Por L.A*. Tercera escena del relato por entregas enviado por el autor.
Antes que el vidrio estallara, Lourdes miró hacia el escritorio donde todas las mañanas Patricio se sentaba hasta las cuatro de la tarde. El trabajo de oficina apestaba. Lourdes lo sabía y, con sus pocos años, oscilaba entre resignarse o renunciar.
Patricio era alto y algo robusto, el cabello castaño y ondulado, una espalda ancha que ella soñaba por las noches. Era cordial, aunque un poco retraído. Nunca lo había visto reír; simplemente sonreía. Nunca una carcajada estridente, apenas una sonrisa sincera y blanca.
Lourdes soñaba con él. Y algunas noches no podía frenar el éxtasis que le despertaba imaginar a Patricio sobre su cuerpo. Al principio sentía pudor o vergüenza, pero con el tiempo dejó los cuestionamientos de lado y se regaló el placer de cerrar los ojos, liberar su cuerpo desnudo en la cama y dejar que sus manos bajen por los pechos hasta el vientre, los dedos humedecidos mientras la transpiración cubría las axilas y las piernas hasta multiplicarse en sus nalgas.
Con Patricio conversaban a menudo, pero nunca se animó a dar otro paso. En ocasiones pensó que él no tenía más intenciones que una amistad laboral. No lo podría saber jamás, porque ahora Patricio caía directamente hacia la avenida en plena mañana.
* Leandro Albani.