, llegar de madrugada, levantarse temprano para ir a trabajar con poco sueño encima. Pasó una semana y supimos del retiro de Nacho por las redes sociales. Sabemos, también, de la promesa que le había hecho Maxi si Sccoco regresaba a Newell´s: “Si volvés, nos retiramos juntos y jugamos unos partidos en el Hughes Fútbol Club”, club de la localidad santafesina del que Nacho es su presidente. Así que ya nos estamos preparando para salir a la ruta en febrero: iremos a ver partidos de la Liga Venadense, porque así manda el corazón.
No sé si alguien a quien no le gusta el fútbol me estará leyendo. Pienso que cada quien, en su propia historia, debe tener algún “sentimiento inexplicable” que querrá transmitirle a otras y otros. Solo deseo que todas las personas en todas partes puedan sentir algo de esa emoción colectiva que se vive en una tribuna. La linda, no hablo de barras bravas y de todo lo malo que rodea al fútbol masculino. Hablo de volver a ver a esos pibes de 6 a 10 años llorando porque se les va un referente. Ese al que veían jugar con la camiseta que quieren. Ese que volvió para pelear el descenso y fue campeón, aunque no lo hayan visto. Porque es la historia que se cuenta de generaciones en generaciones. Y que se vive y se siente aunque insistan en que le pongamos un puñado de palabras.
** Originalmente publicada en Lástima a Nadie Maestro