Por Pablo Potenza. Una mirada sobre Malosetti. Walter por Javier, el ciclo que el gran jazzero argentino dedica a su padre. Presentado originalmente en junio, este viernes se presenta en Thelonius en una doble función.
Se trata de una celebración, no de un homenaje, aclaró Javier Malosetti en el concierto que presentó en el ND Teatro en junio de este año y que reedita este viernes en Thelonius -Salguero 1884, C.A.B.A.- bajo el nombre Malosetti. Walter por Javier. Dos nombres para un mismo apellido que no se presentan en disputa sino en diálogo y continuidad. Javier no es Walter ni lo quiere ser, pero sí pretende reconstruirlo, entonces lo interpreta, esto es, lo lee, lo comprende, lo resignifica y lo traduce a su propio universo.
El Walter que miramos, escuchamos y evocamos en este espectáculo no es el músico que cada uno de los espectadores construyó para sí mismo: es el Walter que Javier nos muestra al abrir diferentes líneas y perspectivas para entrar y comprender una figura que a través de la guitarra, del jazz, de la música, fue parte de la cultura porteña de la segunda mitad del siglo XX y comienzos del XXI. Allí está el padre, el amigo, el artista, el músico, el maestro, el humorista, el intérprete, el compositor, el arreglador, el guitarrista, el jazzman, el picaflor, el escritor y el colega.
Se comprende el posicionamiento y el planteo. El homenaje cierra, clausura los sentidos e inmoviliza a las personas admiradas en un panteón estático que sólo da lugar al recuerdo y la nostalgia, lo inmarcesible y lo intocable, lo exacto y lo indiscutible. La celebración, por el contrario, convoca las perspectivas diversas, exhibe los perfiles y las vivencias, tolera la interpretación divergente y abre la puerta de la opinión pública: cada uno de nosotros posee su propio Walter así como Javier tiene el suyo; la suma de todos los trazos componen la figura y le restituyen cuerpo en este acto social colectivo y pacífico.
Si de interpretar y traducir se trata, quiere decir que estamos plenos en el terreno del jazz, donde la interpretación está, por condición propia del género, en igualdad de condiciones y de valores con la composición, y donde los Malosetti encuentran su canal más vivo de expresión. Javier interpreta el repertorio habitual de Walter, que incluye temas propios y standards, mientras pasa por músicos admirados por su padre y temas que carecen de autor o, más bien, ya no se los recuerda, presentados a través de formatos diversos junto a músicos que alternan, se suman, se bajan, regresan, aparecen y se esfuman.
Entonces, habrá lugar para la crítica y la desacralización cuando Javier presente los temas cuya autoría es de Walter, porque dentro de la admiración puede burlarse de su punto débil: los títulos. “Los temas están buenos, pero los títulos son medio chotos”, opina entre risas. Por lo general, los temas son dedicados a músicos admirados y, en consecuencia, los nombres de los mismos ascienden al pedestal de la canción; así pasa con “Barney”, por Barney Kesell; “Satch”, por Louis Armstrong; “Clifford”, por Clifford Brown, y también un blues dedicado a Pappo que, obviamente, debiera llevar el nombre “Pappo’s blues”, pero que, dada la existencia previa del grupo homónimo, pierde el apóstrofe y la “s” por el camino para, simplemente, llamarse “Pappo blues” y así mantener viva la idea original y el espíritu de la creación: podríamos decir, el arrebato funciona como un yeite que se traslada de la guitarra a la lengua. El friso se completa con los músicos y compositores admirados por Walter, como Charlie Christian, de quien presenta “Shivers”, y por las canciones que prevalecen más allá del compositor: los standards frecuentes y queridos como “Love for sale”, del que Javier duda, pero aún consigue recordar que pertenece a Cole Porter, o bien “All of me” que pierde definitivamente a su autor, por más que alguien desde el público lo rescate.
A esta altura de su trayectoria, con un largo y diverso camino recorrido, junto a una enorme experiencia, Javier Malosetti sabe que un show en vivo debe mantener la atención del público siempre interesada. Es así que modifica el formato de la banda de acuerdo al desfile de músicos que propone. Si comienza en trío, junto con Oscar Giunta en batería y Ezequiel Dutil en contrabajo, amplía el espectro con los músicos invitados. Si Mauricio Percán en clarinete, Manuel Fraga en piano y Déborah Dixon lo acompañaron en el recital de junio, ahora serán de la partida Mariano Otero, Armando Alonso, Guillermo Arrom y Andrés Boiarski.
Quizás, como sucedió en la noche del ND Teatro, el cuadro se complete con la imagen viva de Walter a través de los fragmentos que se exhiben del documental Solo de guitarra, de Daniel Gagliano, que narra aspectos de su vida. Allí también aparecen los amigos que suman y no dejan de sumar rasgos y cualidades del hombre admirado. Y es Dino Saluzzi quien devuelve una imagen justa a través de un pensamiento preciso: “formar un músico es como plantar un árbol”, dice, en alusión a la tarea pedagógica que Walter llevó adelante durante casi toda su vida. La máxima aspira a exhibir nobleza en el hombre, proyección en la continuidad, multiplicación en la entrega y vida en el legado. La sentencia es sarmientina porque iguala educación y vida, pero también, porque si bien todos los que allí estuvimos fuimos y somos alumnos de Walter, a través de sus clases, sus libros y su música, es Javier, el bajista, el guitarrista, el cantante, “su mejor alumno”, la encarnación viva de una manera de mirar y estar en el mundo, la que se hace a través de la música. En eso consiste esta celebración conjunta.
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