Por Ricardo Frascara. San Lorenzo salió campeón de la Libertadores. Unos dicen que fue el milagro del Papa Pancho, otros, que fue la imaginación de Osvaldo Soriano, otros, que da lo mismo porque lo único que no hubo fue fútbol.
Ese vals, con letra del gran Homero, era todo el repertorio de mamá ante su piano. Nunca tocó otra cosa. Desde el alma fue el título abarcador de su vida. Anoche, mientras veía al equipo con los colores que dieron sentido a mi niñez, evocaba en cada momento del tenso partido, aquella melodía amada, las tres palabras del título y uno de los bellos versos valseados de Manzi: “¡Vuelve a tu antigua ilusión!”
Eso hice para sentir como propio el triunfo del Ciclón, que justificó este apelativo. Mi ilusión de la niñez, la adolescencia y la juventud. Y allí estaba, ante mis ojos, la copa en manos del gran capitán, el Pipi Romagnoli. Nada más. Esa fue la escena que me colmó por completo. Recordé el principio de este torneo continental, en 1960; sumé los años y la cuenta me dio 54 años de espera, toda una vida para la gente que estaba en la cancha agitando banderas azulgrana. Aquel equipo que encaró el torneo sin darle mayor importancia, venía de ganar el campeonato local del ’59, con la estrella guía del Nene Sanfilippo, que nos llenó los ojos de goles a los fanáticos de entonces. Hoy lo vemos asiduamente rezongando por la TV. Aquel año había anotado 31 goles en 30 partidos, algo que hoy resultaría una súper hazaña.
Estaba en medio de esa ensoñación y sentí una voz en mi cabeza: “¡Despertá Pierrot!” ¡Zás! me dije, se acabó la magia. Cuándo no. Era mi enano periodista, crítico profesional que cree que el corazón miente y hace que se nublen los ojos. “¡Fuera lágrimas!”, me gritó. Y ya no paró más. “¿Querés tragarte la sonrisa? ¿Querés Manzi? Tomá: … que el sueño más querido, es el que más nos hiere, es el que duele más.”
A medida que el enano hablaba sentí que se iba fijando un rictus en mi cara, cada vez más profundo. Y el maldito siguió: “El Ciclón es un mito mi viejo. ¿Sabés qué podés hacer con el Nene goleador? Envolvélo en papel de seda y guardátelo en el bolsillito del saco, que está colgado de una percha porque ya no se usa más. ¿No te avivaste que ganaron con un penal (real sí, magnífico tiro del baluarte Ortigoza, sí, pero penal al fin) y con un cagazo de novela? A los 2 minutos el opaco pero eficiente Torrico tuvo que hacerse un nudo en un rincón, mientras los tanos Cetto y Gentiletti chocaban, para que no le metieran una pepa casi como la de Asunción. Apenas consiguió apagar el despertador. Se iba armando el collar de huevos en la garganta de Tinelli y varios más…”
“Bueno”, me dijo, y yo creí que había terminado, pero no: “Te estaba jodiendoooo, jajajaja, pero ahora va en serio. A que no te diste cuenta de esta: el arquero paraguayo, que ni sé cómo se llama porque no lo nombraron nunca, tuvo en sus manos la primera pelota disparada por un cuervo a las 83 minutos. ¡Sí!, como lo oís. Cortó en gran estilo un centro de la derecha que tenía destino de gol en una cabeza que atacaba. 83 minutos. Hubo una sola jugada de fútbol en todo el partido y el destino de gol lo borró el pibe Villalba (¡cuándo no!) que estaba orsay. Nada más, aunque rebusques, eso fue todo. ¡San Lorenzo campeón! Sí, te acompaño en el sentimiento, pero yo creía que este era un campeonato de fútbol, o de fobal, como antes”.
El amargado para un minuto, respiró y siguió: “El Ciclón es uno más de esta tierra viejo; el fútbol se fue al cielo. Al menos el nuestro, que es el que me interesa. Yo digo, acá entre nosotros, sin que me escuchen los nuevos de la AFA a ver si me adoptan la idea: Los clubes todavía no se avivaron, pero se podrían ahorrar un sueldo, aprovechando esto que se juega ahora. El arquero… ¡pa’qué está? Mirá anoche. Torrico atajó una o dos, o dos y media a lo sumo, después los paraguayos (que no erraban un pase) parecía que adherían a los festejos porque sus delanteros dispararon toda la noche fuegos artificiales. El otro ataque, el nuestro, interpretó no más Desde el alma; corrió, luchó, cuerpeó, apretó, pero se tropezaba con la pelota, no encontraba el ángulo, qué sé yo. Siempre iba afuera. O, peor, no partía de los pies. Por eso ¿el arquero para qué? Total, el gol de penal era gol con arquero o sin él. Y era un suelo menos. O si no, otra idea de mi mujer: Girar el arco y ponerlo vertical en lugar de horizontal, es decir, con 7,30 metros de alto y 2 y medio de ancho. Así puede ser que entre alguna pelota que habitualmente se va por arriba”. Otro respiro. Yo ya no daba más, traspiraba, me atragantaba con los carozos de las aceitunas del vermú de mi festejo casero. Entonces: “¡Ah! Antes de terminar. Por casualidad, ¿vos contaste las veces que Buffarini y Villalba perdieron la pelota por la banda derecha? Porque yo perdí la cuenta… Andá… ¡Andáte al obelisco y bailáte un vals!”
Y se fue a su galaxia. Hoy me dejó pensando… pero mañana, cuando se me pase, voy a festejar a lo loco el triunfo histórico que nos debíamos los cuervos y ¡viva la banda del Pipi y Ortigoza! ¡Viva Tinelli! Y la puta que loooo… al enano de mierda.