Por Aldana Sardelli y Camila Parodi (*) / Foto: Julieta Lopresto. La noche del pasado viernes la bala policial se llevó la vida de tres jóvenes de distintos territorios. La Doctrina Chocobar viene a legitimar años de criminalización de la juventud y la niñez pobre.
El barrio Juan XXIII, mejor conocido como La Bombilla, es uno de los tantos barrios que rodean Tucuman capital, barrios olvidados por las distintas gestiones estatales. Facundo, de 12 años vivía allí, como solía ser costumbre en su cotidiano, el Jueves 8 fue con su amigo Juan a una picada de motos que se corre en una vieja terminal de colectivos. Al regresar en moto con Juan de 14 años y sin llegar a reaccionar, son atacados por policías que se encontraban patrullando la zona, tras el tiroteo unidireccional Facundo cayó baleado y Juan herido en la pierna y en la cabeza.
El pasado lunes las pericias confirmaron que Facundo murió por un balazo en la nuca, Juan continúa herido. El joven insiste cada vez que toma la palabra “la policía mató a mi amigo” mientras las cámaras lo siguen persiguiendo y atormentando. A su vez, Adriana Rodrigues, referente del Frente popular Darío Santillán en Tucumán y vecina de Facundo relata que el Viernes 9 “después del velatorio de Facundo la policía se metió en nuestros barrios haciendo racias, levantando a cualquier pibe de la calle, se metieron helicópteros que sobrevolaban en nuestros techos.”
Sin embargo, durante esa noche la cobarde bala policial no le tocó a él sólo, en Quilmes y Morón dos jóvenes fueron asesinados de forma similar, bajo el mismo patrón de acción: disparo a la cabeza a quemarropa bajo la sospecha de “un posible robo o disturbio”. El sujeto, también, siempre el mismo: joven de barriada popular. De igual manera el victimario se repite, un policía, no siempre uniformado. Si bien esta lógica represiva lleva muchos años sosteniendo todos los discursos y gobiernos, luego de la legitimación de la práctica “Chocobar” por parte del Presidente Mauricio Macri se ha instaurado de forma más consolidada.
Facundo, Fabian, Alexis son sus nombres. A lo largo de los días transcurridos, en vez de repasar sus historias o reflexionar sobre el accionar policial, los medios hegemónicos de comunicación han mantenido, su también histórica, manipulación. De esta forma no importa saber que a Facundo le gustaba jugar a la pelota y que era muy querido por su abuela con quien vivía en Tucumán, como tampoco entender el cotidiano con el que lidiaba Alexis, también mimado por su abuela, en la Villa Carlos Gardel de Morón o lo preocupado que se encuentra el papá de Fabián de Quilmes. Ahora lo que importa es meter el contenido criminalizador hacia los pibes, ese que tiene como único objetivo el sostener las políticas de ajuste y represión que, a su vez, atacan directamente contra las vidas jóvenes.
Fabián Exequiel Enrique tenía 17, vivía en la villa Los Eucaliptus de Quilmes. El oficial del grupo Halcón que lo asesinó también por la espalda no se encontraba en funciones cuando empleó su arma bajo el argumento de que el joven quiso robarle el celular junto a otro chico. El padre de Fabián rápidamente salió a contradecir la respuesta, esperada del oficial “el policía se bajó del auto y lo acribilló. Mi hijo no le robó nada y, aunque lo hubiese hecho, tampoco podía pegarle tiros por la espalda”, relató Claudio Enrique el padre de Fabián “Lo mató como a un perro”, a su vez relata amenazas posteriores de efectivos de la policía hacia la familia dándoles a entender que en cualquier momento, otro pibe podría terminar muerto en el barrio.
Por su parte Alexis Gutiérrez Suarez tenía 18 años, vivía en el barrio Carlos Gardel, de Morón. El consumo y la violencia propiciada ante la falta de espacios que contengan a la niñez y a la juventud lo habían desgastado en su corta vida. El jóven ya no tenía intenciones de medir consecuencias y si, bien las mismas pasiones de todos: el fútbol y su abuela lo llevaban a “recatarse”, cuenta su abuela que en sus últimos días se encontraba desganado y ella como siempre intentaba mimarlo y reanimarlo. Alexis sabía que la cárcel no era el lugar donde quería terminar, sabía bien de relatos y experiencias que le llegaban de familiares y vecinos pero tampoco tenía muchas más opciones. La noche del viernes fue asesinado en otro episodio confuso.
La prensa apunta, la policía dispara
Mientras el furor de la masiva marcha del 8M continuaba haciendo eco, la noticia del niño asesinado impactó. Una vez conocida la noticia, rápidamente la agenda mediática se modificó. Quienes en los días previos de efervescencia feminista defendían “la vida de cualquier niño por nacer” ante el debate de la aprobación del proyecto de Ley de Interrupción Voluntaria del Embarazo, ahora salían livianos y livianas a decir: “uno menos”. Ese es el cotidiano confuso que atraviesa cada niño y niña desde las barriadas populares, de la lástima al odio sin posibilidad concreta de ser entendidos como sujetos de derechos y menos políticos.
Es con estas historias, cargadas de desidia y abandono que los Repetto y los Feinmann se regocijan ante las cámaras, se preguntan qué hacían solos a la noche y justifican como en épocas oscuras de dictadura que “algo habrán hecho”. De esta manera, el dispositivo represor funciona sin grietas y a la perfección. Aquellos que semanas atrás decían “ninguno menos” se alivian y duermen tranquilos sabiendo que la policía así los cuida y que, efectivamente hay pibes que tienen que sacrificarse en pos de ese orden anhelado el cual pareciera no depender de las políticas del estado.
Las historias relatadas se cruzan, se encuentran y si bien son de distintas zonas, los tres jóvenes son de barriadas populares y la ecuación no vuelve a fallar: ser joven y pobre siempre fue sinónimo de peligrosidad. En este sentido, actualmente, existe una legitimación de este relato amparada por el poder político, judicial y mediático. Alexis, Fabián y Facundo no son casos aislados, se suman a las cifras crecientes de asesinatos en manos de las fuerzas represivas de (in)seguridad.
Sea que los jóvenes delinquen o no, sea que se encontraran en consumiendo o no, sea que simplemente se tomaron el atrevimiento de salir a la calle, en ese lugar que se los señala, persigue y acusa. Hay un estado de derechos que no se garantiza, hay un discurso mediático que ampara la punibilidad. Mientras los debates sobre la modificación del código penal siguen latentes amparando la baja de edad de punibilidad, hay un poder político que legitima el accionar violento de las fuerzas represivas haciendo un uso selectivo de la fuerza apuntado a la criminalización y estigmatización de la juventud.
Existe un sistema que antes de investigar, dispara, culpabiliza y queda impune. Pero resulta importante recordar que también existen organizaciones las mismas que sin presupuesto y políticas públicas que acompañen continúan luchando día a día bajo una certeza: que las y los jóvenes no son peligrosos, están en peligro. Que las jóvenes caen en las redes de trata amparadas por la policía y el poder político, que el narcotráfico se instala con cada vez más fuerza en cada barrio, amparado por la policía y el poder político y que se necesitan de cuerpos sacrificables, de personas “desechables” para hacer mover la maquinaria.
(*) Encuentro Niñez y Territorio.