Por Federico Orchani* – @fedeorchani
El gobierno de Cambiemos debió enfrentar otra semana crítica. A diferencia de los escándalos que lo sacudieron anteriormente, fueron una serie de manifestaciones muy masivas las que pusieron a la administración macrista en una actitud defensiva y beligerante.
El epicentro de la política se trasladó a la calle. El 6 manifestación docente, el 7 acto y movilización convocado por la CGT y el 8 paro de mujeres en el marco del Día Internacional de la Mujer Trabajadora. El rebrote de la conflictividad social encuentra por primera vez al gobierno con la guardia baja.
Los “brotes verdes” no alcanzan a ser una realidad y la economía no arranca. Las encuestas marcan un deterioro de la imagen presidencial y por primera vez de la gobernadora bonaerense María Eugenia Vidal. El motivo principal es claramente la situación económica ya que las clases trabajadoras no perciben una mejora en su calidad de vida sino todo lo contrario. Se instaló fuerte el temor a perder el empleo. Con un agravante para el gobierno que condiciona su estrategia política de cara a las próximas elecciones de medio término. Cambiemos construyó su imagen como lo opuesto a la “pesada herencia”, como un antídoto frente al descalabro y la corrupción del gobierno anterior, sin embargo, los recientes escándalos y conflictos de intereses que involucran una cantidad obscena de miembros del gabinete macrista, incluido el propio presidente, son episodios que erosionan la imagen de garantes de transparencia que la usina durambarbista edificó entorno a Cambiemos.
La respuesta de los principales voceros del gobierno es de manual. Acusar a los docentes, gremios, movimientos sociales, colectivos de mujeres y demás de un plan conspirativo para orquestar un nuevo diciembre de 2001. Para eso cuenta con el favor de los principales medios de comunicación, aliados del macrismo en el camino hacia la presidencia. El ejemplo más claro es el tratamiento que los medios masivos brindaron al paro y movilización de mujeres, colectivos trans e identidades disidentes que visibilizaron una vez más y de manera contundente una serie de derechos postergados y negados por el Estado como el derecho al aborto libre, seguro y gratuito para que dejen de morir decenas de miles de mujeres por año. Sin embargo, se priorizaron las imágenes que mostraban a un grupo de mujeres frente a la Catedral señalando el papel conservador y reaccionario de la Iglesia Católica que obtura la obtención de los derechos mencionados. No se dijo que el joven provocador que portaba una bandera del Vaticano es militante del partido neonazi de Biondini, además de integrar el partido Unión por la Libertad que dirige Patricia Bullrich. Tampoco se condenó el accionar ilegal de la Policía de la Ciudad que fue a cazar manifestantes llevando detenida gente de manera arbitraria que ni siquiera era parte de la jornada de protesta. Una barbaridad propia del estado represivo que todavía mantiene detenida a Milagro Sala de manera arbitraria y que fomenta un reforzamiento del aparato de seguridad de manera preocupante.
Nuevas voces
El conflicto social no solo refleja el malestar por abajo, existente a partir de las medidas regresivas adoptadas por el gobierno. Además, refleja la crisis de dirección y representación que atraviesa la resistencia social y política. La CGT lo vivió en carne propia el pasado 7M. Quizá por eso la cautela de los miembros del triunvirato cegetista a la hora de señalar responsabilidades por los desmanes al momento del acto. El cantito de “ponele fecha” no era propio de un sector en particular y los capos de la principal central obrera lo saben mejor que nadie. Si hubo o no un uso político por parte de algún sector es parte de las reglas del juego. Lo que ocurrió no hubiese sido posible de no haber un estado de movilización creciente y descontento real por el rumbo económico (previsible) que lleva adelante el gobierno. Muchos y muchas de los que participaron de las jornadas callejeras seguramente se sintieron “parte del cambio” en las elecciones que dejaron a Scioli en el camino y a Macri en la presidencia y hoy se sienten defraudados. A esta altura la fecha que finalmente defina el consejo directivo de la CGT para convocar a un paro general quizá resulte anecdótica. El triunvirato enfrenta un dilema aún mayor que es: como validar el derecho a representar a una porción de la clase trabajadora quizá más potente, combativa y organizada de la región y al mismo tiempo sostener el diálogo con el gobierno a la espera de gestos que no llegan y difícilmente ocurran. Aunque si los gestos que se espera para no lanzar un paro son por ejemplo, la quita de la personería gremial a los metrodelegados del subte en beneficio de UTA la situación puede ser un más compleja.
La dirección actual de la CGT enfrente una doble amenaza, interna y externa. Desde adentro por el crecimiento de cierto activismo independiente cada vez menos incipiente que se referencia en sectores combativos y de izquierda. Pero también desde afuera por el accionar de los movimientos populares y organizaciones sociales. Un actor que creció durante los noventa y principios de la década pasada cuando la central obrera se encontraba fuera de las calles. De hecho, el próximo 15M habrá una jornada de protesta con ollas populares en todo el país que puede ser el inicio de un plan de lucha. Las organizaciones más importantes del sector por su capacidad de movilización y negociación fomentan el diálogo con la dirección cegetista pero lo ocurrido el pasado 7M –que dejó herida a los representantes del triunvirato por su tibieza– pone en crisis esta situación. Raúl Sendic, líder y fundador de Tupamaros decía que nadie saca el carnet de dirigente vitalicio, los liderazgos se validan en la práctica cotidiana. Un enorme desafió para quien pretenda encabezar la resistencia social y política sin bajarse de la calle ni de la idea de representación de un espacio múltiple y heterogéneo.
*Militante del Frente Popular Darío Santillán