Por Leandro Albani. Última entrega del cuento del autor que fuimos publicando semanalmente.
Mariela levantó la vista: el mar era infinito, se mecía hacia el horizonte y luego rompía contra las rocas. El sur le sentaba bien, despejaba su mente, disfrutaba el aire salado pegado en la piel y refrescando sus mejillas.
Buena decisión viajar. Buena decisión contener el impulso de dejarse caer.
Pensó que tal vez exageraba y que ahora Rico la extrañaría. Lo mejor era volver a la casa de sus abuelos, arroparse junto al hogar a leña, permitir que el cansancio la tomara, pensar en nada, ver las sonrisas de sus abuelos, decidir qué hacer los próximos días y sorprenderse cuando el timbre de la casa sonara y en la puerta Julio, pálido por el frío, trasnochado, diciendo “por fin te encontré”, después de hablar con todos los vecinos del edificio, escuchar sus palabras, “todos pensaron que era un loco, pero te encontré”, y el viento del sur arrasando desde el mar y bailando entre los dos.