¿La economía resiste? ¿Se cae? ¿Todo está perdido? Algunos apuntes para entender el capitalismo en tiempos de pandemia.
Por Iván Barrera / Foto Franco Fafasuli
SI hay algo que evidencia esta pandemia es que el capitalismo está más podrido de lo que muchos y muchas piensan. La respuesta no está solo en los servicios de salud pública estallados y la poca empatía del mercado hacia la vida, sino en la fragilidad que tiene nuestro sistema de relaciones de producción imperante. Aquí buscamos tratar solo algunos mitos y verdades de los tantos que recorren los pasillos de televisión y los boca a boca de WhatsApp y las redes sociales.
Grandes empresas pueden quebrar
Sí, grandes empresas pueden quebrar. Cuando todo esto comenzó, tal vez lo primero que se nombró, a partir del cierre de los aeropuertos, fue “muchas aerolíneas pueden quebrar”. Lo primero que se nos viene a la cabeza es “si una megacorporación que tiene una flota enorme de aviones quiebra, que le va a pasar al almacén de Don Pepe”. Paradójicamente, el tamaño de la empresa no siempre determina las chances de supervivencia sino que es la estrategia empresarial la que puede disponer que en pocos meses Don Pepe siga cortando fiambre a la par que desarman los Boeing de una aerolínea.
Ahora, ¿por qué grandes empresas pueden quebrar? ¿Qué lógica impera detrás de esto? La lógica capitalista de cualquier empresa capitalista en cualquier país capitalista de este mundo globalizado es muy similar. Podemos llamar a nuestra empresa ejemplo “Techint”, pero para no ser evidentes llamémosla Empresa T.
La Empresa T, como cualquier empresa, funciona durante todo un año fiscal. Durante ese año produce bienes u ofrece servicios, los vende y con ese dinero paga sueldos, paga impuestos y tal vez el alquiler. Cuando finaliza el año fiscal, si la Empresa T tiene ganancias, puede repartirlas entre sus dueños o sus accionistas. También puede destinar dinero a un fondo de caución o de inversión.
¿Cuál es el problema? Cuando la Empresa T reparte ganancias a sus accionistas, llamémosle Paolo R. y Gianfelice R., ese dinero ya no le pertenece a Empresa T sino que le pertenece a los hermanos R. Entonces cuando comienza una pandemia con un cierre casi total en la economía y Empresa T tiene que empezar a pagar más de lo que le ingresa, no puede hacer uso de las ganancias generadas el año fiscal anterior porque no le pertenecen a Empresa T sino que a los hermanos R. ¿Y qué pasa? Cuando tiene que pagar sueldos, impuestos o el alquiler no cuenta con el dinero necesario y debe incurrir en préstamos (o despedir personal a mansalva como quisieron hacer muchas empresas).
La Empresa T es ficticia y cualquier similitud con la realidad es pura coincidencia, pero es una realidad que afecta a muchas grandes empresas que deben acudir al crédito para no quebrar por la avaricia de sus dueños o accionistas. Mientras tanto, el almacén de Don Pepe seguramente esté sufriendo los achaques de una economía paralizada y seguramente tenga muchísimo menor acceso al crédito que la Empresa T, pero al ser dueño de su propio ingreso puede hacer uso del mismo para bancar la parada.
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El gobierno está salvando empresas
Esta afirmación resulta un poco más capciosa. Siguiendo con la lógica empresarial capitalista, vamos a suponer que aparte de la Empresa T hay una Empresa A, una empresa B, y una empresa C.
Cuando comienza el megaparate a partir del inicio del aislamiento preventivo, social y obligatorio, las empresas A, B, C y T comenzaron a quedarse cortas de efectivo porque sus ventas comenzaron a desmoronarse, y por la lógica anteriormente comentada. Pero acá hay que hacer una diferencia: no tener efectivo no significa no tener plata. Muchas veces las empresas tienen dinero en forma de plazos fijos y muchas veces se da esta lógica:
La Empresa A le compra mercadería a la Empresa B y le entrega un cheque a 90 días.
La empresa B le compra mercadería a la Empresa C y le entrega un cheque a 120 días.
La empresa C le compra mercadería a la Empresa T y le da un cheque a 180 días y así podemos seguir con el resto del abecedario.
Entonces, las cuatro empresas tienen una promesa de pago pero no tienen el dinero. El mayor problema es que a fin de mes tienen que pagarle a sus empleados y tal vez no les alcanza el dinero, entonces terminan pagando solo una parte de ese sueldo en los mejores casos.
Acá entra otra lógica en nuestra cuenta: los trabajadores y las trabajadoras que perciben un salario menor van a tratar de gastar lo mínimo e indispensable para llegar a fin de mes. Entonces una trabajadora de la Empresa A que cobra su salario por la mitad, le va a comprar menos a las empresas B, C y T de lo que le compraba antes. Entonces las empresas B, C y T tienen menos efectivo para pagarles a sus empleados o para pagarle a las otras empresas a las que le deben.
Acá es donde aparece la intervención estatal. El Estado está imprimiendo billetitos a una velocidad descomunal, tal vez la más acelerada de la historia. Lo hace por dos razones. Primero, porque empresas como T están pagando menos impuestos, entonces tienen menos ingresos. Tampoco pueden acceder al crédito porque el gobierno M explotó la deuda externa. Pero más allá de estos dos factores, imprime a mansalva para intervenir en estas lógicas perversas y autodestructivas.
¿Qué hace el Estado? Inyecta dinero a la economía mediante 3 frentes: por un lado subsidia a las empresas, por otro lado subsidia sueldos y por un tercer lado entre planes y bonos. Al inyectar dinero directamente al pueblo, la gente dispone de mayores ingresos (o sus ingresos regulares) y vuelve a consumir activamente a las empresas A, B, C y T. A su vez, estas empresas, gracias a que la gente vuelve a consumir y gracias al subsidio del Estado, pueden pagarle lo que le debe a la otra empresa, pueden pagar impuestos y pueden pagar salarios para que esos trabajadores y esas trabajadoras vuelvan a consumir y se siga reactivando el ciclo.
Ahora, ¿está bien que el Estado intervenga? Seguramente si le preguntamos a economistas galardonados como Milei o Espert se les paren los pelos de la cabeza o de la nuca, según el caso. La lógica de los gobiernos kirchneristas en la era post 2001 fue esta. Fue reactivar el consumo a partir de inyectar dinero, lo que permitió la salida de la crisis de la convertibilidad. La historia demostró que este no era un modelo sostenible en el tiempo, aunque sí un modo muy efectivo para evitar que las crisis se agudicen.
Otra pregunta es si realmente no hay otros lugares más urgentes donde inyectar dinero, como en la compra de insumos para hospitales, en las villas y asentamientos donde sobra la desidia, en el personal de salud que cumple jornadas maratónicas en hospitales y hoteles y demás lugares donde la urge la necesidad. Finalmente está el tema de si emitir descontroladamente es la solución, cuando hay familias multimillonarias como los hermanos R o como quienes pasan el aislamiento social paseando con su yate por Nordelta que podrían estar financiando la debacle económica y social producto de la pandemia.