Entrevistamos a Dolores Reyes, la autora de Cometierra, su primera novela que lleva cinco ediciones y mucho por seguir diciendo. Charlamos sobre una obra que refleja la crudeza de los femicidios desde la voz sincera, popular y luminosa de su protagonista.
Por Nadia Fink y Julieta Santos
“Empezaba a ver que los que buscan a una persona tienen algo, una marca cerca de los ojos, de la boca, la mezcla de dolor, de bronca, de fuerza, de espera, hecha cuerpo. Algo roto, en donde vive el que no vuelve”. No es el inicio de Cometierra, pero son tres líneas lo suficientemente potentes para generar la expectativa que se merece.
Cometierra es un libro pequeño que encierra una voz exacta que narra el hoy pero que, como buena obra, nos habla de todos los tiempos. Transitar la actualidad en las que sucede un femicidio cada 23 horas y llevarlo a la ficción es un desafío enorme. Hacerlo con potencia, contrastes y, sobre todo, luminosidad, es un desafío casi imposible. Sin embargo, Dolores Reyes lo logra. Y Cometierra se volvió un libro pedido, leído, comentado, que pasa de mano en mano y se devora en días u horas. Cinco ediciones en la Argentina, premio en Barcelona Negra, gran recibimiento en Colombia… Reyes, docente, feminista, conurbana y madre de siete pibas y pibes, sacude el territorio, las letras y las escuelas con su obra prima y nos cuenta sobre el proceso creativo, la decisión de trabajar sobre el femicidio y la mirada siempre real y amable sobre los personajes que realiza como autora.
-¿Cómo y por qué decidiste trabajar sobre femicidios desde la ficción? ¿Y cómo fue el trabajo de la voz de los personajes? Porque el registro en primera persona sostiene la voz durante todo el relato…
-La voz de los personajes fue el principio de todo. Se trabajó muchísimo, 5 años con distintos talleristas y editores. En un principio con Selva Almada y Julián López, y en Sigilo[1] lo trabajé con Vera Giaconi y Maximiliano Papandrea, mi editor. Creo que la voz de Cometierra, de Ana la maestra y la de los demás personajes, pasaron por ese trabajo de construcción y cuidado permanente para no salirse de registro.
Siempre me interesó cómo hablan realmente los personajes que están tan golpeados por la vida. Sobre todo los adolescentes, cómo es que hablan corto y al pie después de estar tan enojados, ofuscados y metidos para adentro. Tampoco quería que sea algo exagerado, sino que tuviera el color preciso, la modulación de acuerdo a la edad y la zona pero sin caer en la exageración o cosas muy acentuadas que no responderían a la construcción de los personajes. El tono y la voz en un texto es central y, bueno, ¡ahí está el mayor laburo de escritura!
–El nombre de la novela lleva la característica de su protagonista. En Cien años de soledad, uno de los personajes más cortos y potentes es Meme, una niña que come tierra ante situaciones límites. ¿Hay referencias en esa literatura o de dónde te vino esa imagen?
-¡Me da risa la pregunta! Cuando terminé de escribir y estaba avanzada en el laburo con Sigilo, una compañera me dijo algo parecido. Te digo la verdad, yo leí Cien años de soledad en la escuela secundaria y después no lo volví a agarrar, ni me acordaba.
Lo que si me pasó durante el periodo de escritura es que mucha gente se acercó a contarme alguna historia familiar relacionada con la tierra, de algún pariente que había comido tierra en la infancia, incluso como hábito. Con lo cual no es raro, es muy común en la infancia –¡ya en la adultez sería medio complicado! –.
En el personaje surgió así: casi como una visión. Marcelo Carnero, un escritor de poesía y narrativa muy groso, estaba leyendo un texto chiquitito que terminaba en tierra de cementerio. Yo venía laburando cuentos en relación a los femicidios y ahí fue cuando vi a la nena, súper flaquita, hacer ese gesto en un cementerio: comer tierra. En ese momento empecé a tratar de describirla: ¿cómo era ella?, ¿qué estaba haciendo? Y un poco pegado a ese ejercicio apareció la idea de que, justamente, lo que hacía (comer tierra) podía generarle visiones de esos cuerpos próximos a la tierra que estaba comiendo.
-Es impactante la función pedagógica que está tomando Cometierra. Desde tu experiencia docente o de crianza, ¿proyectaste algo de esa función o fue un ejercicio literario?
Nunca pensé en una función pedagógica para el libro. Y me sorprende mucho, ahora, porque lo están dando en los secundarios de la zona, de Capital Federal; también, cuando voy a lecturas se me acercan profes a decirme que lo están dando en sus clases y en algunos casos tuvieron que pelearse con los directivos para meter la novela en el aula; también me mandan fotos con los chicos y el libro. Si hay una lectura súper genuina de Cometierra, es la que pueden hacer los chicos que tienen la misma edad que los personajes. Saber qué lecturas hacen ellos, eso sí me encanta que se esté dando.
Muchos chicos y chicas jóvenes me mandan devoluciones del libro. Estoy visitando varias escuelas secundarias, también me están invitando de talleres de lectura y el tema de las hijas del femicidio es una constante. Cada devolución es muy especial porque trato muchas veces de acompañar la lectura, porque sé que impacta de una manera particular en una víctima de femicidio. A la vez, me gusta mucho el intercambio que se da, viendo qué me dicen y qué puedo aportar yo. Por ejemplo, me preguntan muchas veces si voy a seguir escribiendo sobre Cometierra, quieren saber cómo sigue la historia, me cuentan que hace tiempo no leían una novela y que a ésta la leyeron en dos o tres días. Eso me encanta: si les gusta y la leen de esa forma yo me siento realizada como escritora.
-Hay una mirada sobre los personajes varones, empezando por el vínculo de la protagonista con su hermano, que no los pone en roles estereotipados, sino que los muestra con luces y sombras. ¿Lo pensaste como un posicionamiento desde el principio?
Hay muchas cuestiones de Cometierra que no responden a una decisión totalmente racional sino a cuestiones propias del proceso de escritura, sobre todo en lo que se refiere a búsquedas y uso de los materiales sociales adentro de la novela.
Hace tiempo venia escribiendo pequeños relatos en relación al manejo de los cuerpos por parte de los femicidas. Recuerdo uno, por ejemplo, se llamaba “Flores para Araceli”. En otro aparecía una voz fantasmal que pedía que esos cuerpos no fueran arrojados a la basura y que (los femicidas) al menos tuviesen el resto de humanidad para devolverlos a las familias y a los seres queridos. Cometierra viene de ahí. Viene también de terminar de leer Chicas muertas[2] y sentirme súper atravesada por esa lectura. Entonces no es una decisión totalmente racional el hecho de trabajar femicidios. Es una continuidad de esos pequeños pedidos a una sociedad que se está transformando en una sociedad femicida epidémica, ¿no?
Desde ahí empecé a pensar personajes cercanos a la Cometierra. Quizás por eso no sean tan del todo terribles, porque la novela está muy parada en ella y construida con su voz. Entonces los personajes que llegan, permanecen y la acompañan no pueden ser totalmente como el “monstruo” o el “asesino”, tampoco el “macho violentador”. En general tienen una complejidad mayor que los pincelan.
La relación de hermanos y sobre todo de amigos, en esa época de la vida, me parece súper importante. Suplen de alguna forma el mundo monstruoso que les dejan los adultos y las relaciones atravesadas por todos estos horrores de la violencia que vienen desde el mundo adulto.
Si bien ya no son niños, los personajes que rodean a Cometierra son jóvenes que se nuclean en torno a la amistad, como esa hermandad elegida. Me gusta algo que marca la novela y es que todo es de todos. El champú, la ropa, un abrigo que hoy lo usas vos y mañana lo uso yo… eso es algo que siempre me gustó, ranchar juntos como tantas veces marca la novela. Es una forma de rescatar y valorizar esos vínculos hermosos y elegidos.
[1] Sigilo es el sello editor de Cometierra.
[2] Chicas muertas es una novela de Selva Almada publicada en 2014 por Random House.