Por Gabriel Casas
El motivo de esta nota no es “matar” a Carlos Tévez por su foto en un asado privado con la cúpula de la barra brava de Boca, entre ellos Rafael Di Zeo y Mauro Martín, que fueron presos tiempo atrás por protagonizar graves incidentes en la cancha o en la vía pública. Es más, me cae bien Carlitos, pero en esta le pifió feo.
Es que dudo que Tévez se junte a compartir un asado para festejar el título (dicen que la foto es de diciembre) con hinchas comunes. Esos que aman al club sin pedir nada a cambio. Que pagan su cuota social o su entrada como cualquier hijo del vecino. Que son felices si Boca gana o se entristecen si pierde. Pero que no disfrazan su amor por la camiseta, para ser mercenarios. No se matan o traicionan entre ellos. Hay que recordar que hace un año, en una ruta rumbo a Santa Fe, las fracciones que respondían a Di Zeo y Martín, se enfrentaron a tiros. Y Mauro recibió un par de proyectiles en su cuerpo, por los que debió estar hospitalizado un tiempito. Ahora, en un pacto por dinero y poder, manejan nuevamente a La 12. Hasta que alguno de los dos, se quede con algún vuelto o un negocio que no lo comparta con el otro.
La hipocresía es porque Tévez hizo todo lo que hacen los ídolos de los clubes en la Argentina y ninguno lo admite abiertamente. Se tratan con la barra. El error del Apache, además de darle entidad, es dejarse fotografiar con todos abrazados y brindando. Confiar en que esa foto no iba a salir de los que estaban ahí. Y para los barras, una foto con Tévez en un almuerzo o cena íntima es una muestra de su poder. ¿Cómo iba a quedar en esas cuatro paredes?
A ver, Martín Palermo también tenía relación con la barra. No es casualidad en que su partido homenaje, La 12 mostró una bandera grande con la imagen del goleador y la leyenda: “Mi único héroe en este lío”, en un claro mensaje a Juan Román Riquelme. Este no transaba con la barra, aunque una vez hocicó, y fue a una de esas cenas que ellos arreglan con las peñas del conurbano u otras provincias para facturar a costa de la visita de los futbolistas.
Soy hincha de San Lorenzo y seguramente Sandokán, el actual capo de La Butteller, seguramente tiene su foto (privada o no tanto) con Leandro Romagnoli. Debe estar en el living de su casa al lado de la que Sandokán se sacó con Cristina Fernández de Kirchnner, en el patio de las palmeras de la Casa Rosada cuando las murgas fueron a agradecerle a la entonces mandataria, por el regreso de los feriados de carnaval. Donde Sandokán extiende su negocio (en la concesión de los stands para las ventas de chori y patys los fines de semana que dura el corso) para las, más allá de lo que factura como jefe de la hinchada de San Lorenzo.
Una a favor de los futbolistas. Debe ser complicado negarse al trato con los capos de las barras, que tienen tantos privilegios en sus clubes. Por temor o conveniencia acceden a la extorsión o a las “invitaciones”. Lo mismo les sucede a entrenadores y dirigentes. Pero con los directivos el asunto es que nadie los obligó a postularse a presidir una institución. Lo hacen porque quieren, por que aman al club desde chicos, por ambición personal para empezar una carrera política (Mauricio Macri es el ejemplo top) o para abultar su patrimonio.
Y no podemos dejar de lado de esta olla con olor a podrido a la policía, los organismos de seguridad, a los sindicalistas (¿les suena Hugo Moyano como titular de Independiente?), a los dirigentes políticos, al estado y a los gobernadores de las provincias donde el fútbol suele manejar los ánimos del pueblo. También a los periodistas que fuimos o son cómplices. Todos los conocemos a los barrabravas y nadie hace nada en serio para que no estén más en los estadios, en el día a día en el club o en cualquier vinculación como las antes mencionadas.
La policía es socia directamente. Los comisarios de la jurisdicción de cada estadio, se reúnen a almorzar con los capos para dividir el negocio. La cantidad de efectivos para cada partido es el botín para los uniformados. ¿Alguien alguna vez habrá contado la cantidad de policías que van a cada encuentro? ¿Podemos saber a ciencia cierta que de los 1200 0 1500 que van para los clásicos en realidad no son menos del millar? ¿Y cuál es la logística? Siempre me llamó la atención, allá para fines de los 90 cuando seguía a River para el diario La Razón, que cada vez que bajaba del palco de prensa para ir a los vestuarios una vez terminado el partido, ver la fila interminable de polícias para cobrar por su trabajo en la puerta de una oficina del anillo interno del Monumental. Está muy bien que cobren inmediatamente por lo trabajado, pero con los hinchas desconcentrándose y las dos barras bravas de los equipos tratando la forma de encontrarse en los alrededores para ver quién tiene más “aguante”, ¿no era mejor que esos policías estuvieran en las calles y recién una hora después ir a cobrar?
Desde el Estado, los/as gobernadores y la AFA (que siempre las avaló con Julio Grondona y no será distinto con Marcelo Tinelli o Moyano en el sillón a partir de julio) la responsabilidad, desde que regresó la democracia, es no haber tenido una política cuando las barras bravas se transformaron en asociaciones ilícitas.
Puede ser que este verano, en Mar del Plata, se permitió que vayan las dos hinchadas en Boca-River, Independiente-Racing, San Lorenzo-Huracán y Estudiantes-Gimnasia, durante 400 kilómetros por la misma ruta y ahora no se pueda jugar con visitantes un Aldosivi-Atlético Tucumán. ¡Vamooos! Se podría citar a Alberto Olmedo y su frase: “Chiquito Reyes no es ningún gil de goma” para graficar la situación.
Mientras Daniel Scioli estaba en plena campaña presidencial decidió que volvieran los visitantes en un par de partidos por fecha, y con la promesa de que se iba a extender si llegaba al poder. Claro, le servía en campaña. Desde que asumió Macri, a excepción de los partidos de verano y la final de la Supercopa Argentina, no hubo hinchas visitantes. Y nadie pregunta sobre el tema. Está naturalizado que no se pueda organizar un partido (ni hablar de un clásico) con las dos hinchadas. El reino de la ineptitud.
Desde acá, hago una recomendación para terminar con esta hipocresía. Que todos los involucrados que rodean al fútbol argentino (políticos, dirigentes de los clubes, entrenadores, futbolistas y hasta periodistas) reconozcan que conocen a los barrabravas y que no harán nada para combatirlos. Eso sí, después cuando suceda la próxima muerte en un estadio o en sus alrededores, que nadie salga a lamentarse y denunciar que es un problema social. Al fin de cuentas, a la sociedad la hacemos los que vivimos (y abusamos) en nuestro bendito país.