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    Sin categoría

    De la semilla, la copla

    13 mayo, 20135 Mins Read
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    De la semilla, la copla

    Foto: Elisabet Mosconi

    Por Leonardo Candiano. El viernes por la noche Florencia Dávalos volvió a presentar en Buenos Aires Memoria de la semilla, su primer disco solista, dedicado íntegramente a recuperar parte del repertorio de su padre, el poeta y compositor salteño Jaime Dávalos.

    Minutos antes de las 23:00, Florencia Dávalos apareció en el escenario del Club Restó Malavida en San Telmo para iniciar una nueva presentación del mejor homenaje que un padre que dedicó su vida a la música y la poesía puede tener.

    Con una voz que en vivo enriquece aún más la entrañable interpretación de los 18 temas de Jaime Dávalos que realiza en Memoria de la semilla, la cantora de Zárate comenzó la ronda con “Orillas del Xibi xibi”, cueca inédita hasta la aparición de este disco y que fuera recuperada gracias al recuerdo de su madre, quien le tarareó la melodía perdida.

    En medio de un clima intimista, y bien secundada por los músicos Jerónimo Carmona en contrabajo, Mario Gusso en percusión, Damián Bolotin en violín, Nicolás Perrone en bandoneón y Sebastián Enríquez en guitarra -a los que en el último tramo del recital se sumó Abel Rogantini en piano-, siguió con su original versión del emblemático chamamé “Canción del Jangadero”, uno de los puntos más altos de la noche, y enseguida con “Chacarera trasnochada” y “Milonga del alucinado”.

    Entre anécdotas y lectura de escritos de su padre sobre las canciones del repertorio que nos permitían reconocer no solamente las letras de Jaime, sino su sencillez y la naturalidad que asumía a la hora de la composición musical, Florencia realizó un concierto sin fisuras y en mitad del mismo brindó –como debe ser, vino en mano- en nombre de Don Jaime junto al público, dejándole un chorrito de tinto a la madre tierra “para ahuyentar los malos espíritus”. Fue después de tocar “Zamba enamorada”, “La huarmillita” y “El Paraná en una zamba”, e inmediatamente antes de “Cueca del arenal”, que evoca los efectos del vino patero sanjuanino.  

    Promediaba el show pero aún restaba lo mejor, que llegó con su versión de dos clásicos: “Zamba de los mineros” y, caja en mano, “Vidala del nombrador”, donde demostró la impresionante fortaleza de su canto. Si Jaime señala allí: “Soy el que canta detrás de la copla / El que en la espuma del río ha´i volver”, su hija lo reafirmó en el recitado con el que preludió la vidala: “Mi padre está en mi boca cuando digo su copla (…) por el sólo hecho / de decir estas palabras, ajustadas a un ritmo / que es presencia sonora de aquella vieja sangre / que no ha muerto nunca, y que me usa la boca para decir / y nombrar y ser nombrado y crear nombrando el mundo”.

    Se sentía nomás en la noche la imagen de aquel legendario nombrador surcando Malavida, bien presente en “La nostalgiosa”, precedida por el recuerdo del momento en que fue compuesta, escrito de su puño y letra: “Yo como siempre, [iba] hablando a borbotones (…) Eduardo silbaba, o sea, pensaba como piensan los pájaros, iba haciendo música la sensación ambiente de estar encerrado en la caldera de la gran ciudad. Aquella mañana nació “La nostalgiosa”, nos sentamos en un bar, en la vereda, y nos pedimos un jerez. Un rayito de sol deslumbraba la copa, y con un papelito que le pedí al mozo comencé a garabatear aquel sentimiento vago de desgarramiento interior, de desposeído, la melancolía del trasplantado, del hombre del interior que viene a Buenos Aires no porque quiere, sino solo porque es la gran urbe”.

    A ese hombre norteño, como dice la canción, al que la montaña le alimenta la voz, a aquel que suspira zambas y que busca al fondo de la calle un cerro pero encuentra cielo, nada más, a ese hombre, le dedicó Jaime su mejor poesía.

    Además, tanto ésta como la “Zamba de la Candelaria”, “Las golondrinas” y los ya mencionados temas “Milonga del alucinado”, “La huarmillita”, “Cueca del arenal” y “Vidala del nombrador”, rememoraron la dupla histórica que el poeta salteño conformó con Eduardo Falú.

    Así, entre chacareras, buen tinto, zambas, el baile de Gabriela Ayala bajo el escenario, cuecas, anécdotas, vidalas, recitados y chamamé, pasó enterito el repertorio –sin olvidar “La sanlorenceña”, “Ireme pues” y “Vidala del carnaval”- que Florencia otorgó el pasado viernes y que terminó ya entrado el sábado.

    Las letras de su padre y las composiciones de Falú, de Ernesto Cabeza, de Ariel Ramírez, del Cuchi Leguizamón y de César Espejo (sólo algunas de las memorables duplas que ha constituido Jaime) son ahora más que memoria. Tal como hemos dicho en su momento al reseñar el disco, su “semilla” les ha dado nueva vida, les ha aportado una capacidad interpretativa que sobrepasa la actitud epigonal, juntamente con arreglos musicales que modernizan una obra siempre vigente y donde se destacó otro de los hijos de Jaime, Marcelo Dávalos. De esta manera, Florencia volvió a demostrar que es mucho más que “la hija de…”, aún cuando asumir el legado de su sangre haya sido una lograda decisión, la mejor manera de iniciar un camino propio marcado por la huella de la tierra.

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