El deporte como arena de lucha. El primer canto de masas contra una dictadura en retirada. La grandeza de un equipo de jóvenes que llevó a su país y a su pueblo a una medalla de bronce. Una historia poco conocida.
Por Santiago Núñez*
El Parque de la Luna preparaba el escenario para una nueva noche de gloria porteña. Esas que de tanto en tanto hacían temblar el fondo de la avenida Corrientes, allá, medio lejos, cuando ya no hay pizzería ni bar casi que separe el asfalto del Puerto. Quince mil personas se congregaron en masa para ver a unos pibes desconocidos tirar una redonda colorida y playera por encima de una red. No peleaba Nicolino ni el Ringo, no sonaba B.B. King: se jugaba el partido por el tercer puesto de la Copa Mundial de Vóley de 1982.
Pero las miradas, antes del inicio, no se dirigían a la cancha. Miraban a la tribuna que, al unísono, se encargó de chiflar en masa al “Almirante” Carlos Lacoste, el hombre que la dictadura militar había elegido hace años para que tomara las riendas del deporte nacional, cuando un locutor lo anunciaba por el altoparlante del estadio. La multitud, odiosa, empezaba a saltar y a cantar enérgicamente contra el gobierno de Reynaldo Bignone. A veces, el deporte muestra mejor que cualquier otro evento como el enemigo no es el que tiene otro color en su camiseta.
El otro Mundial 82
Entre el 2 y el 15 de octubre de 1982 se disputó en la Ciudad de Buenos Aires el décimo Campeonato Mundial de Voleibol. La Argentina tuvo allí su mejor actuación en mundiales, obteniendo la medalla de bronce, luego de ganar el partido por el tercer puesto contra Japón. Fue la primera gran aparición de la selección de Vóley a nivel mundial y sería el anticipo del tercer puesto que lograría casi el mismo equipo en los Juegos Olímpicos de Seúl 1988.
Dicha participación histórica fue, indudablemente, sorpresiva. Desde el primer campeonato mundial (1949) hasta 1982, la Argentina solamente había tenido dos participaciones en Copas del Mundo: obtuvo el 11° en 1960 y el 22° en 1978. En ese escenario, el 3er puesto del 82 resultó un ascenso meteórico e implicó darle popularidad a un deporte de poco alcance hasta aquel momento en el país.
Aquel plantel fue el semillero del Voley nacional, con los jóvenes Waldo Kantor, Hugo Conte, Jon Uriarte, Daniel Castellani y demás figuras, hasta aquel momento de poco renombre, pero que comenzaron allí su camino al estrellato en la selección, como jugadores primero e incluso varios de ellos como entrenadores. El maestro Julio Velasco, a su vez, fue ayudante de campo del DT Young Wan Sohn, técnico coreano que cambió desde aquel momento una parte de la Historia del deporte de nuestro país.
El mundial, como todo evento deportivo entre fines de los 70 y principios de los 80, estuvo indudablemente teñido por la dictadura militar. Ya en decadencia, aquellos tiempos mostraban el desgaste y el fracaso político y económico el gobierno de facto que ya no tenía otra que preparar las condiciones para salir de la Casa Rosada, obligado por el descontento popular y el inicio de las movilizaciones en su contra. En efecto, en aquel partido por el tercer puesto, jugado el 15 de octubre, se dio el primer canto de masas contra el gobierno militar de todo un estadio. En este caso, el mítico Luna Park.
La humildad de lo desconocido, el éxito y la gloria deportiva y el rechazo a una de las páginas más terribles de la historia Argentina se encontraron en un momento, una noche en la que miles cantaron: “ el que no salta, es militar”.
Deporte y Dictadura
El gobierno militar (como muchos otros de facto o democráticos) buscó colocar al deporte bajo el servicio de sus fines políticos, a saber; el ocultamiento de un plan de aniquilamiento de la organización y de la vanguardia obrera y popular y sus respectivas agrupaciones políticas, combinado con un plan económico de ataque inmenso a las condiciones de vida de la mayoría de la población para poner al país al servicio de los intereses del imperialismo.
Ejemplos y situaciones de este tipo hay muchas. El Mundial del 78 como pantalla frente a la desaparición sistemática de personas; el “vayan a la Plaza” y “los argentinos somos derechos y humanos” del relator pro gobierno militar José María “el gordo” Muñoz en el marco de la participación argentina en el mundial juvenil de Japón de 1979; los intentos de Luciano Benjamín Menéndez de utilizar al “lujoso” Talleres de Córdoba como propaganda para apalancar su posición de ir a la guerra contra Chile por el canal de Beagle; el Mundial de fútbol 82 mientras jóvenes soldados iban a la Guerra de Malvinas.
La lista podría seguir. y no solamente circunscribirse al deporte: la dictadura puso todo el andamiaje de propaganda y difusión cultural al servicio de sus objetivos, lo que implicó una política de discurso único y un amplio aparato de censura.
Contradictoriamente, en el deporte (como en la música y otras disciplinas culturales) también se expresaron voces disonantes, que buscaban con el poco lugar que encontraban un planteo de lucha contra Videla, Galtieri y compañía. Se destacan las acciones de les exiliades en el marco del mundial, los silbidos a Viola en un partido de Rosario Central, el canto de la marcha peronista de la hinchada de Nueva Chicago en el 81, entre otras acciones.
En ese marco, el Mundial de Vóley, jugado ya en el momento de debacle absoluto de la dictadura, mostró el primer gran evento deportivo de masas que cantó por el rechazo y la expulsión del gobierno de facto, al que le faltaba bastante menos de un set para morder el polvo.
Filosofía, vóley y militancia
“El vóley fue mi refugio durante la dictadura”, confesaría Julio Velasco en una entrevista “100×100” con la revista El Gráfico, en 2017. Las historias de los protagonistas del deporte no pueden separarse, nunca, del contexto político en el cual su historia tuvo lugar.
Tenía 24 años cuando llegó el golpe del 76. En la década anterior, fue parte de un ascenso de las luchas del movimiento estudiantil, que abrió el arco para la izquierda, que llegó a conducir la Federación Universitaria Argentina (FUA).
El Partido Comunista Revolucionario (PCR), ruptura maoísta del Partido Comunista, era la principal agrupación de ese desarrollo de la juventud. Velasco militaba allí. “Fui parte de una generación que veía la posibilidad de un cambio revolucionario del mundo, una idea de izquierda muy romántica, con el Che a la cabeza, y sin mucha idea del socialismo real. Milité en el Partido Comunista Revolucionario (PCR) y fui presidente del Centro de Estudiantes de la Facultad de Filosofía, en La Plata”, afirmó en la ya citada entrevista realizada por Diego Borinsky.
Velasco empezó como jugador de fútbol en las inferiores y luego se pasó al vóley, todo en Estudiantes de La Plata, club del cual es hincha. Fue uno de los ayudantes del seleccionado argentino que salió tercero en 1982. Lo fue muy jóven (recién había cumplido 30 años).
A partir de allí, logró la intensa y exitosa carrera como entrenador que se le conoce. Se lo conoció, desde aquel momento, por su eficaz capacidad de convencimiento, y sus enormes aptitudes como docente. “Le digo a los jóvenes que busquen ganar, pero no crean que el mundo se divide entre ganadores y perdedores, sino entre buenas y malas personas. Porque pueden haber malas personas entre los ganadores y también buenas entre los perdedores”, dijo alguna vez.
Velasco tuvo un hermano desaparecido, que tuvo la suerte de salir al mes y medio. Una parte suya sigue creyendo que el día que lo secuestraron en la casa de su madre en realidad lo habían ido a buscar a él. También, zafó una vez que con dos amigos docentes iba a ir tomar algo pero finalmente no lo hizo por tener otro compromiso. Esa noche, sus amigos desaparecieron para siempre.
A Velasco el vóley lo salvó de la dictadura: el deporte lo encontró cuando ya la vida política encontraba limitaciones insalvables . A Velasco la filosofía y la militancia le permitieron ser exitoso. En el vóley. Pero principalmente en la vida.
El triunfo y el ocaso
El enorme resultado deportivo contrastaba con el ocaso del gobierno militar. “Apenas asumimos la derrota de la guerra de Malvinas y había un ‘empuje’ para sacar a la dictadura militar que gobernaba”, recuerda a Lástima a Nadie Jon Uriarte, joven promesa en aquel momento, exitosa realidad como jugador y entrenador luego.
En efecto, soslayar el momento político resultaría imposible. El gobierno militar en aquel momento a cargo de Reynaldo Bignone se encontraba en retirada y en el más pleno fracaso. Dicha situación respondía a la derrota en Malvinas (no solamente por un “resultado militar” o una mala lectura del tablero geopolítico sino por haber enviado a jóvenes con escasos recursos a morir) pero también a la paupérrima situación económica marcada por la crisis de la deuda del 82 y el indudable cuestionamiento político al gobierno represor. Las movilizaciones y las manifestaciones de rechazo eran cada vez más frecuentes frente al deterioro del país y del gobierno de facto.
El “clima antidictadura” indudablemente tiñó al mundial y algo que trazaba un puente entre el rechazo a la dictadura más sangrienta de la historia con el apoyó vivo y feroz a un grupo de jóvenes jugadores que luchaban por un sueño.
“Desde el comienzo en Rosario la gente acompañó de manera conmovedora. Está claro que en ese grupo de jugadores muy joven se depositaron energías que sobrepasaba el hecho deportivo. Supimos canalizarlo, transformar eso en rendimiento, sobre todo en sostenernos y encontrarlo en los momentos claves, porque está claro todavía no estábamos preparados para hacerlo por nosotros mismos. Seguramente la localía, el apoyo de nuestra gente fue fundamental para el logro que íbamos a tener.”, agrega Uriarte. Un triunfo en un ocaso.
Un cuaderno en blanco
De la mano del magnífico entrenador coreano Yon Wan Sohn, secundado por Julio Velasco y Enrique Martínez Granados, la Argentina dio la talla para hacer un mundial que lo ubique en los puestos de elite.
Pasó como segunda el grupo A, con victorias frente a México y Túnez y derrota ante Japón. “Estuvimos muy cerca de perder e ir a Catamarca a jugar de la 13va a la 24ma posición”, recuerda Uriarte, quien coloca como partido bisagra (“clave”) la victoria ante China en la segunda ronda, que le permitió a la Argentina llegar a semifinales.
Una vez entre los cuatro mejores, la selección sufrió una dura derrota contra la Unión Soviética, que terminaría alzando la Copa del Mundo. Con cierta decepción pero con la convicción de buscar un histórico tercer puesto, la Argentina fue a buscar el bronce y derrotó por 3 a 0 a Japón, el 15 de octubre, en pleno Luna Park.
Uriarte lo recuerda como un punto importante del pasado pero también fundamental del presente del deporte argentino: “A la distancia va tomando valor de la gesta de esos días, ahí se comenzó a escribir una historia potente sobre un cuaderno en blanco hasta entonces y que todavía impulsa para buscar nuevos resultados.”
Del otro lado de la red
El deporte delimita campos que no están necesariamente graficados en un campo de juego. Entonces, un 15 de octubre de hace 38 años, quince mil personas fueron a ver un partido histórico de vóley. Pero no hacían foco en el rival de turno. El canto eufórico al ritmo de “se va a acabar, se va acabar, la dictadura militar” marcaba que el enemigo no era el que tenía la camiseta contraria. Del otro lado de la red se encontraba un gobierno de facto, al que le quedaba poco.