Aldo Casas integraba el PST y volvió del exilio en 1982 motivado por la recuperación de Malvinas. De la clandestinidad a reuniones en barrios y empresas de Buenos Aires. Un testimonio que refleja el debate en la izquierda sobre “la cuestión nacional”.
Por Aldo Casas. “Fuera ingleses de Malvinas, fuera yanquis de América Latina”.
Tres pantallazos sobre la guerra y la militancia popular.
I- De París a Buenos Aires. Treinta años después, ya no recuerdo en qué momento del día un amigo francés me llamó diciéndome que por radio y la televisión informaban que un destacamento militar argentino había recuperado las Malvinas. Repuesto de la sorpresa y una vez seguro de que no era una broma de mal gusto, me encontré con el puñadito compañeros del Partido Socialista de los Trabajadores por entonces exiliados en París. Más allá de la inevitable incertidumbre y de todo tipo de suposiciones, agrandadas por la desinformación y distancia, nos hicimos una “composición de lugar” que, vista retrospectivamente, no estuvo muy lejos de la realidad. En primer lugar, que los milicos, acorralados por el derrumbe económico iniciado en 1980 y muy especialmente por la manifestación del 30 de marzo de 1982 convocada por la “CGT Brasil” que derivara en fuertes choques con la Policía, emprendían una fuga hacia delante con una maniobra aventurera que imaginaban sin mayores consecuencias. Supusimos también que, mas allá de la repugnancia hacia el régimen, al ser una reivindicación nacional (no por simbólica menos sentida) la recuperación de las Islas Malvinas tendría un masivo respaldo popular. Por último, pero no en importancia: entendíamos que a la fantochada de Galtieri el imperialismo inglés respondería con la guerra…
Una nueva situación se abría en el país. Y, en lo personal, yo quería vivirla desde adentro. Así fue que, con el acuerdo y decisiva colaboración práctica de mis compañeros en Argentina, regresé al país muy poco tiempo después. Los amigos franceses, solidarios y respetuosos con lo que había decidido, estaban sin embargo bastante atónitos: ¿Tan importantes serían esas islas desoladas? ¿En un país sometido a la peor dictadura de su historia quién querría pelear contra Inglaterra? ¿Valía la pena afrontar tamaño desafío? Nosotros creíamos que sí. Y esta reacción de un puñadito de militantes del PST estuvo lejos de ser única. De hecho, mucho más visibles fueron las pintadas que de un día para otro hicieron los Montoneros en muchas estaciones del Metro de París: “Las Malvinas son argentinas”. Con esa imagen en los ojos dejé la Ciudad Luz y retomé la militancia en Buenos Aires.
II- De la clandestinidad a Plaza de Mayo. Es ahora evidente y sabido (ver por ejemplo el “Informe Rattenbach”) que la Junta Militar presidida por Galtieri no preparó ni pensó siquiera en llegar a la guerra contra Inglaterra. Confiaban en que Norteamérica retribuiría el “trabajo sucio” que la Dictadura había hecho en todo el Cono Sur e incluso en Centroamérica facilitando algún compromiso con Inglaterra. Minimizaron los alcances de la llamada “revolución conservadora” y los comunes intereses imperiales de EE.UU. y el Reino Unido. Y terminaron capitulando miserablemente.
Algunos dicen que todo ello era previsible y que desde el comienzo debía enfrentarse la aventura malvinera… Pero ese no es el punto. El punto es que, pese a lo irresponsable de la acción iniciada, ese gesto que aparecía como un desafío hacia el colonialismo y el orden imperial en general (incluida la caución al mismo del Consejo de Seguridad y la ONU) que abrió una brecha que las masas populares aprovecharon volcándose espontánea y masivamente a las calles para recuperar espacios públicos hasta entonces vedados. Se trató de una movilización que comenzó contra el colonialismo inglés, continuó contra los Estados Unidos una vez que ellos hicieron causa común con “la Dama de Hierro” y se templó con la solidaridad de los pueblos latinoamericanos, sobre todo la de Perú y Cuba.
En los meses difíciles y frenéticos que fueron desde el 2 de abril a la rendición de los jefes militares en las islas, nuestra militancia contra la dictadura se continuó y potenció proponiendo una política para derrotar la agresión imperialista. No reivindico tal o cual postura táctica, sino la orientación general del combate: amplias libertades a los trabajadores y el pueblo, decisión para armar al pueblo y atacar los intereses británicos sin esperar a que la flota agresora llegara a las islas, aceptar y coordinar la solidaridad antiimperialista de Latinoamérica y en especial de Cuba, etc. Y esto lo hicimos en todos los terrenos en que nos fue posible: saliendo de la más absoluta clandestinidad pasamos a impulsar reuniones y pronunciamientos en barrios y empresas, multiplicamos la difusión de volantes y periódicos, hicimos pintadas y tratamos de hacer llegar a los jóvenes soldados movilizados la solidaridad popular. Nuestro esfuerzo principal y las mejores respuestas estuvieron en los sectores mas plebeyos del Gran Buenos Aires. Pero incluso organizamos en pleno centro de Buenos Aires un primer acto público antiimperialista con la participación del ex-senador peruano Ricardo Napurí.
Así llegamos hasta el día de la rendición. Recuerdo que estábamos por comenzar una reunión en Morón cuando escuchamos que Galtieri hablaría al país. Inmediatamente comprendimos que los milicos se rendirían y decidimos ir a Plaza de Mayo. Y allí estuvimos aquel 15 de junio, movilizados ahora directamente contra la ineptitud y traición de Galtieri y la dictadura en general, enfrentando y quebrando el cerco policial en Plaza de Mayo, como parte de aquella multitud que gritaba hasta quedar sin voz: “los pibes murieron, los jefes los vendieron”.
III- De ayer a hoy… Así quedó sellada la suerte del “Proceso de Reorganización Nacional”. Cayeron Galtieri y la Junta. Llegó el General Bignone con el fin de pactar con la “Multipartidaria” (radicales, peronistas y demás partidos del sistema) la salida electoral que culminaría con la victoria electoral de Alfonsín y la promesa de que “con la democracia se come, se cura y se educa”. Lo que ocurrió luego es ya otra historia de promesas incumplidas que escapan a una nota de evocación de la guerra de Malvinas. Sin embargo, creo pertinente terminar con dos puntualizaciones más.
Contra la interpretación liberal y cipaya que pretende hacernos creer que “el regreso de la democracia” se produjo gracias a la derrota de Malvinas, sostengo que lo que puso fin a la dictadura fue que el pueblo se movilizó y que esa movilización mucho tuvo que ver con la “subversiva” voluntad de enfrentar y derrotar a los imperialistas. Advierto también que, desde Alfonsín en adelante, existe una sistemática campaña “desmalvinizadora”, un lavado de cerebros que inculca la idea de que los imperialistas son invencibles y debemos aceptar sus reglas de convivencia. Nosotros no lo creímos ni lo creemos así. Por eso, así como nos movilizamos por la derrota militar de los ingleses, nos movilizamos después por el no pago de la deuda externa y lo hacemos aún por el retiro de todas las bases militares imperialistas en Nuestra América. Y lo hacemos con más claridad desde que comprendimos la íntima relación existente entre la emancipación de la clase trabajadora y la cuestión nacional: “ni la clase ni la nación tienen entidad por fuera de la relación que las constituye y por fuera del proceso histórico que las determina. La clase es en la nación y la nación emerge en la lucha de clases” (Miguel Mazzeo).
Hoy, cuando el gobierno de Cristina Kirchner hace gárgaras reclamando soberanía nacional en las Malvinas, cierta “oposición” le responde desde posiciones cipayas y no falta quien se desentienda del asunto argumentando que el antiimperialismo es cosa del pasado, es el momento de redoblar la apuesta. Planteando, por ejemplo, como escuché y repito porque me parece correcto: “Las Malvinas son nuestras, la cordillera también” y “Fuera ingleses de Malvinas, fuera megamineria de América Latina”.