Por Leandro Albani*. La carrera del doctor Hamilton comenzó a temprana edad. Con apenas veinte años, y junto a dos amigos, decidió que la medicina era un negocio rentable para mantener los vicios.
Durante seis meses, los tres amigos estudiaron libros de anatomía, tratados médicos y miraron, con disciplinada atención, videos de intervenciones quirúrgicas. En seis meses, los tres amigos formaron un núcleo sólido y voluntarioso, donde las conversaciones sólo trataban sobre cirugías plásticas. Días y noches encerrados, casi son dormir gracias a las anfetaminas, estudiando las intrincadas nociones de la medicina; días y noches agotadoras que, para el doctor Hamilton, se convertirían en un ritual de iniciación en su futura y afamada vocación.
En una de esas noches, Hamilton convenció a uno de sus amigos de que era hora de poner manos a la obra: había que pasar de la teoría a la práctica concreta y real. Por eso, mientras el amigo elegido descansaba unas horas, lo anestesiaron y los bisturíes se abalanzaron sobre el cuerpo tierno y desprotegido. El resultado fue escalofriante, pero el doctor Hamilton sabía que los primeros pasos siempre son duros.
Quienes conocen esta historia, calculan que el doctor Hamilton y su amigo sobreviviente efectuaron cuatro o cinco cirugías plásticas. A peores resultados sobre los cuerpos, mayor era el dinero que ingresaba en los bolsillos de los muchachos.
El propio doctor Hamilton denunció con una llamada anónima a la policía a su amigo. Comentan que el placer que sintió luego de la comunicación telefónica fue único y revelador.
Un cronista de la época, que conocí unos días antes de su muerte, escribió en un diario nacional cuando la noticia se conoció: “Dicen que muchas mujeres dan el todo por el todo para captar miradas masculinas, recurriendo a intervenciones quirúrgicas para corregir detalles en el cuerpo hasta lograr la perfección que deja a más de uno boquiabierto”.
Después de un comienzo pomposo, el periodista continuó con el mismo tono: “Muchas lograron esa perfección, pero otras en medio de su desesperación, producto de la vanidad, acuden a consultorios médicos improvisados o no permisados, para practicarse esas terribles operaciones que, lejos de hacerlas ver más bellas, les comprometen el físico y hasta la salud”.
Luego de dos o tres párrafos más cargados de moral y lecciones conservadoras, el cronista detallaba el operativo policial en el cual fue atrapado uno de los “paramédicos” (así lo catalogaba el redactor).
Como es costumbre, el doctor Hamilton salió ileso y fortalecido para seguir ideando su gran plan. Como siempre sucede cuando las noticias implican al doctor Hamilton, nunca nadie supe que fue de sus rastros.
* El autor nació el 30 de junio de 1980 en la ciudad de Pergamino, provincia de Buenos Aires. Ha publicado los libros de cuentos Mapas nocturnos y En el barro.