Por Andrés Scharager. La ola de saqueos que sacudió al país las últimas semanas, dejando tras de sí más de una docena de muertos, pareció haber cruzado la Av. General Paz la tarde de este miércoles. Alrededor de las 15 hs comenzó a circular la noticia de que un grupo de personas dispuesta a desvalijar comercios en plena luz del día estaba al acecho en el barrio de Once. Efecto contagio, desestabilizacion y “sensación de saqueos”.
“¡Ahí vienen a saquear, ahí vienen!”, gritaba desesperada una vendedora ambulante intentando levantar su puesto lo más pronto posible, mientras que otros transeúntes, al grito de “¡corran, corran!”, se sumaban a una marea de gente que huía al trote por la calle, mirando hacia atrás, intentando divisar la amenaza. Pero súbitamente el peligro parecía venir del lado opuesto, por lo cual las corridas cambiaban de dirección de forma frenética. Los saqueos podían estar en cualquier parte y en todas a la vez.
Mientras los manteros empacaban su mercadería tan rápido como si se hubiera desatado una tormenta, casi la totalidad de los locales de la Av. Pueyrredón entre la Av. Corrientes y la Av. Rivadavia ya estaban bajando sus persianas.
“Esto es igualito al 2001”, decía un hombre que miraba impávido la escena, y aunque negaba haber visto a los saqueadores, agregaba: “vienen por Corrientes y ya vaciaron el Frávega”. Pero algunos afirmaban que la víctima había sido el Farmacity; otros, un local adentro de la estación de tren, la cual había cerrado su entrada principal, al igual que el subte en Plaza Miserere. Mientras tanto, una vecina que tampoco había sido testigo directa, ya trataba de deducir cuál era la raíz del problema: “el tema acá son los paraguayos, 1 millón 200 mil hay en el país. No pagan impuestos, roban, y ahora saquean”. Un muchacho de General Pacheco, causalmente de paso, también intentaba encontrar respuestas, y le preguntaba a este cronista “¿pero es que hay alguna villa por acá cerca?”.
No pasó mucho tiempo hasta que llegó la policía motorizada, presta a poner orden en un caos cuyo origen nadie conocía con precisión. Pero ya era tarde para volver todo a la normalidad: los supuestos hechos de Once ya se habían difundido boca a boca, por radio, por televisión y por las redes sociales:
“Urgente, saqueos en Once. Hay corridas, policías heridos, gente armada. Caos total”.
“Operación psicológica en Once. Alguien corrió el rumor de que se venían los saqueos y la gente corrió desesperada. Son unos hijos de puta”.
“Haciendo compras en Once, de golpe corridas, negocios cerrando, la gente desesperada subiéndose a los colectivos”.
Sea cual fuere la realidad respecto de la existencia efectiva de saqueos, en los hechos, la cotidianeidad de la ciudad ya se había interrumpido: comenzaban a cerrar negocios en los barrios de Recoleta, Palermo, Caballito y por las zonas del Obelisco y Congreso. En Once, los dueños, encargados y empleados de los locales se aprestaban a defender lo suyo –ya sea su mercadería o sus puestos de trabajo– poniendo sus cuerpos al frente y valiéndose de martillos, palos, caños, destornilladores, cascotes y cadenas, dispuestos a pasar la noche. Otros tantos, más temerosos, buscaban refugio adentro de los edificios o detrás de las vidrieras de los restaurantes. El temor había llegado a la Capital.
Frente al miedo ante acontecimientos como este y los de las últimas semanas, los más elementales interrogantes han salido a la luz: ¿estaba organizado? ¿Quién lo empezó? ¿Quién está detrás de todo?
Se han dado a conocer distintas versiones acerca del origen de los eventos del interior así como de los de Once. En un extremo se encuentran las hipótesis conspirativas, según las cuales uno o más sectores políticos (indeterminados), motivados por una vocación desestabilizadora, habrían instigado los acuartelamientos o habrían hecho correr los rumores con el fin de generar zozobra. En el otro extremo se hallan las versiones casualistas, las cuales postulan que los acuartelamientos se “contagiaron” (y que los saqueos no fueron sino la respuesta natural ante la falta de autoridad), y que eventos como el de Once se debieron a meros hechos arbitrarios (como que un grito originario de alerta ante supuestos saqueos en el barrio desencadenó un pánico colectivo que se salió de control).
Mientras que la respuesta a estas preguntas puede resultar importante para el análisis más políticamente inmediato, vale la pena remarcar la necesidad de reflexionar acerca de las condiciones objetivas y subjetivas que ponen a los saqueos en el orden de lo socialmente posible. ¿Por qué ante la liberación territorial por parte de la policía, grandes grupos de gente se volcaron a vaciar los supermercados, negocios de electrodomésticos y tiendas de ropa? ¿Acaso la policía no es la garantía de respeto al orden y a la propiedad privada sólo en última instancia? Más aún: concediendo la hipótesis de que los eventos fueron liderados por cabecillas con oscuras vinculaciones políticas, ¿por qué tantas personas los siguieron, sumándose a una peligrosa ola de violencia colectiva? Y si en Once el catalizador fue, como algunos medios afirman, un intento de robo por parte de un grupo de pungas, ¿por qué eso devino tan velozmente –y con tanta efectividad– en la idea de que merodeaba la zona un grupo de saqueadores? ¿Por qué los locales cerraron de par en par y estaban prestos a ser defendidos a puño y palo, incluso ante un intenso patrullaje policial? Al fin y al cabo, ¿de qué (y de quién) corrían los primeros que empezaban a correr?
Si bien posiblemente sea prematuro ensayar respuestas a estas preguntas, los hechos de ayer en Buenos Aires y los de las últimas semanas en el interior desnudan un escenario complejo y de agudas tensiones. Casos como el de la Av. Pueyrredón muestran que la denostada “sensación de inseguridad” parece haber abierto paso a una suerte de “sensación de saqueos”. En este sentido, el cierre de negocios está ligado al temor a que, como en las provincias, alguien rompa el pacto tácito de creencia en la propiedad privada. Y el peligro, como de costumbre, acaba personificándose en los sectores populares, invariablemente marginados, desoídos y estigmatizados por aquellos que, casualmente, están en mejores condiciones estructurales de alcanzar el oro y el moro que la sociedad promete.
En vísperas de un nuevo aniversario del 19 y 20 de diciembre de 2001, los gritos de “¡están viniendo todos!” que se escuchaban en Once y amenazaban a la idea de “pasar las fiestas en paz” no fueron más que un síntoma de la grieta de desigualdades y malestar que atraviesa a la sociedad. Ya sea el contagio o una mano negra la que puso en marcha a los trágicos saqueos del interior, es esa brecha la que hizo que sean un fenómeno real y, sobre todo, posible.