Por Belén Durán
Apartado de los grandes teatros, las luces y la muchedumbre, el teatro del Centro Cultural Fray Mocho le da espacio a la obra Decime! y a la esencia misma del teatro: la reflexión.
Cuando alguien dice la palabra “teatro” en nuestro país, solemos asociarla directamente a la calle Corrientes; esa avenida engalanada con marquesinas de colores brillantes y luces de neón que prácticamente te dejan ciego, llena de gente que esta apurada por llegar a algún lado incierto, esa muchedumbre que ríe sonoramente, camina despacio y le da un color particular al centro porteño. Esa avenida por la que desfilan figuras histriónicas del espectáculo que aman las cámaras de televisión, la fama y el reconocimiento; que se visten con plumas, tacos aguja y lentejuelas.
Al pensar en este panorama me pregunto: ¿éste es el verdadero teatro? Y la respuesta que suele frecuentar los canales de mi pensamiento es “no”. El teatro en la Capital Federal está en las calles que se alejan de las luces y los grupos numerosos en las esquinas más transitadas; en aquel ambiente de penumbra y olor a humedad que te lleva a la risa y el llanto, a la inevitable reflexión apenas ponés un pie en el frío asfalto, esa esencia puramente teatral.
Caminando por las calles de Almagro un sábado a la noche hace unas semanas atrás, me topé con el Centro Cultural Fray Mocho: desde afuera no dice nada, una simple puerta de vidrio repleta de papeles que indican actividades o recomendaciones y un banquito de madera decoran a ese edificio de tinte misterioso. Cuando entrás hay unos cuantos cuadros colgados, una máquina de café, mesas y sillas de plástico.
También encontré una boletería: hace un tiempo se le está dando espacio a la obra teatral Decime y me pareció una opción viable para purgar los prejuicios porteños con respecto al teatro de la “periferia” de las luces y las plumas. ¿Cómo hacer esto sin spoilearlos? Trataré de darles un vistazo general de lo que percibí y sentí cuando me senté a ver esta obra. Me acomodé en la sala sin saber de lo que se trataba, me entregué, por así decirlo, al factor sorpresa. Vi sobre el escenario un perchero, una maceta y un banco disfrazado de sillón. Luego, apagaron las luces.
Decime es una comedia que esconde un drama en su interior; temas (el cambio de género, por ejemplo) que todavía siguen siendo tabú o mala palabra para muchas franjas etarias y sectores sociales, se plantean de forma amena y mediante una situación bizarra y, quizás, preocupante. Amistad, amor, infidelidad, costumbre, desafío, presión, son palabras que acudieron a mi mente durante la función. La cuestión de la palabra y el discurso también está presente, pero de forma velada, escondida entre la risa, los comentarios de los actores y la conspiración: ¿Cómo digo? ¿Cómo expreso? ¿Qué frase uso?
Es una obra que permite que el espectador se posicione en abismo, pero no con respecto a lo que está viendo, si no en cuanto a lo que vive cotidianamente, a su lugar en la sociedad, a lo que hace y dice en esa sociedad, a la manera en la que transforma con unas pocas palabras esa sociedad.
La obra fue creada y es dirigida por Diego D. Martinez; se presentan los sábados en el Teatro Fray Mocho –Perón 3644, C.A.B.A.) desde las 22.30 horas, todavía quedan algunas funciones. Si desean y están dispuestos a ir un poco más allá de lo que se ve y se escucha, si quieren salir a la calle y quedarse pensando en lo que acaban de experimentar Decime es, definitivamente, la opción.