Por Ana Paula Marangoni
Analizamos, en esta breve crónica, la carga simbólica y representativa que tiene la reciente imagen donde el presidente Mauricio Macri forcejea con un niño para participar de una fotografía.
El ojo de la cámara capta la siguiente imagen: un grupo numeroso de personas en la entrada del supermercado Coto de Ciudadela. El color rojo de varios uniformes indica que algunos de los presentes son empleados de la cadena. Las figuras de adelante, con trajes y ropa formal, confirman que se trata de un acto político: el dueño del supermercado (el mismísimo Coto), el intendente de Tres de Febrero, la Gobernadora de la Provincia de Buenos Aires y el presidente de la República, Mauricio Macri.
La facilidad para filmar desde cualquier aparato lo que sea, nos permite revivir el movimiento de lo que incluso pretende ser una fotografía. Luego de las palabras del presidente solo falta la foto, la culminación por excelencia de todo acto político, aunque sea ya de modo simbólico. Es por eso que alguna cámara, o varias, registran los preparativos de esa instantánea: el presidente ve a un niño a medio metro y, repitiendo una receta ya aplicada, intenta llevarlo a su lado en un abrazo unidireccional. El niño manifiesta con el cuerpo su negativa, resistiéndose, y haciendo fuerza para permanecer en su lugar, por lo que Macri forcejea aún más, hasta que una mujer (quien probablemente sea la madre del chico) le salva las papas al presidente y al nene a la vez, pidiéndole a otro chico más grande que vaya en lugar del desolado niño. La posibilidad de ver una y otra vez el momento filmado muestra al niño muy perturbado con la situación, y mientras tiene lugar la foto con sustituto, la mujer le toca el hombro cariñosamente e intenta calmar su afectación.
El ojo del espectador devora esa imagen, y una vez que esa sucesión de movimientos ingresan a su memoria. Involuntariamente traza relaciones con otras similares e intenta darle algún sentido. Velozmente, el altercado cuya duración fue de apenas unos segundos, se equipara con otro episodio casi calcado: Macri haciendo campaña para presidente, se hace filmar recorriendo casas “humildes”, y en una de sus aventuras le pide a una nena que apenas conoce que le dé muchos besos, como si de pronto fuese su tío, o su padre, o al menos alguien que tiene motivos para generar el juego del afecto. La nena se niega. Macri le pide que se acerque, la nena se niega. La imagen es atroz por todo lo que representa: un adulto desconocido intentando vulnerar el consentimiento de una menor, vulnerando su cuerpo y su contacto con otros cuerpos. Un político lanzando un segundo mensaje implícito, una microfísica del poder expuesta feroz y burdamente.
Entonces, ahí, el espectador recrea las imágenes almacenadas y reconstruye sentidos. No se trata de equívocos ni de interpretaciones ultrapolitizadas e hiper sensibles sobre temáticas de género, sexualidad, derechos de los menores o utilización política de los niños y de la pobreza. Se trata de la repetición, lo que obliga a descartar la hipótesis del equívoco o la mala leche. Los escenarios del acto político y de la publicidad de campaña tornan las imágenes más impactantes. No se trata de cámaras ocultas ni de filmaciones in fraganti, se trata de la construcción de la aparición pública en su sentido más llano y tradicional.
Aún antes de esta elaboración racional de significado, es posible que el espectador, espontáneamente, haya sentido deseos de reír ante la torpeza de la escena. Lo ocurrido podría ser tranquilamente un sketch de los MontyPython o un tramo de un capítulo de Los Simpson. Incluso rememora sin demasiado esfuerzo la fobia del señor Burns hacia los niños, en puja con la necesidad de construir una imagen positiva de sí mismo.
Nuestro señor Burns es desde diciembre el Presidente el país. Y el forcejeo con el nene tuvo lugar en un acto junto a uno de los dueños más ricos de cadenas de supermercados, mientras justificaba los despidos masivos que está llevando a cabo como política y lanzaba como propuesta que los comerciantes subieran a internet el precio de los productos, una suerte de burla frente a la ya vencida propuesta de regulación inmediata de la inflación y con un panorama de aumentos de sueldo poco equiparables a los aumentos de alimentos y otros productos.
Hay una delgada línea entre lo cómico y lo macabro, cuando la mueca de la risa hace una torsión más allá de lo previsto y transforma de una estocada lo gracioso en terrorífico. El video que muestra a Macri intentando forzar a un chico para beneficiar su imagen en una foto, podría ser cómico. Pero cruza velozmente el límite para transformarse en macabro.
La mente recupera otra imagen almacenada y la alinea con las anteriores: Mauricio con el bastón presidencial, en pleno acto de asunción, pregunta: “¿Y ahora qué hago?” Quien pudo entender lo que realmente preguntaba, consciente o inconscientemente, sabe que en lo hilarante de la duda y del gesto se esconde el escabroso destino que ya empieza a golpear a los que no somos Cotos.